Yo fui feliz entre sus carnes de violetas.
Cuántas veces un soneto hizo estallar mi corazón de
porvenir.
Cuántas veces la armonía, la perfecta armonía, vuestro Dios,
hizo que de mis ojos cayera una lágrima.
Y acunando a mis hijos,
supe recitar, acompasadamente,
de los grandes poetas, los mejores versos.
Y viajé por las sílabas buscando la longitud exacta
de la noche.
Y calculé el destino de una vocal durante años.
Y me até a las palabras.
Y viví maniatado entre las hojas de los libros.
De seguir por ese camino me tocaba la gloria,
más, una tarde, inexplicablemente, comencé a crecer.
Las palabras no cabían en las frases.
Las frases se caían de la página.
Mis sentimientos agrandaban el corazón del mundo
peligrosamente.
Y al caminar,
tropezaba con las palabras
y caía.
Una
y otra vez.
Y las palabras se metían por mis ojos abiertos
y me dejaban ciego, y ahí,
precisamente, vacío de negruras,
transparencia donde la blancura hace pensar en el infierno,
la Poesía me tendió su mano y en esa algarabía,
-borrachos de habernos encontrado-
rompimos,
trastabillando juntos, todas las barreras.
Ella deformó su ser en el encuentro
y yo,
entregué mi vida en el adiós.

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AMORES PERDIDOS
(1995)
LOS INDIOS
I
Escribir un soneto para un indio es cosa fácil.
Pongo aquí una injusticia, aquí pongo una burla.
Pongo las tumbas violadas de mis antepasados
y para terminar esta cuarteta, una niña vejada.
Un soneto no es cosa complicada para un indio,
puntuando, tengo la humillación de cinco siglos,
en la mitad, precisa, del quehacer estos versos.
Y ahora para hacer el espacio dejo caer el oro.
Y así empieza el final de estos comienzos,
por eso pongo aquí el peso duro de la carne,
nuestros muertos al defender tierra arrebatada.
El cuerpo de la fertilidad de nuestra tierra.
El humus encantado que hace vivir al indio,
esa flor siempre-viva, clavada en las Américas.

Voces de fondo de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 92x73 cm.
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