PUESTA EN ESCENA
Sé que este libro no es exactamente un libro de poesías.
Pero sé también que este libro no es ninguna otra cosa que un libro de poesía.
Sólo quiero decir que sometido a sus leyes inexorables,
la palabra hace sus estragos.
Ella es impune, se combina
con todo.
Ama desaforadamente las imperfecciones. Su ser es todo
tiempo.
En este estado todas las combinaciones de la palabra generan
poesía.
Para ello es necesario, que las formas espaciales
-último lujo de la razón contra lo poético-humano- estallen
en fragmentos.
La forma será, sin más, las deformaciones que la violencia de
las combinaciones le imponga.
Decir, siempre decir.
29 de marzo de 1977, Madrid
Haberte dicho que nuestra conversación terminaba con mi
último escrito, me hizo mal.
No habrá final para lo que recién comienza.
Esta vez,
yo besaré tus labios.
Esta vez,
yo marcaré el ritmo de la locura.
Y no esperes una locura tradicional.
Nada de escándalos. Nada de actos en la vía pública.
Silencio y noche perpetua para los amantes.
Silencio y perfumes del silencio para el acto final.
Que todo sea cuerpo,
olor y sangre.
Amadas besándose los cabellos.
Ahogando los gritos de horror contra mi piel.
Amo, por sobre todo, los estremecimientos.
El estallido de las caderas.
El silencio final.

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CANTO A NOSOTROS MISMOS
TAMBIÉN SOMOS AMÉRICA
(1978)
TORO SENTADO EL VISIONARIO III
Anochece, ahora, en nosotros,
y la blanca espuma de la rabia,
lo envuelve todo.
La vida se entretiene en los olores.
Todo procede,
desde más allá de la colina,
también,
nuestro final.
Envejecí sentado,
aconsejando a mis muchachos,
detenerse,
frente a cualquier maravilla de la tierra,
frente a cualquier tontería de la naturaleza
contra los sentidos.
Y sin embargo,
me decido,
quiero morir de pie.
Y si es necesario,
atado a mi caballo.
TORO SENTADO EL VISIONARIO V
Y la noche de la ardiente locura,
de la locura colectiva,
pasó lentamente.
Y todo el ritmo
y toda la algarabía del tam-tam,
-violento y rojo de ira por el amanecer-
fueron,
nuestras historias.
Todo fue,
grandeza
tras grandeza.
Ninguno de nosotros lloró,
porque llorar,
no conocía el corazón del indio.
La marca,
la verdadera marca de la historia,
para nosotros,
fue la altanería,
la soberbia.
Nunca fuimos humildes,
más bien,
sórdidos.
Sabíamos,
que más allá de la colina,
al hombre,
lo esperaba la muerte. |