Ahora, usted, es español, serénese,
escuche cómo su corazón late alborozado,
de tener una nueva Patria a quien deberse.
Espere, señor Juez, la Mili no la puedo hacer,
tengo cuarenta y dos años y seis hijos
y siete mil pensamientos girando todo el tiempo
en mi cabeza
y trabajo de médico todo el día
y pinto algún cuadrito
y escribo algún poema miserable
y hago el amor con esas dos fieras
que, Usted, alucinó hace un instante.
Vio cómo se prendían de sus labios,
como bocas abiertas de libertad, bueno,
así voy por la vida:
hablando del camino después de recorrerlo,
así voy por la vida:
como si no existiesen ni mapas, ni países
sino, sólo mis versos.
El Juez, sonriente, por haber entendido,
me concedió la gracia de ser dos.
Y así voy por la vida,
con el alma partida en dos volcanes.
Viven en mí,
-como dos amplias mujeres en los días de gloria-
un corazón de plata
donde la imagen persistente de un río

Mi voz en el lago de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 92x73 cm.
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Jugando a la verdad de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 81x100 cm.
dulce y marítimo golpea las puertas de una ciudad,
abierta a todos los idiomas, a todos los males.
Y un corazón de sol,
donde la imagen persistente de la luz -cósmica y sonora-
revive en la propia ciudad donde vivo,
recuerdos de otras ciudades en tiempo de paz.
Y cada mañana con la luz me voy alejando de la muerte.
Y así voy por la vida,
ambicionando poder,
además de mi madre, una mujer.
Y así voy por la vida,
ambicionando poder alimentar pasiones tan diversas.
Al mismo tiempo,
un corazón de plata (mi vieja Buenos Aires)
siempre a punto de morir o de recordar alguna muerte.
Y un corazón de sol (mi pequeña Madrid que estoy haciendo)
siempre a punto de olvidarse de todos sus muertos,
siempre a punto de nacer.
Comprende, señor Juez,
por qué habré de pagar todos mis impuestos.
Porque en mi alma, ciudades y mujeres,
se pasean libremente en cualquier dirección,
sin ponerse, nunca, de acuerdo para nada.
Viajan por el espacio alado de mi voz,
una detrás de la otra o, bien, todas al mismo tiempo.
Comprende, señor Juez,
por qué habré de pagar todos mis impuestos.
Porque ciudades y mujeres y ciudades y mujeres,
bailan frenéticamente en mí, tratando de ser reconocidas,
cada una a su tiempo o, bien, todas a la vez.
Por eso pago los impuestos.
Para que nadie me venga a preguntar,
por esta oceánica soledad, partida en dos. |