SUMARIO
Editorial
Leopoldo de Luis
La representación
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Samuel B. Beckett
Malacoda
Gnomo
Soy un discurrir de arena que resbala
Bien, bien hay un país
Canción
Qué haría yo sin este mundo sin rostro sin preguntas
José Emilio Pacheco
Don de Heráclito
El pulpo
Caverna
Éxodo
Ecuación de primer grado con una incógnita
Inmemorial
Aceleración de la historia
Las palabras de Buda
Olga Orozco
Aun menos que reliquias
Presentimientos en traje de ritual
Fundaciones de arena
Libros

Poesía y Psicoanálisis
(1971-1991)

La cosa de la carne (I)
La cosa de la carne (II)
La cosa de la carne (III)
La cosa de la carne (IV)
La cosa de la carne (V)
Aforismos
Promoción especial para estudiar psicoanálisis
Curso 2011-2012
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-Fumar y beber son la misma cosa -le dije yo, anticipándome a su broma-, el problema es la boca, no lo que uno se meta en ella...

Lo había tocado, no cabían dudas, dejó la copa de licor por la mitad y con un gesto de sus manos apartó de sí el paquete de tabaco, hizo como que se levantaba de la silla, pero sólo acomodó su figura y me dijo:

-Salvando las diferencias, usted, como poeta, piensa lo mismo que Marlem, mi pequeña, triste y piojosa, Marlem. Cuando ella me chupaba el cuerpo, no tenía ningún cuidado en averiguar qué era lo que chupaba, porque pensaba que el fuego estaba en su boca y yo, vio cómo son esas cosas, modalizó Don Artemidoro, al principio no me convencía de nada, pero ahora, aquí me tiene, toda mi juventud depende de ese cráter desesperado y voraz.

Di una calada fuerte al cigarrillo y recordé aquella tarde de luz donde la alemana Camila Fuentes, Condesa de la uva, me dijo que me amaba y al otro día cuando yo volvía por sus amores, ella, con toda tranquilidad me dijo:

-La boca es cruel. Cuando muerde, rompe. Cuando habla, hiere. Y cuando chupa, somete.

Después, mirándome de una manera enternecedora: usted es un poeta, le conviene liberarse y yo lo amo. Adiós.

A la tercera calada en silencio, Don Artemidoro, me preguntó, ahora con una sonrisa en sus labios:

-¿Mujeres? ¿Vientos que no se sabe dónde habrán de llevarnos?

Y como yo, esta vez, no respondí nada, Don Artemidoro, prosiguió, muy lentamente, como si las palabras, más que salir, se cayeran de su boca:

-Yo amé con intensidad toda locura femenina, pero nunca pude enamorarme de un cuerpo... Todos los cuerpos me resultaban semejantes... una noche unas amigas de Marlem imitando su voz, estuvieron toda una noche conmigo, haciéndome creer que eran ella.

A la mañana siguiente Marlem, algo me reprochó y yo me acuerdo que le dije que no me había dado cuenta y ella abrazándome me dijo, tiernamente: Eres hermoso, eres, realmente hermoso.

Esa tarde, recuerdo haber hecho el amor con Marlem, pero como si lo hiciera con todas sus amigas.

Bueno, bah -concluyó Don Artemidoro-, un cuerpo no es garantía de nada. ¿No te parece, poeta?

Yo tuve inconvenientes para salir de ese mundo de ensueño al cual me había llevado el relato cansino de Don Artemidoro, donde atléticas mujeres ataban y amordazaban a Camila Fuentes y yo me paseaba, tranquilamente, de una punta a otra del gran salón que, por supuesto, daba al mar, blandiendo un fino látigo de piel de lagarto americano que vi saliendo volar por la ventana cuando yo trataba de contestar la pregunta de Don Artemidoro.

Él para ayudarme, insistió:

-Eh, poeta...

-Estaba pensando en los límites de lo perverso -contesté sin tono y luego, agregué casi sin darme cuenta-, sin cuerpo no me puedo explicar la vida.

Y frente al silencio de Don Artemidoro sentencié:

-El goce es cuerpo...

-Sí, replicó Don Artemidoro, y la calandria es flor y madre galopa sin par por luces exageradamente abiertas, incapaces de penetrar espesas tinieblas -y, tal vez, pensando que yo no había entendido, se paró con agilidad y en tres saltos alcanzó y puso sobre la mesa el tablero de ajedrez con las piezas de sándalo oscuro y una vez colocadas todas las piezas me dijo:

-A ver, muchacho, ¿cuál es el cuerpo del rey, acaso, su estúpida quietud?

Y como yo no contestaba, me insinuó:

-Mueva una pieza. ¿Puede mover el rey, acaso?

Y yo, mientras le decía que no, moví peón cuatro dama y dije en voz alta:

-Peón, cuatro dama -y él rápidamente:

-Ese es el cuerpo del rey -y dándole una patada al tablero, y habiendo llegado su hora de sentenciar:

-El cuerpo no existe, muchacho, no sé cómo se te pueden ocurrir esas cosas.

(Continuará)


NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA