SUMARIO
Editorial
Leopoldo de Luis
La representación
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Samuel B. Beckett
Malacoda
Gnomo
Soy un discurrir de arena que resbala
Bien, bien hay un país
Canción
Qué haría yo sin este mundo sin rostro sin preguntas
José Emilio Pacheco
Don de Heráclito
El pulpo
Caverna
Éxodo
Ecuación de primer grado con una incógnita
Inmemorial
Aceleración de la historia
Las palabras de Buda
Olga Orozco
Aun menos que reliquias
Presentimientos en traje de ritual
Fundaciones de arena
Libros

Poesía y Psicoanálisis
(1971-1991)

La cosa de la carne (I)
La cosa de la carne (II)
La cosa de la carne (III)
La cosa de la carne (IV)
La cosa de la carne (V)
Aforismos
Promoción especial para estudiar psicoanálisis
Curso 2011-2012
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?Poblado indígena el día de la fiesta de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 38x55 cm.

El virus de la corrupción había alcanzado todo Estado. Hasta Rusia y China conmovieron al mundo con sus propias contradicciones económicas ¡increíble!

El año 2000 encontraría a América Latina desunida, es decir, según el General Perón, dominada.

La droga, ese reino de la madre fálica, ya estaba metida en el culo del Senado norteamericano y que Dios me perdone, pero hasta la Iglesia sintió la caricia dulce del narcodólar.

Y yo, que quería inundar todo el universo con mis versos, me detuve a pensar, si un verso podría alguna cosa y me quedé pensando, así, sin saber qué hacer, más de una década.

Don Artemidoro levantó los brazos, como si fuera un luchador, un hombre fuerte, y dio rugidos como mostrando que se sentía feroz, sin llegar a serlo. Luego se miró en el espejo y se sintió viejo y un poco gordo y, sin embargo, consiguió sonreírle al espejo y antes de caer derrotado en la cama, dejó escapar el humo de su cigarro y pensó en Marlem.

-Antes de las flores, eras ese perfume que las recordaba.

Mi pequeña Marlem, triste y piojosa y, aquí, Don Artemidoro sonrió, dejando escapar una baba tibia que provenía, directamente, de su corazón, por la comisura de sus labios entreabiertos como para la caricia o como para el hambre y sonrió, francamente, mientras volvía a murmurar: Mi pequeña, triste y piojosa Marlem.

Cuando nos vimos por primera vez te acercaste como para pedir limosna y, a pesar de tus vestidos caros y elegantes y que te acompañaban algunos señores, yo algo te di.


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Y Marlem aparecía radiante a su llamado y ahora, parada frente a Don Artemidoro, tratando de mirarlo a los ojos, quie-ta como una momia egipcia, le dijo:

-Te amo, y soy la mejor.

Y luego Marlem se diluía entre las espirales del humo del tiempo y Don Artemidoro, esta vez, con la mayor tranquilidad, se la fumaba.

Don Artemidoro solía reconocerlo: Marlem había sido, era y habría de ser, su mujer prototipo, porque así como yo hago versos y hay quienes se dedican a fabricar aviones o barcos y de manera más común coches o jugadores de fútbol, Don Artemidoro, se había dedicado desde su más tierna juventud a fabricar mujeres y Marlem, de última, era, si no la mejor, como ella misma pensaba, la más cercana a los ideales primeros.

Don Artemidoro se sentó en la cama y comenzó sus ejercicios respiratorios de la mañana. Recuerdo haberlo sorprendido una mañana y preguntarle ingenuamente:

-¿Yoga? -Y él, cálido, entre respiración y respiración me contestó alegremente:

-No, esto es libertad, me lo enseñó un comunista europeo.

Sus ejercicios, en realidad, eran vulgares, pero dramáticos, Don Artemidoro, ponía el alma en eso de la mañana.

Cuando descansaba para mirarme, me decía con convicción:
-Si consigo expandir mis pulmones, el mundo se expande, los negocios se expanden. Junto con la apertura de mis alvéolos, las mujeres se abren y millones de criaturas, bien-consi-deran, a ese Dios de la expansión.

(sigue...)

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NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA