Germán Pardo García
Colombia, 1902 |
Los muertos de hoy, harina de todas las batallas,
acendran en sus rostros la furia del asalto.
Bajo los férreos antifaces
ocultan el dolor de la trinchera.
Son el pan cuotidiano de las plantas carnívoras.
En sus pupilas como turbios lagos
languidecen parásitas acuáticas,
y tienen la llanura de su pecho
con un lobo tatuado sobe la precaria piel.
Nosotros les negamos la sal fúnebre del sosiego.
La sal ya redimida y compañera
del hombre, su aliada en la evasión del llanto
y en las planicies de la blanca mesa
donde el cordero la cerviz subyuga.
Y les negamos también la cal,
tan próxima a la vida y a la muerte.
La cal, máscara de máscaras de nuestra verdadera efigie.
Rostro sin fin y penitente asilo.
* * *
Les negamos la tierra de terrible eficacia.
La tierra que nos pudre, disuelve y asimila.
Los muertos de hoy carecen de tierra y amenazan
como espectrales tribus invasoras.
Se identifican con las tempestades;
con el espíritu de las brumas;
con la agresiva soledad del frío,
porque nosotros hemos arrasado
la tierra azul de las resurrecciones,
y los muertos aguardan,
aguardan
su aparición de medulares astros
en las formas telúricas y activas.

La cuarta partede Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 100x81 cm.
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Les negamos los nombres, esos pequeños árboles armónicos
donde un jilguero transeúnte silba.
Al pronunciar un nombre fluyen ríos purísimos
y en la memoria crecen varas de azahar.
Los vertebrales nombres que le daban
arquitectura y cántico al olvido,
porque al hundirse nuestro ser vivían
en la perseverancia del basalto;
sobre la opacidad de los metales;
en la ternura casi humana del madero.
Allí estaban salvándonos,
viviendo por nosotros, siendo fieles
más allá de los días genitivos.
* * *
Les negamos los nombres y los muertos sin nombre
ya no son ni la sombra, ni el dolor ni el naufragio.
No pueden compararse con nada, son castigos
abstractos, destrucciones estelares,
hielo cósmico.
Y al decir que los muertos sin nombre son incomparables,
estas palabras quedan truncas, enarboladas hoscamente,
agonizando en cúspides de ira,
como estandarte herido por lluvias y derrotas.
Gloria Fuertes
España, 1917 |
LOS PÁJAROS ANIDAN
Los pájaros anidan en mis brazos,
en mis hombros, detrás de mis rodillas,
entre los senos tengo codornices,
los pájaros se creen que soy un árbol.
Una fuente se creen que soy los cisnes,
bajan y beben todos cuando hablo.
Las ovejas me pisan cuando pasan
y comen en mis dedos los gorriones,
se creen que yo soy tierra las hormigas
y los hombres se creen que no soy nada.

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