CHARLES BAUDELAIRE
Francia, 1821 |
CANTO DE OTOÑO
I
Pronto nos hundiremos en las frías tinieblas;
¡Adiós, viva claridad de nuestros veranos tan cortos!
Ya escucho caer con choques fúnebres
La madera que suena sobre el pavimento de los patios.
Todo el invierno va a entrar en mi ser: ira,
Odio, estremecimientos, horror, labor dura y forzada,
Y, como el sol en su infierno polar,
Mi corazón no será más que un bloque rojo y helado.
Escucho estremecido cada tronco que cae;
El patíbulo que están construyendo no tiene eco más sordo.
Mi espíritu semejante a la torre que sucumbe
Bajo los golpes del ariete incansable y pesado.
Me parece, mecido por este choque monótono,
Que clavan apresuradamente un ataúd en alguna parte.
¿Para quién? -Ayer era verano; ¡he aquí el otoño!
Ese ruido misterioso suena como una partida.
II
Amo de tus grandes ojos la verde luz,
Dulce belleza, pero hoy todo me es amargo,
Y nada, ni tu amor, ni el pequeño salón, ni la chimenea,
Iguala para mí el sol que brilla sobre la mar.
¡Y sin embargo ámame, tierno corazón! Se madre,
Aun para un ingrato, aun para un malvado;
Amante o hermana, se la dulzura efímera
De un glorioso otoño o de un sol poniente.
¡Breve tarea! Ávida, espera la tumba
¡Ah! Déjame, mi frente en tus rodillas,
Disfrutar, mientras añoro el tórrido verano,
Del suave rayo dorado, de esta estación.

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RECOGIMIENTO
Pórtate, ¡oh Dolor mío! y quédate tranquilo.
Pedías el anochecer; está bajando; aquí está:
Una atmósfera oscura envuelve la ciudad,
Trayendo paz a unos, a otros desazón.
Mientras la vil multitud de los mortales,
Bajo el látigo del Placer, verdugo despiadado,
Va a cosechar remordimientos en la fiesta servil,
Dolor mío, dame la mano; ven por aquí,
Lejos de ellos. Mira cómo los difuntos Años se asoman,
Sobre los balcones del cielo, con ropa anticuada;
Surge, sonriente, del fondo del agua la Añoranza;
El Sol moribundo se duerme bajo el arco de un puente,
Y, como una gran mortaja arrastrándose hacia Oriente,
Escucha, querido mío, escucha la dulce Noche que camina.
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EL HOMBRE Y EL MAR
¡Hombre libre, siempre amarás el mar!
El mar es tu espejo; contemplas tu alma
En el acontecer infinito de su ola,
Tu espíritu no es un abismo menos amargo.
Te gusta hundirte en el seno de tu imagen;
La abrazas con los ojos y los brazos, y tu corazón
Se distrae a veces de su propio rumor
Al escuchar ese quejido indomable y salvaje.
Sois los dos tenebrosos y discretos:
Hombre, nadie sondeó el fondo de tus abismos,
¡Oh mar, nadie conoce tus íntimas riquezas,
Tan celosos sois de guardar vuestros secretos!
Y sin embargo hace innumerables siglos
Que combatís sin piedad ni remordimiento,
Tanto os gusta el estrago y la muerte,
¡Oh luchadores eternos! ¡oh hermanos implacables!
Traducción de los poemas de Charles Baudelaire:
Claire Deloupy

Creciendo entre las sombras de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 50x50 cm.
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