A MI HERMANO MIGUEL,
EN SUS 74 CUMPLEAÑOS
¿Qué desborda en mi corazón tatuado por el tiempo?
De mí flotan como una estela verde
paisajes de la infancia en el color de lo lejano.
Un niño inquieto jugando a las canicas y a lo lejos
el aliento rojizo de caballos saliendo del corralón
con el chasquido de la fragua que nos impacientaba,
y aquel canto de maderas estallando en chispas y plegarias
que nunca llegarían al cielo por falta de memoria y rebeldía,
y el canto tan poco melodioso del gorrión
o el hornero en la rama más alta de algún álamo,
donde el cansancio no llegaba ni nada tenía que ver con el
olvido.
Yo era aquella calle y su canción desesperada:
vivir a esperar nada,
a la sombra de mármoles y bronce de estatuas silenciosas
delatando mi ignorancia frente a ese señor de cabeza
inclinada
como leyendo un libro que era Florencio Sanchez,
o aquel otro hombre del martillo
trabajando la piedra a la entrada del parque.
Cabalgatas de infancias en cuclillas,
juegos alrededor del árbol
y una larga avenida solitaria,
sorda a la voz del viento en las tempranas noches invernales,
la escalera de mármol,
el aro de metal girando entre baldosas desparejas,
las golondrinas que siempre nos dejaban
para mostrar que están las despedidas,
el ruido de la lluvia y los pies mojados
esperando la gracia de un castigo,
las puertas rotas de un cielo incomprendido
que iba hacia al imperio del pecado.
Hoy las almas del ayer se expanden
hasta dejar su corazón en medio de la noche
quedando la infancia desterrada.
Allí yacen el viento,
la dicha enloquecida en los pechos sin nadie,
la libertad y el hambre de lo eterno,
las lianas tan ligeras del amor y esa extraña belleza
hasta entonces dormida esperando la gracia.
Y allí te encuentro a veces, efímero y eterno,
y me acerco gastada de palabras,
prisionera en mi carne y su declive,
y quiero preguntarte:
¿No quisieras ascender como antaño hacia ese cielo,
y flotar otra vez como una estela verde,
con los labios abiertos buscando una palabra?
¿no quisieras abrir una ventana en la inmutable habitación de
tiempo?
Norma Menassa |
A LOS 74 AÑOS
DE MIGUEL OSCAR MENASSA
Hacer 74 años no es cosa del tiempo medible
ni de alguna inconmensurable destreza.
Su soledad tiene la dimensión de lo grupal,
y su “no” la violencia del símbolo.
Nada espera y todo le espera,
su división es inalterable, su silencio,
esclavo de su pasión, nace y muere en cada palabra.
Remordimientos y piedad no quiere para sí,
tampoco lo contrario si lo hubiera.
Sabe que la pasión acontece entre otros
y en lugares de sí mismo, que no le pertenecen,
y escribe y escribe, para no morir, para no matar.
Su único sueño transformar la realidad de lo humano,
sus instrumentos: grupo y mujer.
Amante de las transformaciones, sabe que con él
están sus versos, sus familiares, sus discípulos,
y ama por sobre todo el goce de las diferencias.
¿Quiénes son, los que florecen y se deshojan
para que otros aprendan a gozar de lo perecedero?
¿Quiénes los que saltan para que otros reconozcan los
abismos?
Hay hombres que nacen para ser escombros necesarios,
para terminar con la tristeza de la carne,
y hacer de su vida una permanente lección de vivir.
Este hombre desde muy joven lo decidió así:
si dejo que un poeta viva en mí, será posible todo lo demás.
Amelia Díez Cuesta  Enamorados en la plaza de toros
de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 130x97 cm.
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