SUMARIO
Editorial
Blas de Otero
Pido la paz y la palabra
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Ernesto Guevara
Amor
Miguel Hernández
Eterna sombra
Edith Södergran
El dolor
¿Qué habrá mañana?

Walt Whitman

Poetas futuros
Paul Celan
Tú con la palabra que yo dije
María Eugenia Vaz Ferreira
Único poema
Oliverio Girondo
El tren expreso
Gloria Fuertes
Autobigrafía
Gabriela Mistral
Mariposas
Charles Baudelaire
La pipa
Miguel Oscar Menassa
Y si no habremos de morir hoy, precisamente, amor
Le pregunté si la vida era nuestra
Aforismos
Agenda Grupo Cero

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Ernesto Guevara

Argentina, 1928

AMOR

Amor:
ha llegado el momento de enviarte un adiós
que sabe a campo santo
(a hojarasca, a algo lejano y en desuso, cuando menos).
Quisiera hacerlo con esas cifras que no llegan al margen
y suelen llamarse poesía,
pero fracasé;
tengo tantas cosas íntimas para tu oído
que ya la palabra se hace carcelero,
que se solaza en quebrar mi onda.
No sirvo para el noble oficio de poeta.
No es que no tenga cosas dulces.
Si supieras las que hay arremolinadas en mi interior.
¡Pero es tan largo, ensortijado y estrecho el caracol
que las contiene, que salen cansadas del viaje,
malhumoradas, esquivas,
y las más dulces son tan frágiles!
Quedan trizadas en el trayecto,
vibraciones dispersas, nada más.
Carezco de conductor,
tendría que desintegrarme para decírtelo de una vez.
Utilicemos las palabras con un sentido cotidiano
y fotografiemos el instante.
Así te quiero,
con recuerdo de café amargo en cada mañana
sin nombre y con el sabor a carne limpia
del hoyuelo de tu rodilla,
un tabaco de ceniza equilibrista,
y un refunfuño incoherente
defendiendo la impoluta almohada.
Así te quiero;
mirando los niños como una escalera sin historia
(allí te sufro porque no me pertenecen sus avatares),
con una punzada de honda en los costados,
un quehacer apostrofando al ocio desde el caracol.
Ahora será un adiós verdadero;
el fango me ha envejecido cinco años;
solo resta el último salto, el definitivo.
Se acabaron los cantos de sirena
y los combates interiores;
se levanta la cinta para mi última carrera.
La velocidad será tanta que huirá todo grito.
Se acabó el pasado; soy un futuro en camino.
No me llames, no te oiría;
sólo puedo rumiarte en los días de sol,
bajo la renovada caricia de las balas.

Lanzaré una mirada en espiral,
como la postrera vuelta del perro al descansar,
y los tocaré con la vista, uno a uno y todos juntos.
Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada,
no te vuelvas,
no rompas el conjuro,
continúa colando mi café
y dejáme vivirte para siempre
en el perenne instante.

Miguel Hernández

España, 1910

ETERNA SOMBRA

Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.
Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.
Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.
Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.
Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.
Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.
Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.
Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.
Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA