OLGA OROZCO
Argentina, 1920 |
CORRE SOBRE LOS MUELLES
Hace ya muchos años que corres dando tumbos por estos
laberintos
y aún ahora no logro comprender si buscas a borbotones
la salida
o si acudes como un manso ganado a ese último recinto
donde se fragua el crimen con las puertas abiertas.
Sólo sé que me llevas a cuestas por este mapa al rojo que
anticipa el destino
y que acato las tablas de tu implacable ley
bajo el hacha de un solo mandamiento.
Hemos firmado un pacto de guardianas en esta extraña
cárcel que remonta en la noche la corriente,
más alertas que un faro,
y no importa que a veces me arrebaten las sombras de otros
vuelos
o que te precipites con un grito de triunfo en el cadalso.
Porque al final de cada deserción estamos juntas,
con una llaga más, con un vacío menos,
y pagamos a medias el precio del rescate para seguir
hirviendo en la misma caldera.
Pero ¿quién rige a quién en esta enajenada travesía casi
a ras del planeta?
¿Quién soy, ajena a ti, en este visionario depósito de
templos sobre lunas y jardines errantes sobre arenas?
¿Dónde está mi lugar entre estas pertenencias por las que
me deslizo como la nervadura de un escalofrío?
En cada encrucijada donde escarbo mi nombre compruebo
que no estoy.
¡Sangre insensata, sangre peligrosa, mi sangre de sonámbula
a punto de caer!
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No juegues a perderme en estas destilerías palpitantes;
no me filtres ahora con tu alquimia de animal iniciado en
todos los arcanos
ni me arrojes desnuda e ignorante contra el indescifrable
grimorio de los cielos,
porque tú y yo no somos dos mitades de una inútil batalla,
ni siquiera dos caras acuñadas por la misma derrota,
sino tal vez apenas una pequeña parte de algún huésped
sin número y sin rostro que aguarda en el umbral.
¡Vamos, entonces, sangre ilimitada, sangre de abrazo,
sangre de colmena!
Envuélveme otra vez en esa miel caliente con que pegas
los trozos de este mundo para erigir la torre:
tu Babel de un vocablo hasta el final.
Has fundado tu reino en la tormenta,
bajo el ala inasible de una desesperada y única primavera.
Has acarreado herencias, combates y naufragios insolubles
como el cristal azul de la memoria en la sal de las
lágrimas.
Has apilado bosques, insomnios y fantasmas embalsamados
vivos
en estas galerías delirantes que solamente se abren para
volver a entrar.
Has hurgado en la lumbre de la fiebre y el ocio para
extraer esa tinaja de oro que irremediablemente se
convierte en carbón.
Has encerrado el mar en un sollozo y has guardado los ojos
del abismo vistos desde lo alto del amor.
Vestida estás de reina, de bruja y de mendiga.
Y aún sigues transitando por esta red de venas y de arterias,
bajo los dos relámpagos que iluminan tu noche con el
signo de la purificación,
mientras arrastras fardos y canciones lo mismo que la loca
de los muelles
o igual que una inmigrante que se lleva en pedazos su país,
para depositar toda tu carga de pruebas y de errores a los
pies del gran mártir o el pequeño verdugo:
ese juez prodigioso que bajó al sexto día,
que está sentado aquí, a la siniestra, en su sitial de zarzas,
y que será juzgado por vivos y por muertos. |