SUMARIO
Editorial
Miguel Oscar Menassa
Demonio de la política
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Eugenio Montale
La casa de los aduaneros
Carilda Oliver Labra
La mañana está de lluvia
Germán Pardo García
Una rosa padece
Federico García Lorca
Canción de la muerte pequeña
Henri Michaux
En la noche
Fernando Pessoa
Lisbon revisited (1923)
Octavio Paz
Cerro de la Estrella
Enrique Molina
Descenso al olvido
En tránsito
Leopoldo de Luis
Qué hacéis aquí
Canción de plata
Los testigos (Fin de siglo)
Adelanto de la "Antología Poética" de Miguel Oscar Menassa
La mujer y yo -7-
La guerra
Aforismos
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OCTAVIO PAZ

México, 1914

CERRO DE LA ESTRELLA

A Marco Antonio
y Ana Luisa Montes de Oca

Aquí los antiguos recibían al fuego
Aquí el fuego creaba al mundo
Al mediodía las piedras se abren como frutos
El agua abre los párpados
La luz resbala por la piel del día
Gota inmensa donde el tiempo se refleja y se sacia

A la española el día entra pisando fuerte
Un rumor de hojas y pájaros avanza
Un presentimiento de mar o mujeres
El día zumba en mi frente como una idea fija
En la frente del mundo zumba tenaz el día
La luz corre por todas partes
Canta por las terrazas
Hace bailar las casas
Bajo las manos frescas de la yedra ligera
El muro se despierta y levanta sus torres
Y las piedras dejan caer sus vestiduras
Y el agua se desnuda y salta de su lecho
Más desnuda que el agua
Y la luz se desnuda y se mira en el agua
Más desnuda que un astro
Y el pan se abre y el vino se derrama
Y el día se derrama sobre el agua tendida
Ver oír tocar oler gustar pensar
Labios o tierra o viento entre veleros
Sabor del día que se desliza como música
Rumor de luz que lleva de la mano a una muchacha
Y la deja desnuda en el centro del día
Nadie sabe su nombre ni a qué vino
Como un poco de agua se tiende a mi costado
El sol se para un instante por mirarla
La luz se pierde entre sus piernas
La rodean mis miradas como agua
Y ella se baña en ellas más desnuda que el agua
Como la luz no tiene nombre propio
Como la luz cambia de forma con el día

ENRIQUE MOLINA

Argentina, 1910

DESCENSO AL OLVIDO

He aquí los muertos, sentados,
inmóviles alrededor del Tiempo;
adorando su pálida, eterna hoguera,
extrañamente sombríos en su reunión solitaria.

Ahí están, invadidos por marañas azules;
poblados por húmedas músicas, por tenaces cigarras.
Sobre ellos el cierzo ha pesado, y sus gestos de antaño,
sus cuerpos de vapor,
se condensan de súbito en alargadas lluvias.
No; no hables un idioma olvidado.
No pronuncies tu nombre.
Que no giren con letal lentitud la borrada, tormentosa
cabeza.
Que no te reconozcan sus huecos corazones comidos
por los pájaros.

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EN TRÁNSITO

¿Qué puede detenerse aquí?
El avión ha partido. Cien años después
están comiendo en la misma posada,
una fuente de mariscos y vino,
doña Rosa, mujer de don Manoel, negra y de grandes
nalgas,
vierte jugo de limón en el vaso de cachaza, junto al mar.
Te ha despertado el ruido del agua, lluvia caliente,
y vidrios empañados, palabras susurradas en la penumbra,
no se sabe de dónde llegan estas flores, muebles
desvanecidos,
y el eco del tiempo retumbando en la sangre lasciva.
Su cuerpo, con lentitud,
relata una larga historia, relaciones más o menos fortuitas
en playas o viajes, en casas de campo
con nocturnas hogueras,
y mutaciones, arrebatos, desconciertos, sorpresas.

Pero no como ausencia, como una sinfonía más bien,
una orgía
de apasionadas imágenes que llenan de un sueño,
de lluvias y cosas que brillan, un acorde
casi inhumano,
mientras enciende un cigarrillo.
Y sus pechos tan suaves para hablar de la muerte.

Así, a la orilla de un río, se está tendido en la hierba,
solitario de nacimiento,
pensando en su risa, lejos de la salvación eterna.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA