CARILDA OLIVER LABRA
Cuba, 1922 |
LA MAÑANA ESTÁ DE LLUVIA
La mañana está de lluvia.
La acera con algún lodo.
El cielo gris a su modo.
Cuesta trabajo ser rubia.
No hemos ido a la oficina
para abrazarnos más rato.
Entre nuestros pies el gato
se dobla como una esquina.
El patio es un leve río
corriendo en mosaico verde,
El agua -mar que se pierde-
nos da un poquito de frío.
Me dice mi amor: te quiero;
y el gato siempre se mete
con su cola de juguete.
Le digo a mi amor: te quiero.
Porque ahora mismo me jura
que tengo al fondo una estrella
ya creo que soy tan bella
como el resplandor que dura.
Y grito en medio del cuarto
palabras llenas de vino,
y hago un verso alejandrino,
y cojo un beso y lo parto.
Amor, carne separada
de las estatuas del mundo:
te estoy mirando y me hundo
pero me hundo salvada.

La ciudad sin luz, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 46x65 cm. |
GERMÁN PARDO GARCÍA
Colombia, 1902 |
UNA ROSA PADECE
Una rosa padece.
Detrás de un campo de concentración
custodiada por amenazadores perros de batalla,
una rosa padece.
Es la tarde. Un crepúsculo lleno de violencia y de pólvora.
De la distancia, lejos, allá desde los valles,
una brisa ligera le humedece la túnica.
Por un instante toda su hermosura se afianza
a la vida.
Después vuelve a sufrir como si fuera un hombre
detrás de un campo de concentración,
custodiado por amenazadores perros de batalla.
La tarde ya no tiene color, ni luz, ni fuerza.
Con la sombra inminente gigantescos aviones
regresaron como águilas heridas.
Atrás quedó el silencio, nada más que el silencio, solamente el silencio,
turbado a veces por la agonía
desesperada y el nocturno grito.
Y en las grandes penumbras
una rosa padece,
detrás de un campo de concentración.
Pudiera ser un hombre y oprimir con las manos
los estambres de acero,
las eléctricas púas.
Proclamar su esperanza
y en la sombra erigirla cual celeste bandera.
Pudiera ser un hombre, pero sólo es un iris vegetal, una rosa
detrás de un campo de concentración,
custodiada por amenazadores perros de batalla.
La tiniebla es más sorda y el dolor más certero.
Ya no existe el crepúsculo de violencia y de pólvora.
Hay una paz inerme donde nada respira.
Una paz semejante a la móvil quietud de las llanuras,
donde un obús sin estallar pudiera
repercutir de pronto y aniquilar el mundo
con la absoluta cólera de su enfrenado trueno.

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