Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa |
TODOS LOS CUENTOS TERMINAN
CON LA VIDA O CON LA MUERTE
I
El campo siega los corazones jóvenes
y éstos ya no se parecen a las garzas
o a los patos volviendo de la laguna
mojados y despreocupados del frío de la tarde.
Tú eras libre y pequeña en la provincia
antes de la ciudad
solías descorrer las tranqueras
que detenían las ovejas
para verlas trotar
por los callejones de tierra.
Solías aprovechar tu día
viendo el crecimiento vertiginoso de los trigos.
Las manzanas por detrás de la casa.
La ciudad es melancólica y familiar
pero en el campo de mi corazón
ríes y saltas por entre los tabiques
hasta reventar de alegría.
Morir en la sangre de mi corazón.
He caminado y violado en los alrededores de tu piel mi
[juventud
deteniendo y deteniendo
el hilo de tu virginidad.
He corrido como los caballos de tu infancia
que te excitaban y temías
para llegar un poco antes
en el mismo momento al límite de la noche
por no haber creído
en el crecimiento de las flores de tu pueblo.
Ahora vuelvo mi rostro y las oraciones de mi niñez hacia ti
para convencerte de la soledad de los hombres.
Puedo agitar las banderas de las discordias y la cordialidad
para vencer tus años de padre y madre
venidos de un país extranjero o de la provincia.
Hemos estado juntos en la ciudad
tan cerca de mi oficio como de la maldad
tan cerca de mi oficio como del amor
y sin embargo ahora
adiós querido mío estoy cansada
te descubro
me ahogan las habitaciones de tu casa
debajo de las casas
y tú no eres el misterio ni el alga ni el junco
que turba o desborda la soledad.
Me ahogan tus diálogos con el viento
y las conversaciones desenfadadas y violentas.
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Arrugas del viento, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 61x50 cm.
TODOS LOS CUENTOS TERMINAN
CON LA VIDA O CON LA MUERTE
II
El musgo crecía en las piedras
de la orilla del río de tu pueblo
y el deseo en tu corazón.
Tus piernas te acercaban a la seriedad
y en las tardes de silencio y excitación al río.
Las primeras aguas en llegar a las piedras
también llegaban a tus muslos desnudos
humedeciendo y alegrando
tus maneras del ocio y la ternura.
Las pensiones de la ciudad no son el río.
Las mujeres se duermen y se levantan solas
y cuentan o cantan su soledad a la noche
y a los carteles luminosos.
Amada, aquí no hay río que humedezca y alegre tu piel.
Aquí en la soledad y el tiempo del invierno
el humo y el olor de los hombres
cubre y desgarra las pieles de las niñas.
Y tú mi amada casi nunca demasiado estupenda y ágil
cubierta y desgarrada por mí
en el comienzo de las frutillas y el verano
no puedes entenderlo.
Entonces mi querido me ahoga tu calor
el poderoso cielo de tus caminos interminables
me ahoga el vagabundo
que nos perteneció de rabia y júbilo en la ciudad
el mismo que gime o ruge cuando se queda solo.
Del libro “La ciudad se cansa”
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