VICENTE ALEIXANDRE
España, 1898 |
UNIDAD EN ELLA
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

Jesucristo echando a los mercaderes del templo, de Miguel Oscar Menassa. Óleo sobre lienzo de 114x146 cm.
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Carnavales en la Cibeles, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 114x146 cm.
TRILCE
LXXV
Estáis muertos.
Qué extraña manera de estarse muertos. Quinquiera
diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.
Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que,
péndula del zénit al nadir, viene y va de crepúsculo a
crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida
que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida
está en el espejo, y que vosotros sois el original, la
muerte.
Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán
impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se
quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan,
entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís
la sexta cuerda que ya no es vuestra.
Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.
Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.
Estáis muertos. |