CARILDA OLIVER LABRA
Cuba, 1922 |
MADRIGALES
I
Esos ojos de noche, tan austeros,
tan pegados a mí con sus borrones,
esos ojos que tú quitas y pones,
esos ojos, en fin, tan maromeros
¡cómo saltan del plato a la ternura!
Esos ojos de simple fantasía
que se quedan sin ser el alma mía,
esos ojos de pascua y fiebre pura
que me tienen enferma, alucinada,
porque sirven el ojo de la nada;
esos ojos silvestres, comensales,
con sus trampas de bien, abrecaminos,
esos ojos que son casi divinos
y se mueren como ojos terrenales.
II
Esas piernas que tienes, esas piernas
cuando asombras el patio con tu rudo
ajetreo de pesas y de judo,
y, casi sin notarlo, me consternas. |
Esas piernas, antiguas y modernas,
como llamas de vida con su mudo
laberíntico enredo, que saludo
cuando a fuerza de gracia te me internas.
Yo no quiero otra cárcel ni otro escudo
que esas piernas tiránicas y tiernas,
tan viriles y nobles en su nudo.
Me deslumbras, me violas, me gobiernas
y naufragas en mí si vas desnudo
con tus piernas tan jóvenes y eternas.
III
Esa boca que sale de paseo
con su hambre de amor, totalitaria;
esa boca que fuma y canta un aria
me recuerda a la luz en el deseo.
Esa boca, tan dulce, que bojeo,
bien parece una fruta imaginaria;
esa boca de carne planetaria
que me obliga a temblar con su aleteo.
Esa boca lujosa, hospitalaria,
donde pongo las nubes que recreo,
tiene suaves delirios de vicaria
y chispazos de nunca en apogeo.
Es por eso que, apenas la poseo
y me besa, se vuelve una plegaria. |