GIOCONDA BELLI
Nicaragua, 1948 |
PUERTAS ABIERTAS
La lluvia, de pronto,
se desgaja del cielo
en un estruendo de invisibles caballos,
apresurados sobre el zinc.
A lo lejos el relámpago restalla su látigo,
pero dentro de la casa el aire es manso,
el acordeón de Piazzola se alza sobre el
mugido de la tormenta.
Recuerdo tantas noches de lluvia como ésta;
el olor de la tierra,
la reverberación húmeda,
mi cuerpo esponjándose,
la lluvia dentro de mí,
las sábanas en las noches mojadas y fieras del invierno.
Será la madurez, pienso,
la que me lleva hacia mí misma:
al placer de la absoluta soledad.
El libro recién terminado sobre la mesa,
el perro durmiendo en el sofá,
mi hija Adriana acurrucada arriba en su sueño tranquilo,
y yo como una isla flotando en la medianoche,
dejando que el mar de la lluvia lama mis costas,
que la brisa se descuelgue por la ventana,
y el agua desaforada me encuentre
con las puertas abiertas.
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MUJER IRREDENTA
Hay quines piensan
que he celebrado en exceso
los misterios del cuerpo
la piel y su aroma de fruta.
¡Calla, mujer! -me ordenan-
No nos aburras más con tu lujuria
Vete a la habitación
Desnúdate
Haz lo que quieras
Pero calla
No lo pregones a los cuatro vientos.
“Somos lo que leeemos,
si lo que leemos
dice algo de nosotros”
(Miguel Oscar Menassa)
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Venus en el bosque de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 33x24 cm.
Una mujer es frágil, leve, maternal;
en sus ojos los velos del pudor
la erigen en eterna vestal de todas las virtudes.
Una mujer que goza es un mar agitado
donde solo es posible el naufragio.
Cállate. No hables más de vientres y humedades.
Era quizás aceptable que lo hicieras en la juventud.
Después de todo, en esa época, siempre hay lugar para el
desenfreno.
Pero ahora, cállate.
Ya pronto tendrás nietos. Ya no te sientan las pasiones.
No bien pierde la carne su solidez
debes doblar el alma
ir a la Iglesia
tejer escarpines
y apagar la mirada con el forzado decoro de la menopausia.
Me instalo hoy a escribir
para los Sumos Sacerdotes de la decencia
para los que, agotados los sucesivos argumentos,
nos recetan a las mujeres la vejez prematura
la solitaria tristeza
el espanto precoz a las arrugas.
¡Ah! Señores; no saben ustedes
cuántas delicias esconden los cuerpos otoñales
cuánta humedad, cuánto humus
cuánto fulgor de oro oculta el follaje del bosque
donde la tierra fértil
se ha nutrido de tiempo.
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