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Don Juan Fermín de Plateros
baja la sierra en su jaca,
dos luceros en los ojos
y una zozobra en el alma.
Una garrocha en el hombro,
cuatro herraduras de plata
y en la sombra del caballo
una acollarada galga.
No contesta a la perdiz
que tartamudea en las matas,
ni al arroyo que se ríe
sobre las chinas lavadas.
Don Juan Fermín de Plateros
cesa en esta cabalgada,
que del mundo se retira
cuando se apee de su jaca.
Ni a Bailén de guerrillero,
ni a la plaza a quebrar cañas,
ni a la fuente a robar besos
de colmeneruelas mansas.
Ni a derribar toros bravos,
ni a reñir en las posadas
entre una jarra de vino
y una mesonera en jarras;
que en la curva de su vida
puso un punto. Voz le llama.
De esquila voz. De suave
divina esquila afilada,
que tañe entre sus pecados
en la torre de su alma.