SIEMPRE SE ENCONTRARÁ
Siempre se encontrará una mano de mujer
que, fresca y leve,
compadeciéndote, con un poco de amor,
como a un hermano te consuele.
Siempre se encontrará un hombro de mujer
para tu respirar acalorado,
donde, apoyando tu cabeza loca,
confiar puedas tu rebelde sueño.
Siempre se encontrarán unos ojos de mujer
que al ver tu sufrimiento,
te calmen el dolor
o un poco del dolor al menos.
Pero hay una mano de mujer
dulce como ninguna
cuando la frente atormentada toca
como la eternidad, como el destino.
Pero hay un hombro de mujer
que, sin saber por qué, se ha dado a ti,
y no por una noche, sino para siempre,
y hace ya mucho tiempo que lo comprendiste.
Pero hay unos ojos de mujer
que siempre miran con tristeza:
los ojos que serán, mientras tú vivas,
los ojos de tu amor y tu conciencia.
Y tú vives, a pesar de todo,
pero esa mano sólo no es bastante
para ti, ni ese hombro, ni esos ojos sagrados,
a los que tantas veces traicionaste.
Y al fin llega el castigo para ti.
“¡Traidor!”, te abofetea la lluvia.
“¡Traidor!”, las ramas te fustigan en la cara.
“¡Traidor!”, resuena por el bosque el eco.
Te agitas, te atormentas, te entristeces.
Ni siquiera tú mismo puedes perdonarte.
Sólo esa mano transparente te perdonará
aunque la ofensa es grave.
Sólo ese hombro cansado
te ha de perdonar, ahora y siempre.
Sólo esos ojos tristes
perdonarán lo que perdón no tiene.