no sabía a ciencia cierta por qué quería
volar
pero la idea me dominaba
cada vez más.
me encontré encaramado al
borde del tejado
varias veces
pero siempre reculaba.
entonces llegó la tarde en que
decidí que iba a volar.
de pronto, tuve la seguridad de que podía.
estaba eufórico.
salí al borde del tejado,
di un salto y aleteé con
los brazos.
caí a plomo y me di
un buen golpe contra el suelo.
al levantarme vi que me
pasaba algo raro en
el tobillo derecho.
apenas podía andar.
cojeé hasta llegar a casa, logré
llegar al dormitorio y me
acosté.
una hora después tenía el tobillo
hinchado,
inmenso.
me quité el zapato.
mis padres
llegaron a casa
más o menos entonces.
-Henri, ¿dónde estás? -preguntó
mi padre.
-estoy aquí.
entraron los dos, mi
padre primero y mi madre
detrás.
-¿qué te ha pasado en el
tobillo, Henry? -preguntó mi madre.
-un accidente.
-¿un accidente? -preguntó mi padre-. ¿qué
clase de accidente?
-intentaba volar, pero no ha dado resultado.
-¿volar? ¿cómo? ¿desde dónde?
-desde el tejado del garaje.
-así que ahí es donde andabas
escondido últimamente, ¿no?
-sí.
-¿te das cuenta de que habrá que
pagar a un médico?
-¿te das cuenta de que no
tenemos dinero?
-no me hace falta ningún médico.
-¡los médicos cuestan dinero!
¡vete al baño!
me levanté y fui dando saltitos hasta el
cuarto de baño.
-¡bájate los pantalones!
¡los calzoncillos!
lo hice.
-¡los médicos cuestan dinero!
cogió el suavizador de la
navaja.
noté el primer
mordisco.
me estalló
en la cabeza un
fogonazo.
volvió a darme con el
suavizador.
el ruido que hizo
contra mi piel fue
horrible.
-¡putos médicos!
el suavizador volvió
a alcanzarme
y entonces supe por qué
había querido
salir volando... volando
a través de las paredes,
salir volando
por la ventana,
a cualquier sitio lejos de
allí.