SAINT-JOHN PERSE
Guadalupe (Colonia francesa), 1887 |
VIERNES
¡Risas bajo el sol,
marfil! genuflexiones tímidas, las manos en las cosas de la tierra...
¡Viernes! ¡qué verde era la hoja, y qué nueva tu sombra, las manos tan largas hacia la tierra cuando, cerca del hombre taciturno, meneabas bajo la luz la azul corriente de tus miembros!
- Ahora te han obsequiado un rojo andrajo. Bebes el aceite de las lámparas y robas en la despensa; deseas las faldas de la cocinera que es gorda y olorosa pescado; miras en el cobre de tu librea tus ojos que se han hecho embusteros y tu risa, viciosa.
EL LORO
Este es otro.
Un marino tartamudo lo había dado a la vieja que lo venció. Está sobre el rellano, cerca de la lumbrera, allí donde se mezcla al negror la sucia bruma del día color de callejón.
Con un doble grito, a la noche, te saluda, Crusoe, cuando, subiendo de las letrinas del patio, abres la puerta del pasillo y levantas ante ti el astro precario de tu lámpara. Vuelve su cabeza para volver su mirada.
Hombre de la lámpara, ¿qué quieres de él?... Miras el ojo redondo bajo el polen averiado del párpado; miras el
segundo círculo como un anillo de muerta savia.
Y la pluma enferma se remoja en el acuoso excremento.
¡Oh miseria! Apaga tu lámpara, El pájaro lanza su grito.
EL PARASOL DE PIEL DE CABRA
Está entre el olor agrio del polvo, bajo el alero del granero.
Está bajo una mesa de tres patas: está entre la caja de arena para la gata y el tonel desaherrojado en que se hacina la pluma.

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EL ARCO
Ante los silbos del hogar, transido bajo tu hopalanda
floreada, miras ondular las dulces aletas de la llama.
- Pero un chasquido agrieta la cantante sombra: es tu arco, guindado, que se rompe. Y se abre a todo lo largo de su fibra secreta, como la vaina muerta en las manos del árbol guerrero.
LA SEMILLA
En una maceta la enterraste: la purpúrea semilla adherida a tu traje de piel de cabra.
Y no ha germinado.
EL LIBRO
Y qué queja entonces en boca del lar, una noche de largas lluvias en marcha hacia la ciudad, removía en tu corazón el oscuro nacimiento del lenguaje:
"...De un luminoso exilio - y más lejano ya que la rodante tempestad - ¿cómo guardar las vías, ¡oh Señor! que me
habíais entregado?
"...¿Sólo me dejarás esta confusión de la noche, después de haberme, en un tan largo día, nutrido con la sal de tu
soledad, "testigo de tus silencios, de tu sombra y de tus grandes gritos"?
- Así te quejabas, en la confusión de la noche.
Pero bajo la oscura ventana, ante el lienzo de muro frontero, cuando no podías resucitar el esplendor perdido,
abriendo el Libro, paseabas un desgastado dedo por sobre las profecías, y luego, fija la mirada en el espacio, esperabas el instante de la partida, el levantarse del gran viento que te desellaría de un golpe, como un tifón, partiendo las nubes ante la espera de tus ojos. 
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