SUMARIO
Editorial
Miguel Oscar Menassa
Domingo 5 de octubre
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Emily Dickinson
410
508
601
Rosalía de Castro
En su cárcel de espino y rosas
Aún otra amarga gota en el mar sin orillas
Gabriela Mistral
La otra
Puertas
Alfonsina Storni
La loba
Saludo al hombre
Retrato de un muchacho que se llama Sigfrido
Juana de Ibarbourou
El grito
Ruta
Rosa Chacel
Mariposa nocturna
Oda a la alegría
Libros

Poesía y Psicoanálisis
(1971-1991)

La cosa de la carne (III) (a)
La cosa de la carne (III) (b)
La cosa de la carne (III) (c)
Aforismos
Promoción especial para estudiar psicoanálisis
Curso 2011-2012
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LIBROS

POESÍA Y PSICOANÁLISIS (1971-1991)
Autor: Miguel Oscar Menassa
192 páginas
P.V.P. 20 €

1989 - BUENOS AIRES

SEGUNDO CONGRESO
DE POESÍA Y PSICOANÁLISIS

LA COSA DE LA CARNE

LA CARNE SE REPRIME, SE OCULTA, SE MALTRATA.
LA COSA BUSCA CAUSA, ERRAR, ABRIR CAMINOS.

Viene de Las 2001 Noches nº 131

-¿Cabría en un puño toda la verdad? nos preguntábamos y levantábamos el puño cerrado y así íbamos por la vida, ¡eh, poeta!
Comentó en voz alta Don Artemidoro, cuando la manifestación de los verdes, defendiendo el aire, pasó delante de nuestra ventana.
Yo, con cautela, le dije:
-Sí, lo que el mundo necesita es una buena ecología del alma.
-Los cautos siempre buscan algo que no se termine ni se deteriore.
Esta vez, tampoco, conseguirán nada. Por cada árbol que salvan se mueren cien mil personas.
¡No sé qué irán a hacer con tantos árboles!
Don Artemidoro dejó caer las últimas palabras de su frase envueltas en una sonrisa encantadora, y yo frente a esa sonrisa me sentí verde, de 49 años, un poco pasado, pero verde, infinitamente verde.
Donando mi sangre para que crezcan las flores, invirtiendo mi semen en la reproducción de cipreses, cerrando las fábri-cas para evitar la contaminación, derribando edificios públicos y reemplazándolos por verdes y extensos parques nacionales en plena ciudad, para los niños y así se lo dije:
-A mí, me chifla, lo verde...
Y como Don Artemidoro sostenía su encantadora sonrisa yo intenté planificar la conversación y le dije:
-La libertad individual no es un bien de la cultura, pues la li-bertad individual era máxima antes de toda cultura. ¡Éramos como los pájaros! -dejé caer con intención.
Don Artemidoro reaccionó a la visión de tamaña libertad, pero sin embargo dijo como para sí mismo:
-Quien posee ciencia y arte, también, tiene religión. Quien no posee una ni otra ¡tenga religión!
Al ser mucho más impactado por la religión de Don Artemidoro que por mi propia libertad, tomé ese camino y pregunté:
-¿Las artes marciales son arte o religión?
Don Artemidoro comenzó a reír con energía, con fuerza.
-A Marlem le encantaba hacerme esa pregunta.
Y seguía riendo mientras con el dedo medio de su mano derecha hacía un boquete en la pared y me explicaba:
-La pared tiene una vibración que la sostiene como pared, si mi dedo vibra a la misma intensidad y densidad que la pared, ésta pierde su estabilidad y se desintegra, así de fácil, muchacho, las artes marciales son ciencia.
Don Artemidoro no esperaba que yo le contestara nada, por eso prosiguió:
-Con Marlem nos pasábamos horas hablando de estos temas.
Ella me introdujo sin mucha experiencia pero con suma pasión en la discriminación de los dioses.

Un Dios que está y uno que no está, comenzó una tarde confusamente, un Dios de la cosa y un Dios del espíritu.
Recuerdo que en aquella oportunidad sin darme cuenta mucho lo que quería decir le dije sin entusiasmo:
-Un Dios presente por producirse cada vez y un Dios oculto que siempre reside más allá.
-Tal vez -me respondió Marlem, mientras me besaba con cierta distancia las nalgas.
-Tal vez -le respondí yo y, ese día, lo dejamos ahí.
-¡Ah! -dije yo, sobrando- ¿hablaban de eso con Marlem?
Don Artemidoro no replicó nada y nos quedamos en silencio. A mí, estando con este hombre, me pasaba que en el silencio me veía obligado a hablar y si no lo hacía los recuerdos me transportaban a otro tiempo:
Yo, también, tuve grandes amores. Yo, también, amé espléndidas mujeres y mantenía con ellas profundas conversaciones.
Dios, por ejemplo, fue lo más importante con Ágata, la misionera.
¡Ella sí, que amaba a Dios!
Cuando me regaló el Colt 38, me dijo con bondad cristiana:
-Si lo sabes usar, Dios te protegerá y si no lo sabes usar, Dios seguirá existiendo, pero ya no te protegerá.
¡Ágata sí, amaba a Dios!
-¿Tú eres cristiano, muchacho?
En principio, la pregunta de Don Artemidoro me pareció inapropiada para el momento de mis recuerdos pero igual intenté una respuesta.
-Bueno -balbuceé y, luego con más entusiasmo le dije:
-Ágata, la misionera, era cristiana y guerrillera. Una tarde, después de tocar el cielo con nuestros cuerpos le pregunté:
-¿Por qué luchas por el pueblo?
Y ella con una sonrisa celestial me respondió:
-Yo no peleo por el pueblo, yo peleo para que nuestro Dios cristiano, relegado por el Dios del capitalismo, vuelva a encontrar su lugar.
-Con Marlem, hablábamos de muchas cosas, también, de Dios -dijo con entusiasmo Don Artemidoro-. Un día, tratando de tomar contacto con Dios nos pasamos toda una noche haciendo el amor en el jardín y nuestros líquidos orgánicos se mezclaban con la tierra y el aire nocturno.
Esa noche no recibimos ninguna señal de su existencia, pero al otro día, sobre la huella de nuestros cuerpos en la tierra crecieron rojas rosas encarnadas y Marlem, con dulzura extrema me dijo:
-¿Viste?
Yo en aquella oportunidad no le dije nada pero recordé con intensidad que Marlem, ciertas tardes de goce inolvidable, siempre daba las gracias y, también, le daba las gracias a Dios y cuando yo le pregunté haciéndome el celoso, si era con ÉL y no conmigo que gozaba, Marlem me respondió, tranquilamente:
-¿Viste? Dios está en todas partes.
Como Don Artemidoro se quedó en silencio y perdió, un algo, su mirada yo me animé a preguntarle:
-¿Conversando con Dios?
-No, exactamente, estaba pensando que el Dios de Marlem y de su amiga Ágata, son el mismo Dios, algo las trasciende y eso es Dios.
A pesar de que no me parecía mal que hubiera un único Dios trascendente, igual recuerdo haberle preguntado:
-¿Y usted qué cree. Acaso que Dios está en la cosa misma? Don Artemidoro no se dio por preguntado y siguió diciendo:
-Ese Dios trascendente, eso es lo que goza, un algo más allá del cuerpo de la cosa. Era por eso que su Ágata a pesar de llevar adelante una guerra santa, se confundía con una guerri-llera luchando por el pueblo, porque el Dios contra el cual luchaba, es el goce de la cosa y la mujer no ama el cuerpo, la mujer es cristiana. Por eso lucha contra el capitalismo, contra la burguesía, aunque ella misma sea eso.
-¡Ah! comprendo -le dije- los verdes son un puñado de dioses.
-Bueno, no quise decir tanto, respondió con celeridad Don Artemidoro, yo sólo quería decir que hay dos dioses, uno del goce de la mujer y otro del goce de la cosa...
Yo, riendo a más no poder por la ocurrencia, dejé escapar:
-Así, que dos dioses, uno del amor fuera de sí, la mujer y otro Dios de la cosita. ¡Eh! Don Artemidoro, un Dios de la pija. Usted es un genio.

(sigue...)


Yo pecador de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 40x50 cm.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA