RAFAEL ALBERTI
España, 1902 |
11
¡Ay, a este verde toro
le están achicharrando, ay, la sangre!
Todos me lo han cogido de los cuernos
y que quieras que no me lo han volcado
por tierra, pateándolo,
extendiéndolo a golpes de metales candentes,
sobre la mar hirviendo.
Verde toro inflamado, ¡ay, ay!
que llenas de lamentos e iluminas, helándola,
esta desventurada noche
donde se mueven sombras ya verdaderamente sombras,
o ya desencajadas sombras vivas
que las han de tapar también las piedras.
¡Ay verde toro, ay,
que eras toro de trigo,
toro de lluvia y sol, de cierzo y nieve,
triste hoguera atizada hoy en medio del mar,
del mar, del mar ardiendo!
12
La muerte estaba a mi lado,
la muerte estaba a tu lado.
La veía
y la veías.
Sonaba en todo la muerte,
llamaba a todo la muerte.
La sentía
y la sentías.
No quiso verme ni verte.
15
El soldado soñaba, aquel soldado
de tierra adentro, oscuro: -Si ganamos
la llevaré a que mire los naranjos,
a que toque la mar, que nunca ha visto,
y se le llene el corazón de barcos.
Pero vino la paz. Y era un olivo
de interminable sangre por el campo.
16
¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis
con tan despavorido pensamiento
y en aterrado y silencioso viento
sin sonido mi nombre pronunciáis?
¿Quiénes y qué pedís y qué gritáis
y qué se muere en tan remoto acento;
quiénes con tan callado llamamiento
los huesos de la piel me desclaváis?
Saben los dientes a palabra helada,
la lengua muerta a fallecido espanto
y el corazón a pulso enmudecido.
La piel de toro fluye ensangrentada,
fluye la mar un seco mar de llanto...
... y quienes me llamaban ya se han ido.
20
Querías despertarte, pobre toro,
abrumada de nieblas la cabeza.
Querías sacudir la hincada cola
y el obligado párpado caído refrescarlo en el mar,
mojándote de verde las pupilas.
Resollabas de sangre, rebosado, abarcado,
oprimido de noche y de terrores,
bramando por abrir una brecha en el cielo
y sonrosarte un poco de dulce aurora
los despoblados ramos de tus astas.
Gaviotas amarillas
y despistados pájaros de tierra
tejían sobre ellas
silenciosas coronas de silbos tristes y alas.
Niños muertos perdidos rodaban los delfines
por tus desfallecidas riberas
de lagares y aceite derramados,
mientras que tú, alejándote,
dejabas en mis ojos el deseo
de alzarte de rodillas sobre el mar,
encendiendo otra vez sobre tu lomo
el sol, la luna, el viento y las estrellas.
(Estrecho de Gibraltar)
22
Te oigo mugir en medio de la noche
por encima del mar, también bramando.
Y salgo a oírte, sin dominio, a tientas,
a ver entre la helada y el sonoro
crecimiento tranquilo de los pastos
cómo va descendiendo hasta mi inmóvil
desolación ese desierto tuyo,
ese arenal de muertos
que sopla de tu voz sobre las sombras.
27
Abrí la puerta.
En donde no había camino,
vi una vereda.
Anduve.
Anduve, y a los dos lados,
bien dormido, iba sembrando:
al uno, pasto de plata;
al otro, dorado.
Cuando volvía,
como una sombra, vi un toro,
llorando.
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Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2618)
29
Cornearás aún y más que nunca,
desdoblando los campos de tu frente,
y salpicando valles y laderas
te elevarás de nuevo toro verde.
Las aldeas
perderán sus senderos para verte.
Se asomarán los hombros de los ríos,
y las espadas frías de las fuentes
manos muertas harán salir del suelo,
enramadas de júbilo y laureles.
Los ganados
perderán sus pastores para verte.
Te cantarán debajo tus dos mares,
y para ti los trigos serán puentes
por donde saltes, nuevo toro libre,
dueño de ti y de todo para siempre.
Los caminos
perderán sus ciudades para verte.
Mens non exulat.
Ovidio
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AQUÍ, DONDE CON MANO
DESTERRADA
Aquí, donde con mano desterrada
y corazón en vuelo hacia castillos
de una ardiente verdad desmantelada,
vivo escuchando el césped e injertando
al rosal mirlos amarillos,
amaneciendo en cuanto voy tocando;
decrezco ante el mañana y el ahora
que a las yedras descorren las ruinas
con su verde humedad devastadora,
y pienso: Era de musgos y verdines,
de sigilosas plantas serpentinas,
invadiendo poblados y jardines.
¿Es que quizás sonó para el planeta
el clarín de las zarzas y los cardos
y le llegó su fin a la violeta,
firmándose una ley marcial, oscura,
contra las azucenas y los nardos,
bajo la yedra alzada en dictadura?
Decidme: En tanto muro derruido,
en tanto pobre umbral sin aposento,
en tanto triste espacio sorprendido
y en tanto sueño amontonado en piedras,
¿ha de extender el desabrido viento
la colgadura helada de las yedras?
¡No, no! Zumben los picos, y las palas
con el azadón canten y repiquen.
El porvenir no es suyo. Nuevas alas
hay en las manos que lo justifiquen.


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