SUMARIO
Miguel Oscar Menassa
Hay almas que hasta que no se las invente no se las conocerá (I)
Hay almas que hasta que no se las invente no se las conocerá (II)
Hay almas que hasta que no se las invente no se las conocerá (III)
Alberto Szpunberg
Apuntes
Parábolas
Navegaciones Naufragios Andanzas
Vicente Huidobro
Adán en la montaña
Esta cabeza paseando por el mundo
Mario Trejo
Con las espumas hacia el sur
Socios de Honor
Carnaval de la Tercera Edad
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ALBERTO SZPUNBERG

Argentina, 1940

APUNTES

I

Es así, como la lluvia en la tarde,
nunca termino de llegar al fondo de tus ojos.
Demasiado dolor para hablar sueltamente del futuro,
cuando el húmedo brillo de la corteza huele a un bosque
crecido de golpe en el corazón del invierno, esta tarde,
esos muertos.

Pero a qué abrazarme sino a ti, contra qué ventana
ver los hilos de la lluvia sino en tus ojos,
desde qué espera, bajo qué silencio.

¿A qué huele la tibieza de tu abrigo de lana
si no a esta lluvia, si no a ti misma,
tejida y desflecándose en el aire de la tarde?

En la hornalla ronronea el agua.
Encendamos un cigarrillo en su fuego y fumemos tranquilos:
existes, vivimos, y creo que te amo.

II

Y digo "creo" porque no sé, nunca sabré.
Como si te dijera: he visto esta mañana dos o tres hojas
amarillas que se agitaban en el árbol, un árbol,
pura fragilidad, inminente pero delicada, en el aire frío
de diciembre.
Como si te dijera: esta mañana salí al balcón y, a mis
pies, la parra era una espesura macilenta recorrida
apenas por el susurro de las voces,
no sólo esas ahogadas brutalmente sobre la tierra, pero
también esas voces ahogadas brutalmente sobre la
tierra.
Entonces, ¿dónde empezó el encuentro, no de un
cuerpo sobre otro sino de una sombra en la otra o
del aire con el aire o de una mirada hacia la otra?
¿en qué momento de ayer -¿de qué ayer?- dejamos de
ver las cosas para adivinarnos, a tientas, uno en el
otro y en los otros, o sea, válida luz esta luz la del
presentimiento?
¿a la mañana de qué día hemos llegado o vuelto cuando
nos inunda el mar azul, y los barcos pudriéndose
sobre la arena, y el olor a historias de hombres sin
otra historia que el tiempo justo para vivir y morir?
Desde la ventanilla del tren se alcanza a ver la vieja
casona donde la hiedra es un fino trazo sobre los
altos muros.
Es un resplandor fugaz, muy fugaz, que ilumina tu perfil
dorado por el sol.
¿El sol? Sí, creo que es el sol.

III

"Como si te dijera", o sea, todo esto es un decir,
también este poema.
Por ejemplo: esta mañana pude descubrir en el perfil
de la montaña un gesto que es tuyo, sobre todo
cuando observo tu rostro contra el cielo, y ambos tan
inasibles.
Pero no pensaba en ti, sino en la montaña, allá arriba
donde el cielo también es inasible,
allá en lo alto de esa ola que no deja de avanzar en su
tiempo, el mismo que empuja en el fondo de todos
nuestros días.
Pero detenida para nosotros en el horizonte, podemos
encontrar nuestro camino en relación con ella, su
soledad,
tu gesto ese que tampoco deja de empujar y empujar
en el fondo de todos mis días, mis mañanas, mis
silencios.
Como si te dijera: no pensando en ti sino en la
montaña pude pensar que te encontraré y
hablaremos,
aun sabiendo que tu voz me distrae de todo lo que
dices.
Como si te dijera: entre palabra y palabra, el poema
vuelve a ser un juego inocente.
IV
Sí, también "allá arriba", en la montaña, "el cielo es
inasible",
menos en estas tardes en que toda la lluvia parece bajar
lentamente a posarse en su cabeza,
menos en estas tardes -ya sé, ya sé, "esos muertos" -en
que la lluvia se asoma al ventanal de la casona y
humedece la corteza del árbol que la cubre.
Sólo a su puerta recostaría mi cabeza sobre tu hombro
y te diría: "he caminado mucho, tengo hambre y sed".

V

No se trata de la tierra, pensaba, sino del oscuro
corazón de la memoria,
esta sombra socavando antes y ahora la sonrisa que
curva sospechosamente tus labios, la húmeda
hondura de tus ojos: "esta tarde, esos muertos".
Mis dedos entre tus cabellos no destejen toda la
tristeza ni toda la alegría, pensaba decirte, siempre
inseparables e infinitas,
como tu perfil contra el cielo, pensaba, como el
trazo firme de tu perfil contra la transparencia de
diciembre, pensaba,
pero "hasta la alegría de los chicos entristece" son tus
palabras
y tus palabras son toda tu voz, sin distracciones,
como si de pronto la poesía fuera este poema, este
juego inocente donde también cabe la muerte, sin
distracciones,
y ahora, ¿cómo saberte sobre la tierra sin esta caída
agazapada debajo de tus huellas?
y antes, ¿cómo amar tu perfil contra el cielo sin tentar
el vacío?

VI

Pero fumemos tranquilos, también en la casona de altos
muros -"fugaz, muy fugaz"- alguien se inclina sobre
la hornalla y enciende un cigarrillo,
también los días que vendrán palpitan en este oscuro
corazón.

Para asirte, sólo y apenas la yema de los dedos:
sólo del aire la caricia aprende a contenerte.

 

VII

Aprendí de tu desnudez
la tarde en que supe lo que ella tiene que ver con el olor
de la lluvia.

Ahora que llueve, aprendo de la lluvia,
íntima y transparente como tu desnudez en la tarde.

Huele a tierra, a hojas, a tristeza, a tu rostro, y sin embargo,
todo lo que se puede decir sobre la lluvia son palabras:
lo único cierto ella misma lo dice contra la ventana,
contra el vidrio empañado donde sólo es posible dibujar
tu nombre.

Sí, ya escucho, "en la hornalla ronronea el agua", afuera
anochece.
Miro cómo comienzan a llorar tus letras y callo:
la única manera de amarte ahora es callar y oír.

VIII

Nunca dices toda la verdad, nunca mientes.
Como si dijera: el ruido de las ramas agitándose no es el
viento,
el ronroneo del agua en la hornalla no es la tibieza,
ni siquiera tu cabeza sobre mi hombro es tu presencia,
pero todo lo que ocurre entre hoja y hoja ocurre en la raíz
y la taza de té que enfrían tus manos no ocurre sólo
entre tus manos.

Como si dijera: nada hace pensar que es así, pero todo
lo confirma,
hasta tus destellos de sombra con que me iluminas.
Nunca dices toda la verdad: siempre existes.

IX

Las manos sobre tu rostro, los labios bajo tus besos,
creí "llegar al fondo de tus ojos" y no volver, o sea, no
llegar:
¿nunca habré caminado lo suficiente para apoyar mi cabeza
sobre tu hombro y rehacer el camino:
la hilera de pinos trepando la montaña, un adiós casi,
un gesto tuyo,
y el ocre macilento donde el futuro es sólo una semilla
arrojada al rigor del invierno?
En realidad, estoy triste: en realidad, no estoy triste;
en realidad, toda verdad es arrojada siempre al rigor y
sabe a despedida;
en realidad, te miro a los labios y espero:
ahora mi silencio ya no es lo que callo sino las palabras
que me faltan,
también esta humildad es otra forma de creer que te amo.

X

Esta charla queda que continúa el silencio y es
continuada en silencio, quedamente:
ahora sé que también puede ser verte partir,
no el abandono sino los graves movimientos de la luz
que nos transita y transitamos,
sabios gestos del aire que anima nuestra tibieza y nos
traspasa,
su gracia imprevista al hacernos íntimos de la tarde, más
exactamente: dolor de la belleza de la tarde,
"esta tarde" toda cielo que envuelve tu cabeza pensativa.
Mi mano roza tu sonrisa, se deja tentar hacia la derrota
del miedo.

XI

Hay un hombre que contempla la vieja hiedra y busca
una palabra que no encuentra,
toma del suelo una hoja caída y sueña con la palabra
que no encuentra esa palabra,
la hoja -"dos o tres hojas"- es quebradiza y cruje entre
las manos de un hombre como si fuera la palabra que
busca y que no encuentra,
pero sólo tiene los bordes rojizos como el atardecer,
"esa tarde" en que hay un hombre que busca una
palabra, esa palabra, y no la encuentra.
Mira la tierra, el muro rugoso bajo el sol -"creo que es
el sol"-, pero es otra la palabra que no encuentra:
¿será tu nombre que él no sabe y yo creo saber,
cualquiera de estas palabras que él no lee y yo creo
escribir?
A través de las hojas de la hiedra el hombre cree ver la
palabra que no encuentra,
pero son las nubes de bordes rojizos como la hoja en el
atardecer, "esta tarde" en que hay un hombre que
busca una palabra y no la encuentra, "esos muertos"
esa palabra.
Vendrá la noche y el hombre se sentará al pie de la
hiedra agobiado por la palabra que no encuentra,
se dormirá soñando con la palabra que no encuentra,
y se despertará balbuceando inúltilmente esa palabra que
no encuentra,
y volverá a casa -"la vieja casona donde la hiedra es un
fino trazo sobre los altos muros" -y encenderá la
hornalla pensando en la palabra que no encuentra,
"esta tarde", esa palabra,
se inclinará a encender un cigarrillo y yo escribiré “el
agua ronronea” y tú leerás “El agua ronronea” y él
oirá que el agua ronronea.
Sin saber por qué -"porque no sé, nunca sabré" -recién
entonces el hombre podrá fumar tranquilo, "esta tarde",
esta misma- sí, "ya sé, ya sé, esos muertos"-
en que hay otro hombre que busca una palabra y no
la encuentra.
Como si otro hombre dijera: "tu voz me distrae de todo
lo que dices",
como si otro hombre dijera: "de pronto tus palabras",
como si siempre otro hombre dijera la palabra, tu
nombre quizás, este silencio.

ESCUELA DE POESÍA
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