CANTO
PARA UN EQUINOCCIO
La otra tarde tronaba, y sobre la tierra de
tumbas yo oía re-sonar
esa respuesta al hombre, que fue breve, y que
no fue sino estrépito.
Amiga, el aguacero del cielo estuvo con nosotros,
la noche de Dios fue nuestra intemperie,
y el amor, en todas partes, se remontaba hacia
sus fuentes.
Lo sé, lo he visto: la vida se remonta
hacia sus fuentes, el relámpago recoge
sus utensilios en las canteras abandonadas,
el polen amarillo de los pinos se acumula en
las esquinas de las terrazas,
y la semilla de Dios se dirige hacia el mar
para unirse a las capas
malvas del placton.
Dios el disperso nos reúne en la diversidad.
*
Señor, Dueño del suelo, mira cómo
nieva, cómo el cielo está sin contraste,
la tierra libre de toda enjalma:
tierra de Set y de Saúl, de Che Huang-ti
y de Keops.
La voz de los hombres está en los hombres,
la voz del bronce
en el bronce, y en algún lugar del mundo
donde el cielo quedó sin voz y el siglo
no estuvo alerta,
nace en el mundo un niño cuya raza y cuyo
rango no conoce ninguno, y el genio llama con
glopes seguros en los lóbulos de una frente
pura.
Oh Tierra, madre nuestra, no te inquietes por
esa ralea: el siglo está dispuesto, el
siglo es turbamulta, y la vida sigue su curso.
Se alza en nosotros un canto que no ha conocido
su origen y que no tendrá estuario en
la muerte.
Equinoccio de una hora entre la Tierra y el
hombre.
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NOCTURNO
Ya están maduros esos frutos de un receloso
destino. Surgidos de nuestro sueño, alimentados
con nuestra sangre, ellos, que obsesionaban la
púrpura de nuestras noches, son los frutos
del largo afán, son los frutos del largo
deseo, fueron nuestros cómplices más
secretos y, a menudo próximos a la confesión,
nos empujaban a sus metas fuera del abismo de
nuestras noches... ¡Favor a la luz del
día! Ya están maduros y bajo la
púrpura esos frutos de un imperioso destino
-No los encontramos de nuestro agrado.
¡Sol del ser, traición! ¿Dónde
estuvo el fraude, dónde la ofensa? ¿Dónde
estuvieron la culpa y la tara y cuál es
el error? ¿Volveremos a coger el tema
desde su nacimiento? ¿Reviviremos la fiebre
y el tormento?... Majestad de la rosa, no nos
contamos entre tus devotos: hacia algo más
amargo va nuestra sangre, hacia algo más
severo nuestros afanes, inseguros son nuestros
caminos y profunda es la noche en que se alejan
nues-tros dioses. Rosas caninas y zarzas negras
pueblan para nosotros las orillas del naufragio.
Ya están madurando esos frutos de otra
orilla. “¡Sol del ser, cúbreme!” -palabra
del tránsfuga. Y los que lo hayan visto
pasar dirán: ¿quién fue
ese hombre y cuál su morada? ¿Iba
solitario bajo la luz del día para mostrar
la púrpura de sus noches?... ¡Sol
del ser, príncipe y Señor! Nuestras
obras están dispersas, nuestras tareas
sin honor y nuestros trigos sin cosecha: la gavilladora
espera al pie del atardecer-. Ya están
teñidos de nuestra sangre esos frutos
de un tormentoso destino.
Con su paso de gavilladora, se va la vida sin
odio ni rescate.
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