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SAINT-JOHN PERSE

Guadalupe (Colonia francesa), 1902

ANABASIS

I

Estableciéndome con honor sobre tres grandes estaciones, tengo buenos auspicios para la tierra donde fundé mi ley.
Las armas por la mañana son hermosas, y el mar. La tierra sin almendras, entregada a nuestros caballos,
nos otorga este cielo incorruptible. Y no se nombra al sol, mas su poder se halla entre nosotros,
y el mar en la mañana como una presunción del espíritu.

¡Tú cantabas, poder, en nuestras rutas nocturnas!... en los idus puros de la mañana, ¿qué sabemos del sueño, nuestra herencia?
¡Durante un año aún entre vosotros! ¡Dueño del grano, dueño de la sal, y la cosa pública sobre justas balanzas!
No llamaré a las gentes de otra orilla. No trazaré
grandes distritos de ciudades sobre las laderas con el azúcar de los corales.
Mas mi designio es vivir entre vosotros.
¡En el umbral de las tiendas toda gloria! ¡Mi fuerza entre vosotros! Y la idea pura como una sal celebra sus audiencias en medio de la luz.

*

...Mas yo rondaba por la ciudad de vuestros sueños y establecía en los mercados desiertos ese puro comercio de mi alma, entre vosotros
invisible y frecuente como una fogata de espinos bajo el viento.
¡Tú cantabas, poder, en nuestras rutas espléndidas!... “En la delicia de la sal se hallan todas las lanzas del espíritu... ¡Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!

A quien no ha bebido, alabando la sed, el agua de las arenas en un casco,
poco crédito le concedo en el comercio del alma...” (Y no se nombra al sol, mas su poder se halla entre nosotros.)

Hombres, gentes del polvo y de toda condición, gentes de ocio y de negocio, gentes de los confines y gentes de más allá, oh gentes de poco peso en la memoria de estos lugares; gentes de los valles y de las mesetas y de las más altas laderas de este mundo en la prescripción de nuestras orillas; husmeadores de signos, de semillas, y confesores de vientos al Oeste; seguidores de pistas, de estaciones, alzadores de campamentos en la brisa del alba; oh buscadores de puntos de agua sobre la corteza del mundo; oh buscadores, oh descubridores de razones para po-nerse en marcha,
no traficáis con una sal más fuerte cuando, por la mañana, en un presagio de reinos y de aguas muertas altamente suspendidas sobre las humaredas del mundo, los tambores del exilio despiertan en las fronteras a la eternidad que bosteza en las arenas.

*

...Con un vestido puro entre vosotros. Durante un año aún entre vosotros. “¡Mi gloria está sobre los mares, mi fuerza está entre vosotros!
Prometida a nuestros destinos esa brisa de otras orillas y, llevando más lejos las semillas del tiempo, el resplandor de un siglo en su cima sobre el astil de las balanzas...”.
¡Matemáticas suspendidas en los témpanos de la sal! ¡En el punto sensible de mi frente donde se establece el poema, inscribo este canto de todo un pueblo, el más ebrio,
llevando a nuestros astilleros quillas inmortales.

 

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Miguel Oscar Menassa

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El confín del tiempo de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 81x60 cm.

CRÓNICA

II

Mentías, vejez: camino de brasa y no de cenizas... Con el rostro ardiente y el alma alta, ¿hacia qué exceso seguimos corriendo ahora? El tiempo que mide el año no es la medida de nues-tros días. No tenemos comercio con lo menor ni lo peor. Para nosotros la turbulencia divina en su último remolino...

Vejez, henos aquí en nuestros caminos sin límites. ¡Chasquidos del látigo en todos los desfiladeros! ¡Y un grito altísimo sobre la altura! Y ese gran viento de fuera a nuestro encuentro, que curva al hombre sobre la piedra como el arado sobre la gleba.

Te seguiremos, ala del atardecer... ¡Dilatación del ojo en los basaltos y en los mármoles! La voz del hombre está sobre la tierra, la mano del hombre está en la piedra y extrae un águila de su noche. Pero Dios calla en la fecha de hoy; y nuestra cama no está hecha en la extensión ni la duración.

Oh Muerte ataviada con el guantelete de marfil, en vano cruzas nuestras sendas empedradas de huesos, pues nuestro camino va más lejos. El escudero mal trajeado de huesos a quien damos albergue y que nos sirve a sueldo, desertará esta noche en el recodo del camino.

Y queda esto por decir: vivimos de ultramuerte y hasta de muerte viviremos. Pasaron los caballos que corrían al osario, con la boca todavía fresca de las salvias de la tierra. Y la granada de Cibeles tiñe aún con su sangre la boca de nuestras mujeres.

Nuestro reino es del crepúsculo, ese gran resplandor de un Siglo hacia su cima; no tenemos consejos reales ni campos de batalla, sino todo un despliegue de telas sobre las laderas, extendiendo en largos dobleces esos grandes montones de luz ama-rilla que los Mendigos del atardecer reúnen desde tan lejos, como sederías de Imperio y sedas crudas de tributo.

Estábamos cansados del dedo de tiza bajo la ecuación sin dueño... Y vosotros, nuestros grandes Mayores, que en vuestras rígidas vestiduras descendéis las rampas inmortales con vues-tros grandes libros de piedra, os hemos visto mover los labios en la claridad del atardecer: no habéis dicho la palabra que crezca y nos asista.

Lucina errante sobre las aguas para el alumbramiento de las obras de la mujer, hay otros nacimientos hacia donde llevar tus lámparas... Y Dios el ciego brilla en la sal y en la piedra negra, obsidiana o granito. Y la rueda gira entre nuestras manos, como en el tambor de piedra del Azteca.

V

Henos aquí, vejez. Encuentro fijado, desde hace tiempo, con esta hora llena de sentido.

La tarde cae y nos trae de vuelta con nuestras capturas de alta mar. Ninguna losa familiar donde resuenen pasos de hombre. Ninguna morada en la ciudad ni patio pavimentado de rosas de piedra bajo las bóvedas sonoras.

Es hora de quemar los viejos cascos cargados de algas de nues-tros navíos. La Cruz del Sur está sobre la Aduana; el rabihorcado ha vuelto a las islas; el águila arpía está en la jungla, con el mono y la ampalagua. Y el estuario es inmenso bajo la carga del cielo.

Vejez, mira nuestras ganancias: vanas son, y libres están nuestras manos. El trayecto está hecho y no está hecho; la cosa está dicha y no está dicha. Y volvemos cargados de noche, sabiendo de nacimiento y de muerte más de lo que enseña el sueño del hombre. Tras el orgullo, he aquí el honor, y esta claridad del alma floreciente en la espada grande y azul.

Fuera de las leyendas del sueño, toda esta inmensidad del ser y esta profusión del ser, toda esta pasión de ser y todo este poder de ser, ¡ah todo este gran soplo viajero que levanta bajo sus talones, con el vuelo de sus largos pliegues -gran perfil en marcha sobre el vano de nuestras puertas- el tránsito veloz de la Virgen nocturna!

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA