-No sabría
decirlo. Nunca he hecho la cuenta, porque la "porción" no
tiene importancia. Un escritor necesita tres
cosas: experiencia, observación e imaginación.
Cualesquiera dos de ellas, y a veces una puede
suplir la falta de las otras dos. En mi caso,
una historia generalmente comienza con una sola
idea, un solo recuerdo o una sola imagen mental.
La composición de la historia es simplemente
cuestión de trabajar hasta el momento
de explicar por qué ocurrió la
historia o qué otras cosas hizo ocurrir
a continuación. Un escritor trata de crear
personas creíbles en situaciones conmovedoras
creíbles de la manera más conmovedora
que pueda. Obviamente, debe utilizar, como uno
de sus instrumentos, el ambiente que conoce.
Yo diría que la música es el medio
más fácil de expresarse, puesto
que fue el primero que se produjo en la experiencia
y en la historia del hombre. Pero puesto que
mi talento reside en las palabras, debo tratar
de expresar torpemente en palabras lo que la
música pura habría expresado mejor.
Es decir, que la música lo expresaría
mejor y más simplemente, pero yo prefiero
usar palabras, del mismo modo que prefiero leer
a escuchar. Prefiero el silencio al sonido, y
la imagen producida por las palabras ocurre en
el silencio. Es decir, que el trueno y la música
de la prosa tienen lugar en el silencio.
-Usted dijo que la experiencia, la observación
y la imaginación son importantes para el
escritor. ¿Incluiría usted la inspiración?
-Yo no sé nada sobre la inspiración,
porque no sé lo que es eso. La he oído
mencionar, pero nunca la he visto.
-Se dice que usted como escritor está obsesionado
por la violencia.
-Eso es como decir que el carpintero está obsesionado
con su martillo. La violencia es simplemente una
de las herramientas del carpintero. El escritor,
al igual que el carpintero, no puede construir
con una sola herramienta.
-¿Puede usted decir cómo empezó su
carrera de escritor?
-Yo vivía en Nueva Orleáns, trabajando
en lo que fuera necesario para ganar un poco de
dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood
Anderson. Por las tardes solíamos caminar
por la ciudad y hablar con la gente. Por las noches
volvíamos a reunirnos y nos tomábamos
una o dos botellas mientras él hablaba y
yo escuchaba. Antes del mediodía nunca lo
veía. Él estaba encerrado, escribiendo.
Al día siguiente volvíamos a hacer
lo mismo. Yo decidí que si esa era la vida
de un escritor, entonces eso era lo mío
y me puse a escribir mi primer libro. En seguida
descubrí que escribir era una ocupación
divertida. Incluso me olvidé de que no había
visto al señor Anderson durante tres semanas,
hasta que él tocó a mi puerta -era
la primera vez que venía a verme- y me preguntó: "¿Qué sucede? ¿Está usted
enojado conmigo?". Le dije que estaba escribiendo
un libro. Él dijo: "Dios mío",
y se fue. Cuando terminé el libro, La paga
de los soldados, me encontré con la señora
Anderson en la calle. Me preguntó cómo
iba el libro y le dije que ya lo había terminado.
Ella me dijo: "Sherwood dice que está dispuesto
a hacer un trato con usted. Si usted no le pide
que lea los originales, él le dirá a
su editor que acepte el libro". Yo le dije "trato
hecho", y así fue como me hice escritor.
-¿Qué tipo de trabajo hacía
usted para ganar ese "poco dinero de vez en
cuando"?
-Lo que se presentara. Yo podía hacer un
poco de casi cualquier cosa: manejar lanchas, pintar
casas, pilotar aviones. Nunca necesitábamos
mucho dinero porque entonces la vida era barata
en Nueva Orleáns, y todo lo que quería
era un lugar donde dormir, un poco de comida, tabaco
y whisky. Había muchas cosas que yo podía
hacer durante dos o tres días a fin de ganar
suficiente dinero para vivir el resto del mes.
Yo soy, por temperamento, un vagabundo y un golfo.
El dinero no me interesa tanto como para forzarme
a trabajar para ganarlo. En mi opinión,
es una vergüenza que haya tanto trabajo en
el mundo. Una de las cosas más tristes es
que lo único que un hombre puede hacer durante
ocho horas, día tras día, es trabajar.
No se puede comer ocho horas, ni beber ocho horas
diarias, ni hacer el amor ocho horas… lo único
que se puede hacer durante ocho horas es trabajar.
Y esa es la razón de que el hombre se haga
tan desdichado e infeliz a sí mismo y a
todos los demás.
-Usted debe sentirse en deuda con Sherwood Anderson,
pero, ¿qué juicio le merece como
escritor?
-Él fue el padre de mi generación
de escritores norteamericanos y de la tradición
literaria norteamericana que nuestros sucesores
llevarán adelante. Anderson nunca ha sido
valorado como se merece. Dreiser es su hermano
mayor y Mark Twain el padre de ambos.
-Y, ¿en cuanto a los escritores europeos
de ese período?
-Los dos grandes hombres de mi tiempo fueron
Mann y Joyce. Uno debe acercarse al Ulysses de
Joyce como el bautista analfabeto al Antiguo
Testamento: con fe.
-¿Lee usted a sus contemporáneos?
-No; los libros que leo son los que conocí y
amé cuando era joven y a los que vuelvo
como se vuelve a los viejos amigos: El Antiguo
Testamento, Dickens, Conrad, Cervantes… leo
el Quijote todos los años, como algunas
personas leen la Biblia. Flaubert, Balzac -éste último
creó un mundo propio intacto, una corriente
sanguínea que fluye a lo largo de veinte
libros-, Dostoyevski, Tolstoi, Shakespeare. Leo
a Melville ocasionalmente y entre los poetas a
Marlowe, Campion, Jonson, Herrik, Donne, Keats
y Shelley. Todavía leo a Housman. He leído
estos libros tantas veces que no siempre empiezo
en la primera página para seguir leyendo
hasta el final. Sólo leo una escena, o algo
sobre un personaje, del mismo modo que uno se encuentra
con un amigo y conversa con él durante unos
minutos.
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DE POESÍA
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y Coordina: Miguel Oscar Menassa
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-¿Y
Freud?
-Todo el mundo hablaba de Freud cuando
yo vivía en Nueva Orleáns, pero nunca
lo he leído. Shakespeare tampoco lo leyó y
dudo que Melville lo haya hecho, y estoy seguro de
que Moby Dick tampoco.
-¿Lee usted novelas policíacas?
-Leo a Simenon porque me recuerda
algo de Chéjov.
-¿Y sus personajes favoritos?
-Mis personajes favoritos son Sarah
Gamp: una mujer cruel y despiadada, una borracha oportunista,
indigna de confianza, en la mayor parte de su carácter
era mala, pero cuando menos era un carácter;
la señora Harris, Falstaf, el Príncipe
Hall, don Quijote y Sancho, por supuesto. A lady Macbeth
siempre la admiro. Y a Bottom, Ofelia y Mercucio. Este último
y la señora Gamp se enfrentaron con la vida,
no pidieron favores, no gimotearon. Huckleberry Finn,
por supuesto, y Jim. Tom Sawyer nunca me gustó mucho:
un mentecato. Ah, bueno, y me gusta Sut Logingood,
de un libro escrito por George Harris en 1840 ó 1850
en las montañas de Tenesí. Lovingood
no se hacía ilusiones consigo mismo, hacía
lo mejor que podía; en ciertas ocasiones era
un cobarde y sabía que lo era y no se avergonzaba;
nunca culpaba a nadie por sus desgracias y nunca maldecía
a Dios por ellas.
-Y, ¿en cuanto a la función
de los críticos?
-El artista no tiene tiempo para
escuchar a los críticos. Los que quieren ser
escritores leen las críticas, los que quieren
escribir no tienen tiempo para leerlas. El crítico
también está tratando de decir: "Yo
pasé por aquí". La finalidad de
su función no es el artista mismo. El artista
está un peldaño por encima del crítico,
porque el artista escribe algo que moverá al
crítico. El crítico escribe algo que
moverá a todo el mundo menos al artista.
-Entonces, ¿usted nunca siente
la necesidad de discutir sobre su obra con alguien?
-No; estoy demasiado ocupado escribiéndola.
Mi obra tiene que complacerme a mí, y si me
complace entonces no tengo necesidad de hablar sobre
ella. Si no me complace, hablar sobre ella no la hará mejor,
puesto que lo único que podrá mejorarla
será trabajar más en ella. Yo no soy
un literato; sólo soy un escritor. No me da
gusto hablar de los problemas del oficio.
-Los críticos sostienen que
las relaciones familiares son centrales en sus novelas.
-Esa es una opinión y, como
ya le dije, yo no leo a los críticos. Dudo que
un hombre que está tratando de escribir sobre
la gente esté más interesado en sus relaciones
familiares que en la forma de sus narices, a menos
que ello sea necesario para ayudar al desarrollo de
la historia. Si el escritor se concentra en lo que
sí necesita interesarse, que es la verdad y
el corazón humano, no le quedará mucho
tiempo para otras cosas, como las ideas y hechos tales
como la forma de las narices o las relaciones fami-liares,
puesto que en mi opinión las ideas y los hechos
tienen muy poca relación con la verdad.
-Los críticos también
sugieren que sus personajes nunca eligen conscientemente
entre el bien y el mal.
-A la vida no le interesa el bien
y el mal. Don Quijote elegía constantemente
entre el bien y el mal, pero elegía en su estado
de sueño. Estaba loco. Entraba en la realidad
sólo cuando estaba tan ocupado bregando con
la gente que no tenía tiempo para distinguir
entre el bien y el mal. Puesto que los seres humanos
sólo existen en la vida, tienen que dedicar
su tiempo simplemente a estar vivos. La vida es movimiento
y el movimiento tiene que ver con lo que hace moverse
al hombre, que es la ambición, el poder, el
placer. El tiempo que un hombre puede dedicarle a la
moralidad, tiene que quitárselo forzosamente
al movimiento del que él mismo es parte. Está obligado
a elegir entre el bien y el mal tarde o temprano, porque
la conciencia moral se lo exige a fin de que pueda
vivir consigo mismo el día de mañana.
Su conciencia moral es la maldición que tiene
que aceptar de los dioses para obtener de éstos
el derecho a soñar.
-¿Podría usted explicar
mejor lo que entiende por movimiento en relación
con el artista?
-La finalidad de todo artista es
detener el movimiento que es la vida, por medios artificiales
y mantenerlo fijo de suerte que cien años después,
cuando un extraño lo contemple, vuelva a moverse
en virtud de qué es la vida. Puesto que el hombre
es mortal, la única inmortalidad que le es posible
es dejar tras de sí algo que sea inmortal porque
siempre se moverá. Esa es la ma-nera que tiene
el artista de escribir "Yo estuve aquí" en
el muro de la desaparición final e irrevocable
que algún día tendrá que sufrir.
-Malcom Cowley ha dicho que sus personajes
tienen una conciencia de sumisión a su destino.
-Esa es su opinión. Yo diría
que algunos la tienen y otros no, como los personajes
de todo el mundo. Yo diría que Lena Grove en
Luz de agosto se entendió bastante bien con
la suya. Para ella no era realmente importante en su
destino que su hombre fuera Lucas Birch o no. Su destino
era tener un marido e hijos y ella lo sabía,
de modo que fue y los tuvo sin pedirle ayuda a nadie.
Ella era la capitana de su propia alma. Uno de los
parlamentos más serenos y sensatos que yo he
escuchado fue cuando ella le dijo a Byron Bunch en
el instante mismo de rechazar su intento final, desesperado,
desesperanzado, de violarla, "¿No te da
vergüenza? ¡Podías haber despertado
al niño!" No se sintió confundida,
asustada ni alarmada por un solo momento. Ni siquiera
sabía que no necesitaba compasión. Su último
parlamento, por ejemplo: "No llevo viajando más
que un mes y ya estoy en Tenesí. Vaya, vaya,
cómo rueda uno". La familia Brunden, en
Mientras agonizo, se las arregló bastante bien
con su destino. El padre, después de perder
a su esposa, necesitaba naturalmente otra, así que
se la buscó. De un solo golpe no sólo
reemplazó a la cocinera de la familia, sino
que adquirió un fonógrafo para darles
gusto a todos mientras descansaban. La hija embarazada
no logró deshacerse de su problema esa vez,
pero no se descorazonó. Lo intentó nuevamente,
y aun cuando todos los intentos fracasaron, al fin
y al cabo no fue más que otro bebé.
-¿Qué le sucedió a
usted entre La paga de los soldados y Sartoris? Es
decir, ¿cuál fue el motivo de que usted
empezara a escribir la saga de Yoknapatawpha?
-Con La paga de los soldados descubrí que
escribir era divertido. Pero más tarde descubrí que
no sólo cada libro tiene que tener un designio,
sino que todo el conjunto o la suma de la obra de un
artista tiene que tener un designio. La paga de los
soldados y Mosquitos los escribí por el gusto
de escribir, porque era divertido. Comenzando con Sartoris
descubrí que mi propia parcela de suelo natal
era digna de que se escribiera acerca de ella y que
yo nunca viviría lo suficiente para agotarla,
y que mediante la sublimación de lo real en
lo apócrifo yo tendría completa libertad
para usar todo el talento que pudiera poseer, hasta
el grado máximo. Ello abrió una mina
de oro de otras personas, de suerte que creé un
cosmos de mi propiedad. Puedo mover a esas personas
de aquí para allá como Dios, no sólo
en el espacio sino en el tiempo también. El
hecho de que haya logrado mover a mis personajes en
el tiempo, cuando menos según mi propia opinión,
me comprueba mi propia teoría de que el tiempo
es una condición fluida que no tiene existencia
excepto en los avatares momentáneos de las personas
individuales. No existe tal cosa como fue; sólo
es. Si fue existiera, no habría pena ni aflicción.
A mí me gusta pensar que el mundo que creé es
una especie de piedra angular del universo; que si
esa piedra angular, pequeña y todo como es,
fuera retirada, el universo se vendría abajo.
Mi último libro será el libro del Día
del Juicio Universal, el Libro de Oro del Condado de
Yoknapatawpha. Entonces quebraré el lápiz
y tendré que detenerme.
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