LLUVIAS
I
El baniano de la lluvia se asienta sobre la
Ciudad,
un polípero veloz sube a sus bodas de
coral en toda esta leche de agua viva,
y la Idea desnuda como un reciario peina en los
jardines del pueblo su pelambrera de muchacha.
Canta, poema, en el pregón de las aguas
la inminencia del tema,
canta, poema, en la presión de las aguas
la evasión del tema:
una alta licencia en las entrañas de las
Vírgenes proféticas,
una eclosión de óvulos de oro
en la noche leonada de las ciénagas
y mi cama hecha, ¡oh fraude!, en los linderos
de un sueño semejante,
allí donde se aviva y crece y se pone
a girar la rosa obscena del poema.
Señor terrible de mi risa, he aquí la
tierra humeante con sabor a carne de caza,
la arcilla viuda bajo el agua virgen, la tierra
lavada del paso de los hombres insomnes,
y, olida de más cerca como un vino, ¿no
es verdad que ella provoca la pérdida
de la memoria?
¡Señor, Señor terrible de
mi risa! he aquí el envés del sueño
sobre la tierra,
como la respuesta de las altas dunas a la estratificación
de los mares, he aquí, he aquí
la tierra consumida, la hora nueva en pañales,
y mi corazón visitado por una extraña
vocal.
II
Nodrizas sospechosas, Acompañantes con
los ojos velados por la edad, oh Lluvias por
las cuales
el hombre insólito mantiene su casta, ¿qué le
diremos este atardecer a quien mida la altura
de nuestra vigilia?
¿Sobre qué nuevo lecho, a qué cabeza
esquiva otra vez arrebataremos la centella valiosa?
Mudo el Ande sobre mi techo, tengo una aclamación
muy fuerte en mí, ¡y es para vosotras,
oh Lluvias!
Llevaré mi causa ante vosotras: ¡en
la punta de vuestras lanzas lo más claro
de mi bien!
¡La espuma en los labios del poema como
una leche de corales!
Y aquella que danza como un encantador de serpientes
a la entrada de mis frases,
la idea, más desnuda que una espada en
el juego de las facciones,
me enseñará el rito y la medida
contra la impaciencia del poema.
Señor terrible de mi risa, guárdame
de la confesión, de la acogida y del canto.
Señor terrible de mi risa, ¡cúanta
ofensa hay en los labios del aguacero!
¡Cuántos fraudes consumados bajo
nuestras más altas migraciones!
En la noche clara de mediodía, nosotros
ofrecemos más de una proposición
nueva
sobre la esencia del ser... ¡Oh, esas humaredas
sobre la piedra del hogar!
Y la lluvia tibia sobre nuestros tejados hizo
muy bien en apagar las lámparas en nuestras
manos.
V
Que vuestra llegada estuviese llena de grandeza,
ya lo sabíamos nosotros, hombres de las
ciudades, sobre nuestras magras escorias,
pero habíamos soñado con más
altivas confidencias en el primer soplo del aguacero,
Y vosotras nos restituís, ¡oh Lluvias!,
a nuestra instancia humana, con este sabor de
arcilla bajo nuestras máscaras.
¿En más altos parajes buscaremos
memoria?... ¿O es que habremos de cantar
el olvido en las biblias de oro de las bajas
foliaciones?...
Nuestras fiebres pintadas en los tuliperos del
sueño, la nube en el ojo de los estanques
y la piedra arrastrada hasta la boca de los pozos, ¿no
son hermosos temas sobre los que volver,
como rosas antiguas en las manos del mutilado
de guerra?... Todavía está la colmena
en el vergel, la infancia en las horcaduras del árbol
viejo, y la escala prohibida en las hermosas
viudedades del relámpago...
Dulzor de agave, de áloes... ¡Desabrida
estación del hombre sin equívoco!
Es la tierra fatigada de las quemaduras del espíritu.
Las lluvias verdes se pintan en las vitrinas
de los banqueros. En los paños tibios
de las plañideras se borrará el
rostro de los dioses niñas.
Y los constructores de Imperios ante sus mesas
toman en consideración nuevas ideas. Toda
una multitud silenciosa se alza en mis frases,
en los grandes márgenes del poema.
Alzad, alzad, en el extremo
de los promontorios, los catafalcos del habsburgo,
las altas piras del hombre de guerra, los altos
colmenares de la impostura.
Aventad, aventad, en el extremo
de los promontorios, los grandes osarios de la
guerra pasada, los grandes osarios del hombre
blanco sobre los que la infancia fue fundada.
Y que sea expuesto al viento en su silla, en
su silla de hierro, el hombre entregado a las
visiones que irritan a los pueblos.
No acabaremos de ver arrastrarse
sobre la extensión de los mares la humareda
de los altos hechos donde se carboniza la historia,
mientras que en las Cartujas y los Lazaretos,
un perfume de termitas y de frambuesas blancas
hace levantar de sus zarzos a los Príncipes
postrados:
“Me gustaba, me gustaba vivir entre los hombres, y he aquí que
la tierra exhala su alma de extranjera...”. |