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SAINT-JOHN PERSE

Guadalupe (Colonia francesa), 1902

LLUVIAS

I

El baniano de la lluvia se asienta sobre la Ciudad,
un polípero veloz sube a sus bodas de coral en toda esta leche de agua viva,
y la Idea desnuda como un reciario peina en los jardines del pueblo su pelambrera de muchacha.

Canta, poema, en el pregón de las aguas la inminencia del tema,
canta, poema, en la presión de las aguas la evasión del tema:
una alta licencia en las entrañas de las Vírgenes proféticas,

una eclosión de óvulos de oro en la noche leonada de las ciénagas
y mi cama hecha, ¡oh fraude!, en los linderos de un sueño semejante,
allí donde se aviva y crece y se pone a girar la rosa obscena del poema.
Señor terrible de mi risa, he aquí la tierra humeante con sabor a carne de caza,
la arcilla viuda bajo el agua virgen, la tierra lavada del paso de los hombres insomnes,
y, olida de más cerca como un vino, ¿no es verdad que ella provoca la pérdida de la memoria?

¡Señor, Señor terrible de mi risa! he aquí el envés del sueño sobre la tierra,
como la respuesta de las altas dunas a la estratificación de los mares, he aquí, he aquí
la tierra consumida, la hora nueva en pañales, y mi corazón visitado por una extraña vocal.

II

Nodrizas sospechosas, Acompañantes con los ojos velados por la edad, oh Lluvias por las cuales
el hombre insólito mantiene su casta, ¿qué le diremos este atardecer a quien mida la altura de nuestra vigilia?
¿Sobre qué nuevo lecho, a qué cabeza esquiva otra vez arrebataremos la centella valiosa?

Mudo el Ande sobre mi techo, tengo una aclamación muy fuerte en mí, ¡y es para vosotras, oh Lluvias!
Llevaré mi causa ante vosotras: ¡en la punta de vuestras lanzas lo más claro de mi bien!
¡La espuma en los labios del poema como una leche de corales!

Y aquella que danza como un encantador de serpientes a la entrada de mis frases,
la idea, más desnuda que una espada en el juego de las facciones,
me enseñará el rito y la medida contra la impaciencia del poema.

Señor terrible de mi risa, guárdame de la confesión, de la acogida y del canto.
Señor terrible de mi risa, ¡cúanta ofensa hay en los labios del aguacero!
¡Cuántos fraudes consumados bajo nuestras más altas migraciones!

En la noche clara de mediodía, nosotros ofrecemos más de una proposición nueva
sobre la esencia del ser... ¡Oh, esas humaredas sobre la piedra del hogar!
Y la lluvia tibia sobre nuestros tejados hizo muy bien en apagar las lámparas en nuestras manos.

V

Que vuestra llegada estuviese llena de grandeza, ya lo sabíamos nosotros, hombres de las ciudades, sobre nuestras magras escorias,
pero habíamos soñado con más altivas confidencias en el primer soplo del aguacero,
Y vosotras nos restituís, ¡oh Lluvias!, a nuestra instancia humana, con este sabor de arcilla bajo nuestras máscaras.

¿En más altos parajes buscaremos memoria?... ¿O es que habremos de cantar el olvido en las biblias de oro de las bajas foliaciones?...
Nuestras fiebres pintadas en los tuliperos del sueño, la nube en el ojo de los estanques y la piedra arrastrada hasta la boca de los pozos, ¿no son hermosos temas sobre los que volver,
como rosas antiguas en las manos del mutilado de guerra?... Todavía está la colmena en el vergel, la infancia en las horcaduras del árbol viejo, y la escala prohibida en las hermosas viudedades del relámpago...

Dulzor de agave, de áloes... ¡Desabrida estación del hombre sin equívoco! Es la tierra fatigada de las quemaduras del espíritu.
Las lluvias verdes se pintan en las vitrinas de los banqueros. En los paños tibios de las plañideras se borrará el rostro de los dioses niñas.
Y los constructores de Imperios ante sus mesas toman en consideración nuevas ideas. Toda una multitud silenciosa se alza en mis frases, en los grandes márgenes del poema.

Alzad, alzad, en el extremo de los promontorios, los catafalcos del habsburgo, las altas piras del hombre de guerra, los altos colmenares de la impostura.

Aventad, aventad, en el extremo de los promontorios, los grandes osarios de la guerra pasada, los grandes osarios del hombre blanco sobre los que la infancia fue fundada.
Y que sea expuesto al viento en su silla, en su silla de hierro, el hombre entregado a las visiones que irritan a los pueblos.

No acabaremos de ver arrastrarse sobre la extensión de los mares la humareda de los altos hechos donde se carboniza la historia,
mientras que en las Cartujas y los Lazaretos, un perfume de termitas y de frambuesas blancas hace levantar de sus zarzos a los Príncipes postrados:
“Me gustaba, me gustaba vivir entre los hombres, y he aquí que la tierra exhala su alma de extranjera...”.


Hay almas que tienen de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 92x73 cm.

VI

Un hombre aquejado de semejante soledad, que vaya y que suspenda en los santuarios la máscara y el bastón de mando.
Yo llevaba la esponja y la hiel a las heridas de un viejo árbol cargado con las cadenas de la tierra.
“Me gustaba, me gustaba vivir lejos de los hombres, y he aquí que las Lluvias...”

Tránsfugas sin mensaje, oh Imitadoras sin rostro, vosotras llevásteis a los confines tan bellas sementeras.
¿Para qué hermosos fuegos de pastos entre los hombres desviáis una noche vuestros pasos? ¿Para qué historias que concluyen
ante el fuego de las rosas en las alcobas, en las alcobas donde vive la flor sombría del sexo?

¿Codiciábais a nuestras mujeres y a nuestras hijas tras la reja de sus sueños? (Otras, de más edad, ofrecen sus cuidados
en lo más secreto de las alcobas, ofrecen oficios puros, tal como podrían soñarse en los palpos de los insectos...)
¿No haríais mejor espiando, entre nuestros hijos, el amargo perfume viril en los correajes de guerra? (Como una multitud de Esfinges, graves de cifra y de enigma, disputan acerca del poder a las puertas de los elegidos...)

Oh Lluvias por quien los trigos silvestres invaden la Ciudad, y las calzadas de piedra se erizan de cactus irascibles,
bajo mil pasos nuevos hay mil piedras nuevas recientemente visitadas...

¡Junto a los muestrarios refrescados por una pluma invisible, echad vuestras cuentas, diamantistas!
Y el hombre duro entre los hombres, en medio de la multitud, se sorprende soñando con el elimo de las arenas... “Me gustaba, me gustaba vivir sin dulzura, y he aquí que las Lluvias...” (La vida se alza a las tormentas sobre el ala del repudio.)

Pasad, Mestizas, y dejadnos en nuestro acecho... Se abreva en lo divino quien tiene máscara de arcilla.

Lavada toda piedra de los signos viarios, lavada toda hoja de los signos de latría, al fin leeremos en ti, tierra abluida de las tintas del copista...
Pasad y abandonadnos a nuestras más viejas costumbres. ¡Que otra vez mi palabra vaya delante de mí! y otra vez cantaremos un canto de los hombres para quien pasa, un canto del espacio para quien vela:

VIII

...El baniano de la lluvia pierde su dominio sobre la Ciudad. En el viento del cielo la cosa errante, de manera
que se vino a vivir entre nosotros... Y no negaréis que, de pronto, todo se haya vuelto vano para nosotros.
Quien quiere saber lo que sucede con las grandes lluvias en marcha sobre la tierra, que se venga a vivir sobre mi techo, entre los signos y presagios.

¡Promesas rotas! ¡Infatigables sementeras! ¡Y estas humaredas sobre la calzada de los hombres!
¡Que venga el relámpago, ah, que nos deja!... Y escoltaremos hasta las puertas de la Ciudad
a las altas Lluvias en marcha bajo el Abril, a las altas Lluvias en marcha bajo el látigo como una Orden de Flagelantes.

Pero henos aquí entregados, más desnudos, a este perfume de humus y de benujuí en el que se despierta la tierra con sabor a virgen negra.
...Es la tierra más fresca en el corazón de los helechales, el afloramiento de los grandes fósiles en las margas chorreantes,
y en la carne herida de las rosas tras la tormenta, la tierra, otra vez la tierra con sabor a mujer hecha mujer.

...Es la Ciudad más viva en los fuegos de mil espadas, el vuelo de los halcones sobre los mármoles, el cielo otra vez en las tazas de las fuentes,
y la cerda de oro en lo alto de la columna sobre las plazas desiertas. Es otra vez el esplendor en los porches de cinabrio; el animal negro con herraduras de plata en la puerta más baja de los jardines;
es de nuevo el deseo en las entrañas de las viudas jóvenes, de las jóvenes viudas de guerreros, como grandes urnas otra vez selladas.

...Es el frescor que corre por las crestas del lenguaje, otra vez la espuma en los labios del poema,
y el hombre que, asediado en derredor por ideas nuevas, cede ante el alzamiento de las grandes marejadas del espíritu:
“¡Este canto, este hermoso canto sobre la disipación de las aguas!...” y mi poema, ¡oh Lluvias! que no llegó a escribirse.

IX

En plena noche, con las verjas cerradas, ¿qué peso tiene el agua del cielo sobre el bajo imperio de la espesura?
¡En la punta de las lanzas lo más claro de mi bien!... E iguala-das todas las cosas en la balanza del espíritu,
señor terrible de mi risa, tú llevarás esta noche el escándalo a más alto lugar.

*

...Pues tales son tus delicias, Señor, en el umbral árido del poema, allí donde mi risa espanta a los pavos reales verdes de la gloria.

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA