FRIEDRICH NIETZSCHE
Alemania, 1844 |
SOLITARIO
Graznan los cuervos
y aleteando dirigen sus alas a la ciudad;
pronto nevará.
¡Feliz aquél que aún tiene patria!
Ahora estás petrificado,
miras hacia atrás, ¡cuánto tiempo ha pasado!
¿Estás loco
que has huido por el mundo ahora que es invierno?
El mundo: puerta abierta a mil desiertos,
muda y fría.
Quien perdió lo que perdiste
en ningún lugar se detiene.
Ahora estás pálido,
condenado a un viaje de invierno,
al humo semejante,
que sin cesar tiende a cielos más fríos.
¡Vuela pájaro, grazna tu canción
en tono de pájaro desértico!
¡Esconde, loco, tu ensangrentado corazón,
en hielo y en desprecio!
Graznan los cuervos
aleteando, sus alas dirigen a la ciudad:
pronto nevará,
¡Infeliz aquel que no tiene patria!
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LA CIENCIA ALEGRE
Esto no es ningún libro: ¿qué se encierra en los libros?
en esos sarcófagos y sudarios.
El pasado es el botín de los libros
pero aquí vive un eterno Presente.
Esto no es ningún libro: ¿qué se encierra en los libros?
¿qué se encierra en sarcófagos y sudarios?
Esto es una voluntad, una promesa,
esto es un último recoger los puentes,
una tempestad, un levar anclas,
un ruido de engranajes, un gobernar el timón.
Brama el cañón, humea blanco su fuego.
¡Ríe el mar, la inmensidad! |
VIRGILIO
Andes, Mantua, 70 a.C. |
LIBRO I
(Fragmento)
Yo, aquel que en otro tiempo modulé cantares al son de leve avena, y dejando luego las selvas, obligué a los vecinos campos a que obedeciesen al labrador, aunque avariento, obra grata a los agricultores, ahora.
Canto las terribles armas de Marte y el varón que, huyendo de las riberas de Troya por el rigor de los hados, pisó el primero la Italia y las costas Lavinias. Largo tiempo anduvo errante por tierra y por mar, arrastrado a impulso de los dioses, por el furor de la rencorosa Juno. Mucho padeció en la guerra antes que logra- se edificar la gran Ciudad y llevar sus dioses al Lacio, de donde vienen el linaje latino, y los senadores albanos, y las murallas de la soberbia Roma.
Musa, recuérdame por qué causas, dime por cuál numen agraviado, por cuál ofensa, la reina de los dioses impulsó a un varón insigne por su piedad a arrostrar tantas aventuras, a pasar tantos afanes. ¡Tan grandes iras caben en los celestes pechos!
Hubo una ciudad antigua, Cartago, poblada por colonos tirios, enfrente y a gran distancia de Italia y de las bocas del Tíber, opulenta y bravísima en el arte de la guerra. Es fama que Juno la habitaba con preferencia a todas las demás ciudades y aun a la misma Samos; allí tenía sus armas y su carro, y ya de antiguo revolvía en su mente el propósito y la esperanza de que llegase a ser señora de todas las gentes, si lo consintiesen los hados; pero había oído que del linaje de los troyanos procedería una raza que, andando el tiempo, había de derribar las fortalezas tirias y que de ella nacería un pueblo dominador del mundo, soberbio en la guerra y destinado a exterminar la Libia; así lo tenían hilado las Parcas. Temerosa de esto, y recordando la hija de Saturno aquella antigua guerra que ella la primera suscitó a Troya por sus amados griegos, tenía también presentes, en su ánimo, las causas de su enojo y sus crudos resentimientos. Vivos perseveraban en su alta mente el juicio de Paris y el desprecio hecho a su hermosura, y su odio al linaje troyano y las honras tributadas al arrebatado Ganímedes. Exasperada por estos recuerdos, apartaba a gran trecho del Lacio, haciéndolos juguete de las olas, a los troyanos, reliquias de los griegos y del cruel Aquiles; y así, a impulso de los hados, andaban, hacía muchos años, errantes por todos los mares. ¡Tan ardua empresa era fundar el linaje romano!
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