Louis Aragon
Francia, 1897 |
POEMAS DE CAPA Y ESPADA
Los caballeros del huracán se enganchan en los postigos
de los comercios
Vuelcan los jarros de leche como simples alfeñiques
Giran alrededor de las cabezas
Van a apoyarse con nostalgia en la bola pilosa de los
peluqueros
Caballeros del huracán
qué habéis hecho de vuestros guantes
Al azar por los barrios que ellos perturban
Suben entre las casas
Hacia arriba hacia abajo hacia arriba hacia arriba
Suspiran en las buhardillas
Suspiran en los respiraderos
Caballeros del huracán
Pero dónde pero dónde dejasteis vuestros guantes
Uno se aleja otro se aproxima
son dos bien lo veo
El que se aleja es San Sebastián
El que se aproxima es un pagano
Caballeros del huracán
Qué intrigantes que sois
San Sebastián se arranca algunas flechas
El pagano las recoge y las lame
San Sebastián lleva el reloj en la muñeca
Las tres y diez
Caballeros del huracán
Dónde dónde dónde dejasteis vuestros guantes
Uh Uh en las chimeneas
Las tres y once actualmente
Hace rato que no hay trenes subterráneos
Qué vais a buscar en los sótanos
Caballeros del huracán
Quizás hayáis perdido vuestros guantes |
Aquí dejé mi corbata
Me responde San Sebastián
El pagano nada dice
Sin duda ha extraviado su corbata
Caballeros del huracán
Los guantes han caído en la alcantarilla
Uno observa el momento actual
El otro tiene recuerdos en los oídos
Uno alza vuelo y el otro muere
La noche se abre y muestra las piernas
Caballeros del huracán
Caballeros extravagantes
Silvia Plath
Estados Unidos, 1932 |
AMABILIDAD
Amabilidad anda por mi casa.
Señora Amabilidad ¡tan agradable es ella!
Las piedras azules y rojas de sus anillos asoman
a las ventanas, los espejos
se llenan de sonrisas.
¿Qué es más real que el llanto de un niño?
El grito de un conejo puede ser más salvaje
pero no tiene alma.
El azúcar cura cualquier cosa, dice Amabilidad:
el azúcar es un fluido necesario.
Sus cristales casi una cataplasma.
¡Oh, amabilidad, amabilidad
qué dulcemente recoges los pedazos!
Mis sedas japonesas, mariposas desesperadas,
podría ser pinchada sin aviso, anestesiada.
Y acá llegas, con una taza de té
envuelta en vapor.
El chorro de sangre es poesía,
no hay modo de pararlo.
Tú me entregas dos niños, dos rosas.  |