SUMARIO
Editorial
Arthur Rimbaud
Los sentados
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Vicente Aleixandre
Total amor
Olga Orozco
Para este día
Cesar Vallejo
Trilce. III
Hasta el día en que vuelva, de esta piedra
Me estoy riendo
Enrique Molina
Examen de la lluvia
Dylan Thomas
De los suspiros algo nace
José Portogalo
Las voces
Donatien Alphonse
François de Sade
Discurso de un ciudadano de París al rey de los franceses 1791 (I)
Discurso... (II)
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
Utilizo todo por la mitad
Aforismos
Agenda Grupo Cero

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Donatien Alphonse
François de Sade

Francia, 1740

Cuando uno ha permitido males tan grandes, Sire, debe saber sufrir unos leves.

Los franceses quieren ser libres y lo serán; bien saben que esta libertad puede adquirirse sólo viéndose todavía sometidos a algunos abusos; pero estos abusos, vicios de la forma con la cual se procede a la cosa, ya no son más como antaño los abusos de la cosa, y esta diferencia que todos sentimos, nos consuela, haciéndonos muy pronto percibir el final. Nuestra nueva manera de gobernarnos debe conducir necesariamente a la erradicación de los abusos nacidos del nuevo régimen; la antigua forma de vuestro gobierno los cimentaba, eran inherentes a esta forma viciada por la edad y por su naturaleza, se vuelven incoherentes con la nuestra, se sacarán; esta idea nos permite aguantar todo; y la libertad que nos abre los brazos, esta preciosa libertad que disfrutamos todavía mientras tanto, apoyará nuestro coraje y lo volverá capaz de todo. Así que no intentéis, Sire, oponeros a sus efectos, ni a degradar esta nación ante los ojos de Europa, haciendo pasar su deseo unánime por revueltas y facciones ...

Veinticinco millones de hombres no son facciosos: la palabra “facción” conlleva con ella la idea de dos partidos... solo hay uno en Francia, solo hay una y misma voluntad. Desde las desembocaduras del Ródano hasta las riberas del Escaut, desde las orillas del Océano hasta los Alpes, la palabra libertad es el grito nacional; el deseo de gozarla, y de gozarla eternamente es unánime; este voto sagrado es obra de la razón, es la de la sabiduría, y de la desesperación donde la mala administración del reinado anterior y del vuestro había reducido todo el Imperio. Los abusos no consiguen subsistir cuando la razón se depura; obras de la oscuridad, como las acciones del Príncipe del Inframundo, es sólo en la espesa noche del prejuicio, del fanatismo y de la esclavitud que pueden operar; tan pronto como resplandece la antorcha de la filosofía, se escurren y desaparecen bajo sus benéficas luces, tal las opacas nubes de una noche de otoño a los primeros rayos del sol. No es ya el tema, Sire, ni de asustarnos ni de encerrarnos, pero sigue siendo el de haceros adorar, y lo podéis todavía: este retorno de vuestra autoridad tras el cual vuestra alma suspira con tanto ahínco, sólo puede ser obra ahora de vuestra conducta; hace tiempo que la hubieseis traído de vuelta, si hubieseis querido escuchar sólo a vuestro corazón; y este pueblo que, decíais, degradaba vuestra corona, imperceptiblemente, la hubiera vuelto a colocar en vuestra frente. Va a serlo, todavía, Sire, y se la devolveremos más hermosa, más digna del verdadero Monarca de una Nación como la nuestra; sois vos quien reinará, no serán más vuestros ministros; reinaréis por la ley, por el corazón de vuestros súbditos. ¡Oh! ¡Qué Imperio más hermoso! ¡Queríais perderlo, Sire, queríais perderlo huyendo de nosotros! ¿Y qué motivo podía incitaros a tal conducta?

Permitidnos discutirlo un minuto; ¿era como emigrante que salíais de Francia? ¿Pretendíais ir a vegetar en particular en algún rincón oscuro de Europa? En esta suposición, ¡qué debilidad! ¿Queríais volver a entrar en Francia con las armas en la mano y regresar a Versalles sobre montones de muertos?; ¡en este sentido, cuántas crueldades, cuánta sangre habría derramado vuestra mano! Porque no lo dudéis, Sire, no existe un solo francés, aquí todos hablan por mi boca, no uno solo que no hubiera preferido la muerte al renacimiento de los abusos de vuestro antiguo despotismo. Los habéis cansado con esto, qué digo, los habéis aplastado con esto; no lo quieren más: de hecho, al honor le importa, y vos sabéis que el honor es el sentimiento más activo en el corazón del hombre y especialmente en el de los franceses.

¡Con qué ojo, gran Dios, nos verían las naciones de la tierra, cuyas miradas fijamos todas, si flaqueáramos ahora! Nos convertiríamos a la vez en su fábula y en su juguete; no Sire, no nos debilitaremos, no podemos. Si queréis gobernar, que sea sobre una nación libre; es ella la que os instala; que os nombra su jefe; es ella quien os coloca en su trono, y no el Dios del Universo, como teníamos la debilidad de creerlo en el pasado. A los ojos de este Ser Supremo, todos los hombres son iguales. ¿El hombre ve la reina de las hormigas? ¿Puede Dios ver al rey de los hombres? Vuestra grandeza pues es únicamente nuestra obra; haceos digno de ella, la conservaréis siempre; ¡eh! pues ¿no es mil veces más halagador, para el orgullo, ser el Jefe de una Nación por el amor de esta misma Nación que ser su tirano porque así lo quiso la suerte? Vuestro nacimiento daba a los franceses un rey que ya no quieren más; vuestra conducta aún puede, en vuestra misma persona, devolverles un líder que será obra de su amor.

¡Qué diferencia, Sire! que vuestra delicadeza la sienta; preferid pues esta forma de reinar a la que sólo se debía al azar; preferid los sentimientos preciosos de esta Nación, quien apreciándoos deberá amaros, a los consejos viles y políticos de los cortesanos corruptos que os rodean, de los sacerdotes fanáticos que os seducen.

A pesar de vuestros errores, Sire, podéis reparándolos, pretender todavía veros sentado en el Templo de la Memoria, cerca de los Titus y de los Vespasianos. Actuando como lo hacíais, vuestro nombre no hubiera inspirado más, como el de los Caligula y de los Heliogabalus, que el horror y la indignación.

Os lo digo con tristeza, Sire, todos los rostros, el día de vuestra vergonzosa huida, estaban sólo impresos con estos sentimientos; cien veces más me hubiera gustado leer por vosotros cólera, pero vimos, ¡ay! sólo desprecio.

Vuestras armas fueron arrancadas, vuestro nombre borrado, poco faltó para que se rompieran las estatuas de vuestros antepasados. Henri, desde lo más profundo de su tumba, os hubiese gritado: ¡Pérfido, aquí tienes tu obra!

Un día más os ibais a convertir en objeto de horror, vos, quien el día anterior habíais excitado mil aplausos al espectáculo, a la simple imagen del amor que todos los ciudadanos os tenían. Ahora, ¿qué son pasos, Sire, que producen en una sola noche impresiones tan diferentes? Cualificadlos vos mismo y decid si creéis que pueda haber unos más imprudentes y más criminales.

Todos los corazones vuelven a abrirse a la esperanza al escuchar anunciar vuestro regreso; todos se disponen a perdonaros. Escuchad lo que se dice, Sire, ya no es vos quien nos ha engañado; vos lo ha sido; esta huida es obra de vuestros sacerdotes y vuestros cortesanos; habéis sido seducido; nunca hubierais concebido este proyecto sin ellos; aprovechad estas disposiciones, Sire, para volver a ganar los corazones que habéis amargado, lo podéis, todo os lo asegura. Y si es verdad, como eso no parece más que demasiado positivo, que sea vuestra compañera de suerte quien os haya dado tales consejos, no la expongáis mucho más tiempo a la venganza de los franceses; lograd separaros de ella; no os es más necesaria; devolvedla a su Patria, que se deshizo de ella sólo para destilar, y más tiempo y con mayor seguridad sobre Francia los venenos destructores del odio que tuvo por ella en todos los tiempos. La veremos irse con gusto, no echará de menos a ninguno de nosotros, pero ni uno la detendrá. Disculparemos en ella su sexo y su patria; haced este sacrificio, es útil para vuestra felicidad, para vuestra tranquilidad; os devolverá el amor de los franceses, que nunca mereceréis perder cuando lideréis a vuestra manera, pero que pronto se convertirá en odio o en desprecio cuando no se verá más en vuestra persona que el instrumento fácil de la bajeza de unos y de la maldad de los otos.

Me tomáis quizá, con este lenguaje, por un enemigo de la Monarquía y del Monarca, no, Sire, no lo soy; nadie en el mundo está más convencido que yo de que el Imperio François sólo puede ser gobernado por un monarca, pero es necesario que este monarca, elegido por una Nación libre, sea fielmente sumiso a la Ley...

A la Ley hecha por los representantes de esta Nación única en derecho a promulgarlas, porque la potencia sólo puede residir en ella, y que el poder que gozáis, siendo sólo un poder confiado, os es imposible utilizarlo de otra manera que para la gloria y la grandeza de aquellos que os lo encomiendan...

Termino. Sire, pueda vuestro ejemplo esclareciendo vuestros contemporáneos y vuestros sucesores en el Trono, enseñarles a respetar a los pueblos que tienen el honor de gobernar; que puedan en esta terrible escuela convencerse de que las riendas que les son entregadas por hombres libres e iguales según las leyes de la naturaleza, están en sus manos como el timón que el capitán del barco entrega a su piloto, y que lleguen a ser así como él, eternamente responsables y ante Dios y ante los hombres, de la forma en que los mantienen.

Traducción: Sylvie Lachaume

Acorralados de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 100x81 cm.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA