SUMARIO
Editorial
Arthur Rimbaud
Los sentados
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Vicente Aleixandre
Total amor
Olga Orozco
Para este día
Cesar Vallejo
Trilce. III
Hasta el día en que vuelva, de esta piedra
Me estoy riendo
Enrique Molina
Examen de la lluvia
Dylan Thomas
De los suspiros algo nace
José Portogalo
Las voces
Donatien Alphonse
François de Sade
Discurso de un ciudadano de París al rey de los franceses 1791 (I)
Discurso... (II)
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
Utilizo todo por la mitad
Aforismos
Agenda Grupo Cero

Descargar nº 186 en PDF

José Portogalo

Italia, 1904

LAS VOCES

Trabajo sordo, intenso, de palabras oscuras, de uñas
amotinadas,
de picos de buitres ávidos sobre mi entraña joven.
No es ésta una Elegía, camaradas.
Es un canto de fuerza que irrumpe en mis arterias
como un torrente turbio de aguas que se desatan.
Yo no soy más que el buzo, el diente del anzuelo, el gancho
de la grúa,
y en mi boca se entienden los idiomas del hombre.
Se enroscan en mi lengua, filiales, amorosos,
y allí dictan sus almas densas como una fiebre.
La voz negra destapa un cuerpo milenario.
Trae vientos antiguos que se agitan unánimes.
Con fuerte olor a vida, a cielo, a musgo fresco.
De andar lento, seguro, como el de los rencores.
La voz negra disputa como un sol en los caminos.
No es el viejo lamento, la palabra humillada.
Es la selva que asalta gritando sus deseos.
En la copa del árbol con sus frutos maduros.
La raíz y la piedra con empujes vitales.

 

Un instante más de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 100x73 cm.

Donatien Alphonse
François de Sade

Francia, 1740

DISCURSO DE UN CIUDADANO DE
PARÍS AL REY DE LOS FRANCESES
1791

Aunque sea un solo hombre quien os escribe, mirad los sentimientos que os describe como el deseo de todos los franceses. Los que os aman, los que os respetan, os hablaran todos el mismo lenguaje; tened cuidado con los otros, os engañan, y si os engañan, quieren perderos.

¿Qué acabáis de hacer, Sire? ¿Qué acción habéis cometido? ¿A qué punto os habéis permitido conducir a todo un pueblo en el error más terrible?

Hasta ahora, y desde los inicios de la Monarquía, la apreciada opinión de este pueblo era que si la buena fe, si la lealtad, si el honor se exiliasen de la tierra, sería en el corazón de los Reyes donde su Templo se volvería a encontrar; esta ilusión no es ya posible, la destruís vos, Sire, y sin duda de una manera muy cruel. Mirad lo que ponéis en el espíritu de los franceses en lugar de esta idea tan gloriosa para vos. Decid vos mismo lo que queréis que pensemos de un hombre que nos ha traicionado, que no ha temido profanar ni el Trono donde estaba sentado el día del Pacto-Federativo, ni el Altar frente al cual pronunció el juramento sagrado que lo unía a su Nación, en el mismo instante en que esta nación se unía a él, con expresiones de amor y de sensibilidad cuyo espectáculo arrancaba lágrimas a Francia entera reunida en un mismo campo.

Habéis faltado a ese juramento. Sire, lo habéis infringido de la manera más falsa y más pérfida. Vos, el más fuerte, vos que nos mandabais, que nos gobernabais por esta invencible atracción del amor y de la unión general, habéis empleado los odiosos trucos de la debilidad, y el alma de un Caballero francés en el que sólo debíamos encontrar virtudes, no nos ha ofrecido más que los vicios de la esclavitud y de la servidumbre.

¡Ah! Sire, qué mal habéis sujetado vuestros verdaderos intereses, qué mal habéis conocido a las personas que os elevaban por sobre ellas: seducido por vuestras gestiones y vuestros discursos, este pueblo, con razón furioso contra el abuso del Gobierno de vuestros antiguos ministros, comenzaba a volver sobre vuestra cuenta; separaba los prejuicios de vuestros aduladores de las virtudes que amaba reconocer en vos, y decía: el bien es obra de su corazón, el mal es obra de sus ministros. Felices y dulces disposiciones que, con un poco de paciencia y de buena conducta, os hubieran devuelto mucho más de lo que habíais perdido, pues, Sire, sólo teníais respetos en Versalles, os habríais ganado corazones en Paris.

Os quejáis de vuestra situación, gemís, decís, encadenado... ¡Oye! ¡Qué soberano cuya alma será pura y honesta, qué soberano suficientemente iluminado como para preferir la felicidad de su pueblo a la vana gloria del despotismo, no consentirá en sacrificar unos meses de sus placeres físicos a placeres morales como los que os preparaba el consumo de la obra de los representantes de la Nación! Además, ¿tan infeliz está uno en el Palacio más bello de la Ciudad más bella del mundo, cuando esta situación sobre todo no es más que momentánea, y cuando es el medio seguro para alcanzar la perfección de la felicidad de veinticinco millones de hombres? Encontrándoos infeliz en esta situación que haría la felicidad de muchos otros, dignaos un momento a reflexionar sobre la de las antiguas víctimas de vuestro despotismo, la de esos tristes individuos que sólo una firma vuestra, fruto de una seducción o de una confusión, arrancaba del seno de su familia entre lágrimas para precipitarlos eternamente en los calabozos de estas aterradoras Bastillas que cubrían vuestro Reino; con la enorme diferencia sin embargo, que la terrible suerte de estos desafortunados que os comparo, era casi siempre el resultado de la cábala y de la injusticia, que esta suerte era comúnmente eternal, y que la vuestra, Sire, que es sólo momentánea, tiene por objeto producir un día la felicidad duradera de vuestra Nación.

(sigue...)

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA