FERNANDO PESSOA
(Álvaro de Campos)
Portugal, 1888 |
EN LAS PLAZAS DEL PORVENIR
-TAL VEZ LAS MISMAS QUE LAS NUESTRAS-
En las plazas del porvenir -tal vez las mismas que las
nuestras-
¿qué elixires serán pregonados?
Con etiquetas diferentes, los mismos del Egipto de los
faraones;
con otros procedimientos para hacerlos comprar, los que ya
son nuestros.
Y las metafísicas perdidas en los rincones de los cafés de
todas partes,
las filosofías solitarias de tanta buhardilla de fracasado,
las ideas casuales de tanto casual, las intuiciones de tanto don
nadie,
tal vez un día con fluido abstracto y sustancia implausible
formen un dios y ocupen el mundo.
Mas para mí hoy, para mí
no hay sosiego al pensar en las propiedades de las cosas,
en los destinos que no desvelo,
en mi propia metafísica, que la tengo porque pienso y siento.
No hay sosiego,
¡y en las grandes montañas al sol lo hay tan nítidamente!
¿Lo hay? En las montañas al sol nada hay del espíritu.
No serían montañas ni estarían al sol si lo hubiese.
El cansancio de pensar, que va hasta el fondo de existir,
me hace viejo desde anteayer con frío hasta en el cuerpo.
¿Qué ha sido de los propósitos perdidos y de los sueños
imposibles?
¿Y por qué hay propósitos muertos y sueños sin razón?
Los días de lluvia lenta, continua, monótona, una,
me cuesta levantarme de la silla en que me senté sin darme
cuenta
y el universo es absolutamente hueco en torno a mí.
El tedio que llega a constituirnos los huesos me ha empapado
el ser
y la memoria de alguna cosa que no recuerdo me enfría el
alma.
Sin duda las islas de los mares del sur tienen posibilidades
para el sueño
y los arenales de todos los desiertos compensan un poco a la
imaginación;
pero es en mi corazón sin mares ni desiertos ni islas donde
siento,
es en mi alma vacía donde estoy,
y me narro prolijamente sin sentido, como un tonto
enfebrecido.
Furia fría del destino,
intersección de todo,
confusión de las cosas con sus causas y efectos,
consecuencia de tener cuerpo y alma,
y el son de la lluvia llega a ser yo, y es oscuro.

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CARILDA OLIVER LABRA
Cuba, 1922 |
PALABRAS PERDIDAS
No me quejo de lo terrible que asoma:
este diente que he perdido es una de sus señales
este temporal que ensordece es uno de sus atributos.
No hay nada que hacer,
no acierto con la clave.
Ahora se aproxima una página y me toma de golpe.
Es como un amante súbito que no esperábamos,
que nos posee en el temblor del crepúsculo
sin una sílaba imprudente.
Bajo su magia encuentro a la primera mujer
que seguramente fui.
Estoy muerta, lo sé,
aunque salgo a pasear por la Calzada de Tirry
y me asombro con sus cariátides.
Persigo lo que no existe y conozco de siempre.
Canto a la tempestad, soy su hija, su desmemoriada,
la última
de una raza que no ha de dejar descendientes.
Contraigo cierta mansedumbre cuando me da el sereno
en las noches del mar.
Se me cruza la vista con las flores que invento,
con las nubes,
clavada a este madero que me tomó por náufraga.
Vivo de algún trago de lluvia,
de este poco de hombre,
y siempre tengo miedo de no abrazar a nadie.

Humana Presencia, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 60x60 cm.
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