GIOCONDA BELLI
Nicaragua, 1948 |
INCOMUNICADOS
Hoy fue un día en que nada amable sucedió.
No hubo incendios de mi piel al lado de la tuya,
sino más bien la inquietante sensación
de que en la vida que juntos transcurrimos
uno de los dos era agua
y el otro, tenaz y denso aceite.
En tiempos como éstos
las palabras abundan y cruzan de mi lado a tu lado
sin efecto y sin rastro.
De lo dicho sólo permanece el chasquido de las vocales
y las consonantes,
el sonido del látigo inútil,
el aire a fieras sueltas e indomables.
Múltiples argumentos
van y vienen sobre el pasillo oscuro
donde alguien cerró todas las puertas.
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PREGUNTAS
Sufro una tristeza de hojas
que el viento bate contra la puerta cerrada.
Es el otoño y se hace remolinos la hojarasca.
Como si todos los días vacíos de la vida
se apilaran en el jardín crujiendo su desperdicio.
Recuerdo la pasión.
El tiempo cuando lo prohibido o lo imposible
me tentaba.
Cuando saltaba sin red
o entraba a las jaulas de las panteras
pensando en domar la vida
o darle un curso nuevo a la historia.
El tiempo del deseo no conoce el recato
mucho menos la prudencia.
Ante mi ventana la brisa deja las ramas
avergonzadas en su desnudez.
¿Llega el momento en que uno acepta el despojo?
¿Salir al patio, barrer las hojas caídas
y prepararse para el invierno?
¿Cuántas estaciones alcanzan en una vida?
¿Cuántas hojas muertas?

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SECRETO DE MUJER
A cierta hora del día
ciertos días
la noción de ser hembra
emerge como espuma
y sube hacia los contornos de mi cuerpo.
Plexo solar, muslos, brazos
se esponjan de una sensualidad
que va mucho más allá del sexo.
El regocijo interno,
el perfecto balance de alma y cuerpo
me posee en un aire de águila y paloma
desde el que se me otorga percibir
la exacta redondez y tersura de las cosas.
Desde los tobillos
un efluvio circular asciende a los sentidos
como si habitada por el antiguo poder de lo femenino
dejara de ser yo material y limitada
para trasmutarme en el ala del ave
que, tensando los músculos,
vuela íngrima y absorta hacia el sol.
¿Quién dijo que soy débil?
¿Quién se atrevió a compadecerme?
En esos momentos
del impúdico goce de saber qué soy
pienso que debería, por decoro, taparme el rostro
el brillo sostenido, directo, de los ojos
para que ni los hombres,
ni los animales domésticos del vecindario
intuyendo mi olor a pájara o semilla germinada,
salieran en pos de mí
queriendo poseer la esencia de mi fuerza.
Como toda mujer que se precia de serlo,
cierro con un candado de llaves imposibles
la secreta noción de mi poder
y aparezco ante los demás
sin delatarme.

El aire del invierno, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 41x27 cm.
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