SUMARIO
Olga Orozco
El sello personal
En tu inmensa pupila
El retoque final
Andante en tres tiempos
El narrador
La mala suerte
Para este día
Al pie de la letra
En la brisa, un momento
Frescores
Juan-Jacobo Bajarlía
Orígenes creacionistas del ultraísmo
1. Dos cartas olvidadas
2. Plagio y muestrario ultraico-creacionista
Socios de Honor
Festival Poético Grupo Cero
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OLGA OROZCO

Argentina, 1920

EL SELLO PERSONAL

Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento,
mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las
implacables ruedas del zodiaco,
si no logran volar.
No son bases del templo ni piedras del hogar.
Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos,
remotos como dos serafines mutilados por la desgarradura del
camino.
Son mis pies para el paso,
paso a paso sobre todos los muertos,
remontando la muerte con punta y con talón,
cautivos en la jaula de esta noche que debo atravesar y corre
junto a mí.
Pies sobre brasas, pies sobre cuchillos,
marcados por el hierro de los diez mandamientos:
dos mártires anónimos tenaces en partir,
dispuestos a golpear en las cerradas puertas del planeta
y a dejar su señal de polvo y obediencia como una huella más,
apenas descifrable entre los remolinos que barren el umbral.
Pies dueños de la tierra,
pies de horizonte que huye,
pulidos como joyas al aliento del sol y al roce del guijarro:
dos pródigos radiantes royendo mi porvenir en los huesos del
presente,
dispersando al pasar los rastros de ese reino prometido
que cambia de lugar y se escurre debajo de la hierba a medida
que avanzo.
¡Qué instrumentos ineptos para salir y para entrar!
Y ninguna evidencia, ningún sello de predestinación bajo mis
pies,
después de tantos viajes a la misma frontera.
Nada más que este abismo entre los dos,
esta ausencia inminente que me arrebata siempre hacia
adelante,
y este soplo de encuentro y desencuentro sobre cada pisada.
¡Condición prodigiosa y miserable!
He caído en la trampa de estos pies
como un rehén del cielo o del infierno que se interroga en
vano por su especie,
que no entiende sus huesos ni su piel,
ni esta perseverancia de coleóptero solo,
ni este tam-tam con que se le convoca a un eterno retorno.
¿Y adónde va este ser inmenso, legendario, increíble,
que despliega su vivo laberinto como una pesadilla,
aquí, todavía de pie,
sobre dos fugitivos delirios de la espuma, debajo del diluvio?


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EN TU INMENSA PUPILA

Me reconoces, noche,
me palpas, me recuentas,
no como avara sino como una falsa ciega,
o como alguien que no sabe jamás quién es la náufraga y
quién la endechadora.
Me has escogido a tientas para estatua de tus alegorías,
sólo por la costumbre de sumergirme hasta donde se acaba el
mundo
y perder la cabeza en cada nube y a cada paso el suelo debajo
de los pies.
¿Y acaso no fui siempre tu hijastra preferida,
esa que se adelanta sin vacilaciones hacia la trampa urdida por
tu mano,
la que muerde el veneno en la manzana o copia tu belleza del
espejo traidor?
Olvidaron atarme al mástil de la casa cuando tú pasabas
para que no me fuera cada vez tras tu flauta encantada de
ladrona de niños,
y fue a expensas del día que confundí en tu bolsa la blancura y
la nieve, los lobos y las sombras.


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Ahora es tarde para volver atrás y corregir las horas de
acuerdo con el sol.
Ahora me has marcado con tu alfabeto negro.
Pertenezco a la tribu de los que se hospedan en radiantes
tinieblas,
de los que ven mejor con los ojos cerrados y se acuestan del
lado del abismo y alzan vuelo y no vuelven
cuando Tomás abre de par en par las puertas del evidente
mediodía.
Tú fundas tu Tebaida en lo invisible. Tú no concedes pruebas.
Tú aconteces, secreta, innumerable, sin formular,
como una contemplación vuelta hacia adentro,
donde cada señal es el temblor de un pájaro perdido en un
recinto inmenso
y cada subida un salto en el vacío contra gradas y ausencias.
Tú me vigilas desde todas partes,
descorriendo telones, horadando los muros, atisbando entre
fardos de penumbra;
me encuentras y me miras con la mirada del cazador y del
testigo,
mientras descubro en medio de tus altas malezas el esplendor
de una ciudad perdida,
o busco en vano el rastro del porvenir en tus encrucijadas.
Tú vas quién sabe adónde siguiendo las variaciones de la
tentación inalcanzable,
probándote los rostros extremos del horror, de la extrema
belleza,
la imposible distancia de los otros, el tacto del infierno,
visiones que se agolpan hasta donde te alcanza la oscuridad
que tengo,
hasta donde comienzas a rodar muerte abajo con carruajes, con
piedras y con perros.
Pero yo no te pido lámparas exhumadas ni velos entreabiertos.
No te reclamo una lección de luz,
como no le reclamo al agua por la llama ni a la vigilia por el
sueño.
¿O habría de confiar menos en ti que en las duras, recelosas
estrellas?
¡Hemos visto tantos misterios insolubles con sus blancos
reflejos, aun a pleno sol!
Basta con que me lleves de la mano como a través de un
bosque,
noche alfombrada, noche sigilosa,
que aprenda yo lo que quieres decir, lo que susurra el viento,
y pueda al fin leer hasta el fondo de mi pequeña noche en tu
pupila inmensa.

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EL RETOQUE FINAL

Es éste aquél que amabas.
A este rostro falaz que burla su modelo en la leyenda,
a estos ojos innobles que miden la ventaja de haber volcado
a ciegas tu destino,
a estas manos mezquinas que apuestan a pura tierra su
ganancia,
consagraste los años del pesar y de la espera.
Ésta es la imagen real que provocó los bellos espejismos de
la ausencia:
corredores sedosos encandilados por la repetición del eco,
por las sucesivas efigies del error;
desvanes hasta el cielo, subsuelos hacia el recuperado paraíso,
cuartos a la deriva, cuartos como de plumas y diamante
en los que te probabas cada noche los soles y las lluvias de tu
siempre jamás,
mientras él sonreía, extrañamente inmóvil, absorto en el
abrazo de la perduración.
Él estaba en lo alto de cualquier escalera,
él salía por todas las ventanas para el vuelo nupcial,
él te llamaba por tu veradero nombre.
Construcciones en vilo.
sostenidas apenas por el temblor de un beso en la memoria,
por esas vibraciones con que vuelve un adiós;
cárceles de la dicha, cárceles insensatas que el mismo
Piranesi envidiaría.
Basta un soplo de arena, un encuentro de lazos desatados,
una palabra fría como la lija y la sospecha,
y esa urdimbre de lámparas y vapor se desmorona con un
crujido de alas,
se disuelve como templo de miel, como pirámide de nieve.
Dulzuras para moscas, ruinas para el enjambre de la
profanación.
Querrías incendiar los fantasiosos depósitos de ayer,
romper las maquinarias con que fraguó el recuerdo las
trampas para hoy,
el inútil y pérfido disfraz para mañana.
O querrías más bien no haber mirado nunca el alevoso rostro,
no haber visto jamás al que no fue.
Porque sabes que al final de los últimos fulgores, de las
últimas nieblas,
habrá de desplegarse, voraz como una plaga, otra vez
todavía,
la inevitable cinta de toda tu existencia.
Él pasará otra vez en esa ráfaga de veloces visiones, de días
migratorios;
él, con su rostro de antaño, con tu historia inconclusa,
con el amor saqueado bajo la insoportable piel de la mentira,
bajo esta quemadura.

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125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA