No se puede ofrecer frutas y alondras
a un mundo sanguinario que fracasa.
No se puede llevar lirios al pecho,
porque otros lucen homicida espada.
¡Adiós, adiós,
me voy con mis jilgueros,
mis frutas y mi olor a mejorana!
Ya nadie me conoce. ¡Adiós, amigos!
Vendo ciruelas, nueces y guayabas.
En el reloj de la vecina torre
suena la una de la madrugada.
¡Qué soledad! Mis pájaros sollozan
y no he vendido ni siquiera un ánsar.
Y yo creyendo que era el mediodía,
y era mi corazón el que irradiaba.
Mi abierto corazón de niño grande,
vendedor de avecillas y balsáminas.
Ahora lo comprendo: era mi espíritu.
Soy una claridad entre fantasmas.
Me circundan espectros de otros mundos.
Seres que conocí surgen y me hablan
desde el fondo apacible de otros días,
y les vuelvo a decir: ¡vendo naranjas!
Me miran y se alejan y se ocultan
otra vez en las sombras asordadas.
Yo empuño un sol nocturno y en su esfera
le signo un ruiseñor con ojos de águila.
Y me pregunto: ¿qué hago yo a estas
horas
con un carro de flores y calandrias?
¿Por qué esta oscuridad, por qué hay
tinieblas
siempre en nosotros, siempre agazapadas?
¡Ah mi espíritu simple que transforma
las penumbras en luz, y entre sus lágrimas
suelta un barquito de papel y dice
que él es el capitán de aquella barca!
¡Ay del que ignora que jugó y fue niño!
¡Ay del que vive lejos de su infancia!
Mas, ¿qué hacer con los sueños
que yo tuve
y en dónde ir a soñar los que me faltan?
¿Cuándo seré más hombre
y menos niño?
¿Cuándo tendré la voluntad forjada
a golpes de cincel como ese obrero
que en túneles sin luz vive y trabaja,
o como el panadero que en la boca
del horno abrasador curte las masas
y el brazo leudador hunde en el gluten
y de la cueva renegrida saca
panes alimenticios y reservas
que el hombre necesita en su morada?
¿Cuándo me dejaré de estar creyendo
que no hay dolor y que las piedras cantan?
¿Cuándo voy a entender que entre los
bosques
un tigre sideral bruñe sus garras?
¡Qué torpeza!... y me burlo de mí mismo.
¡Luz y penumbra... y no diferenciarlas!
¡Pobre de mí que nunca he comprendido
lo que dice mi perro en sus alarmas!
Él si sabe, él sí escucha y él
sí ha visto.
¡Me estremecen sus cósmicas miradas!
Va certero a sus presas y adivina
dónde está el escorpión y a qué distancia.
Pero a mí se me oculta siempre el mundo
¡y qué equivocaciones tan extrañas!
¡Vender turpiales a la media noche
y por una ciudad abandonada!
¡Oh discordantes sumas de mis cifras!
¡Oh divino ignorar de mi ignorancia!
Mi burrito se acuna y en sus sueños
por las estrellas inocentes vaga,
y las Siete Cabrillas en sus rondas
lo hacen girar con músicas y danzas.
¡Qué soledad!... mis pájaros suplican
y se me parte contra el mundo el alma.
Vendo azucenas, higos y nopales,
doradillas y tallos de linaza.
Mas ya me voy con mi burrito triste,
mi viejo carro y mis cantoras jaulas.
¡Adios, adiós, me voy hacia las brisas!
Ya nunca volveré... o quizá mañana,
si la luna y el sol no se equivocan
y mis sentidos de juglar no fallan.
En el reloj de la vecina torre
timbra el vacío de la madrugada.
Vendo gladiolas y orozuz y alpiste
y aretillos y anís...¡vendo esperanza!
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