SUMARIO
Germán Pardo García
Fin de los trabajos de Herakles
Destrucción bajo el mar
Testimonios
Nocturno menor
Último sol sobre las cumbres
Dylan Thomas
Veo a los muchachos del verano
La fuerza que por el verde tallo impulsa a la flor
No entres dócilmente en esa noche quieta
Desde la primera fiebre del amor a su infortunio
Elegía
Donde una vez las aguas de tu rostro
Halla la carne sobre los huesos
De los suspiros
Sobre todo cuando el viento de octubre
Muertes y entrada
Poema de octubre
Si me hiciera cosquillas el roce del amor
Socios de Honor
Agenda
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GERMÁN PARDO GARCÍA

Colombia, 1902

FIN DE LOS TRABAJOS
DE HERAKLES

A Vicente Aleixandre

Mantua me genuit. Calabri rapuere. Tenet nunc
Parthenope; cecina pascua, rura, duces.
Epitafio de Virgilio.

Soy Heracles, semidiós y pugilista griego.
Poeta fui también de Colombia, mi patria.
Le ayudé a Prometeo a arrebatar a los dioses
la llama celeste.
Después le vi encadenado en las llanuras de Escitia.
Armé el brazo de Pausanias en Platea,
y a lomo de pentélico centauro
galopé en la penumbra de los siglos,
hasta llegar al de la universal batalla.
Vi decapitar en Londres a Tomás Moro
y padecí bajo el poder de la injusticia.
Le disputé a Jack Jonson el cetro de la fuerza
sobre algún ring en Indianápolis.
Contemplé el derrumbe del ejército alemán
en las congeladas estepas.
Me enfrenté a las iras dinámicas
y a la desintegración de los átomos.

Les canté a las húmedas mieses y a los toros
de Colombia, en recuerdo de Virgilio.
Tengo 2.500 años. Estoy inerme y solo
y he llegado al fin de mis trabajos corpulentos.

No me intimida la muerte porque mi razón es más honda
que el pensamiento de los dioses.
Pero ¿quién sabe algo de mí, de mi fulgurante entusiasmo,
de mi destino heroico,
de mi solidaridad humana, humilde y tierna?

Mis himnos a los obreros y a las cosas,
¿quién escucha?

Sé que no puedo combatir con mi clava de roble
contra una compulsión acorazada.
He perdido la orientación divina.
Soy un náufrago del Tiempo, un héroe occiduo.
Mas aún tengo el orgullo de mi estirpe.
Y en el instante de la agonía,
al separarme del mundo,
memoro lo que de mí cantara Eóphokles,
y con la voz grande y clara de los poetas y los púgiles,
yo, que todavía soy la hermosura y la soberbia,
con mis últimos poderes así clamo,
y restalla mi voz contra los Andes:
¡preparad para mi cuerpo la pira fúnebre
sobre los Montes Eta!

¡Y que los colibantes de Cibeles
no me tornen insensible
con la liturgia de sus flautas,
al penetrar mi ser en el Misterio!

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DESTRUCCION BAJO EL MAR

Suelo descender a profundidades oceánicas
que en partes todavía sin explorar de mi espíritu existen.
Allí mi atormentado mundo no acaba de formarse
o se desintegró hace mucho y sus ruinas en mi alma se mueven.

Son esas partes mudas, desconocidas, de anfibios horizontes
que no se han visto nunca y sin embargo se recuerdan.
Seguido por moluscos y esponjas ambulantes,
quelonios y estrellas de mar, hacia abajo navego.
Glaucos ojos esféricos de asteroide o de atún me contemplan
invadir como huésped intruso.
Más abajo mi alma choca contra arrecifes de oro
que tienen perlas incrustadas y corales crecientes.

Mi deseo vital les extiende las manos
y ese núcleo de estrellas encantadas y de oro se rompe.
Arriba en la superficie círculo fugaz de espumas delata
que algo que no fue mío pereció para siempre.
Más abajo encuentro escombros de volúmenes como cúpulas
de una ciudad castigada por el mar. Tal vez la pretérita
ciudad mía,
aquella de las casas purísimas y los altares elevados
al universo; la desaparecida ciudad mía que hoy suplica
desde lo más patético de su estrago sin lágrimas,
aprisionada por fúnebre peso de sal y de exterminio.
Desciendo más y más y descubro en declives
de colores lacustres, más augurio de estrago.
Allí se disolvió un arco iris que ahora tiñe de sangre,
y de azul
y de verde
y de lila,
la concentrada palpitación de aquel submar.
Grupos de figuras vencidas me recuerdan
tantos seres amados. Allí están con las sienes
inundadas, las manos densamente inundadas,
mientras vegetaciones marítimas absorben
la claridad que les subía por las venas hasta el árbol del sueño.
Y bajo más y más hasta los paraísos
amorfos y frustados de mi ser, y hasta las catacumbas
en donde el grito del sepulcro
no logra evasión.
Y desciendo y desciendo vertical y vertiginoso
hasta lo más profundo mío, allá donde mi esencia
principia a confundirse con el origen de las cosas
increadas o inconclusas.
Declino hasta lo más eterno y profundo mío, allá donde mi
cuerpo
ya no me pertenece ni mi alma; al fondo del gran mar
disolvente y licuante
en donde me sumerjo desde hace siglos, desde ayer, desde
hoy mismo,
para volver desde hace siglos cada instante a la tierra,
al centro de las formas que me ven regresar de la nada,
deshecha en mil jirones mi escafandra de viento
y con la frente empapada por sudor que todo lo corroe,
semejante al agua con yodo del mar, o a esa otra furia
de ese otro mar que nombro y que golpea como el corazón
de un hombre
contra los acantilados del Tiempo.



D2369 (MOM)

TESTIMONIOS

Nos oponemos a los grandes bosques
que extienden sus tentáculos silvícolas
y chupan sangre del jardín obrero.

Somos de una familia de luciérnagas
que encienden sus fugaces farolillos
al pie de las manzanas y duraznos.

Daremos testimonio contra el tigre
destazador de las joviales cabras,
y contra las serpientes invasoras
que lanzan de los ríos y lagunas
a las pequeñas ranas campesinas.

Comprendemos la pena de los nidos,
donde en cada polluelo ya se escucha
la escala musical adolescente.

Y el pan que en nuestra casa no tocamos
y limpio y sin ultraje permanece,
es para esa ternura proletaria
del indio que les da a sus alimentos,
mientras suenan las flautas de carrizo,
la morena sazón del abandono.

El día en que las últimas alondras
alcen un tribunal contra las fieras,
acudiremos con la ley agreste,
con los rurales códigos escritos
por el gorrión en hojas de centeno,
contra el sol y la lluvia, contra el frío,
la desnudez el hambre y el despojo,
porque hemos visto a las pesadas águilas
devorar su salario al colibrí.

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NOCTURNO MENOR

He olvidado. Es verdad. He olvidado con extraño olvido.
Hay hombres que olvidan como lo hacen todos los seres,
y apenas si vuelven los rostros para ver lo que amaron o aman.
En ellos está escrita la palabra nunca,
o siempre,
y ¡adios! les gritan desde acantilados tempestuosos.
Atrás sufren habitaciones con esfigies que luego se borran.
En las paredes ocultos rastros y en las páginas de los libros
flores que viven existencia de disecada sangre,
con olor a disueltos jardines y a cutáneos aromas.
Yo nada tengo que olvidar. En mi casa no hay ausentes
que habiten
el cuerpo de las horas.
No hay señales de seres amados y las páginas
de mis libros antiguos carecen de fechas como algunos
sepulcros.
Detrás de mí no quedan bosques más hermosos cuando el otoño
con las últimas lluvias del verano los lava.
Cuando yo muera no habrá recuerdos míos custodiándome
ni devolverán las aguas tanta cosa mía hundida.
Aun así olvido. Lo siento mientras escribo este nocturno
como un ciego que pinta con carbón su nombre en las murallas.
Olvido. Es verdad. Olvido extrañamente
y cuando salgo en busca de cuerpos y de formas
para recordarlos,
revivirles
y amarles,
camino entre la sombra y las piedras se vuelven
como algodón negro que se hunde debajo de mis plantas.


D1875 (MOM)

 

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA