SUMARIO
Germán Pardo García
Fin de los trabajos de Herakles
Destrucción bajo el mar
Testimonios
Nocturno menor
Último sol sobre las cumbres
Dylan Thomas
Veo a los muchachos del verano
La fuerza que por el verde tallo impulsa a la flor
No entres dócilmente en esa noche quieta
Desde la primera fiebre del amor a su infortunio
Elegía
Donde una vez las aguas de tu rostro
Halla la carne sobre los huesos
De los suspiros
Sobre todo cuando el viento de octubre
Muertes y entrada
Poema de octubre
Si me hiciera cosquillas el roce del amor
Socios de Honor
Agenda
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DYLAN THOMAS

Gran Bretaña, 1914

DESDE LA PRIMERA
FIEBRE DEL AMOR
A SU INFORTUNIO

De la primera fiebre del amor a su infortunio, desde el tierno
segundo
hasta el hueco minuto del vientre,
desde el primer atisbo hasta el tijeretazo umbilical
la edad del pecho y la época feliz del delantal cuando ninguna
boca
se agitaba en torno al hambre suspendido,
y el mundo entero era uno solo, una nada ventosa,
bautizaron mi mundo en un fluir de leche.
Y la tierra y el cielo fueron un solo cerro al aire,
el sol y la luna derramaban una misma luz blanca.

Desde la primera huella del pie descalzo, desde la mano que se
eleva
y la irrupción del pelo,
desde el primer secreto del corazón, el fantasma que advierte,
y hasta el primer asombro mudo ante la carne,
el sol fue rojo y la luna fue gris,
y la tierra y el cielo fueron cual dos montañas que se encuentran.

El cuerpo prosperó, los dientes en las encías meduladas,
los huesos que crecían, el murmullo del semen
dentro de la glándula santificada, la sangre bendijo al corazón,
y los cuatro vientos, que tanto tiempo soplaron al unísono
abrillantaron mis orejas con la luz del sonido,
llamaron en mis ojos con el sonido de la luz.
Y fue amarilla la multiplicación de las arenas,
cada grano dorado salpicaba la vida en su vecino,
verde era la casa cantarina.

La ciruela que mi madre arrancara maduró dulcemente,
el niño que dejara caer desde la oscuridad de su costado
hacia el regazo cavado de la luz, creció fuerte,
musculoso, enmarañado, atento a los gemidos del muslo
y a la voz que, como una voz de hambre,
arañaba en el sonido del viento y del sol.

Y desde el primer deterioro de la carne
yo aprendí el lenguaje del hombre para enroscar las formas del
pensar
en el idioma pétreo del cerebro,
para llenar de sombras y tejer nuevamente la trama de palabras
dejada por los muertos que, en su césped sin luna,
no necesitan del calor de la palabra.
La raíz de las lenguas se termina en un cáncer exagüe,
no es más que un nombre que los gusanos hacen cruz.

Aprendí los verbos de la voluntad y supe mi secreto;
las claves de la noche golpearon en mi lengua;
donde antes había sólo una, hubo de pronto muchas mentes
sonoras.

Un solo vientre, un solo espíritu vomitó la materia.
Un pecho amamantó al fruto de la fiebre,
aprendí la otra cara del cielo que divorcia,
el globo dos veces enmarcado que giraba;
un millón de cerebros alimentaron al retoño
que divide mis ojos;
la juventud, de veras se abrevió; las lágrimas de la primavera
se diluyeron en el verano y en las cien estaciones;
un sólo sol, un único maná, fue calor y alimento.

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ELEGÍA

Demasiado altivo para morir, murió ciego y vencido
del modo más sombrío, sin mirar hacia atrás,
un hombre amable y frío en su mezquino orgullo

el día más sombrío. Oh que siempre yazga
luminoso por fin en la colina final llena de cruces,
bajo la hierba, enamorado y que joven se vuelva

entre los largos rebaños, y nunca yazga perdido o quieto
en todos los innumerables días de su muerte
aunque por sobre todo él suspiraba por el pecho materno

que era descanso y polvo y en la tierra benévola
la más oscura justicia de la muerte ciega y profana.
Dejad que no encuentre otro descanso que ser hallado y
protegido

yo rezaba en el cuarto agazapado, junto a su cama ciega,
en la casa ya muda, un minuto antes del mediodía
y de la noche y de la luz. Los ríos de los muertos

veteaban su pobre mano que sostenía yo mientras veía
las raíces del mar a través de sus ojos sin vida.
(Un viejo atormentado, tres cuartas partes ciego.

 


D2373 (MOM)

No soy tan altivo para gritar que Él y él
nunca nunca se irán de mi mente.
Todos sus huesos lloraban y pobre en todo salvo en el dolor,
aunque fuera inocente, él temía morir
odiando a Dios, pero en verdad era simple:
un viejo manso y valeroso en su quemante orgullo.

Suyos eran los postes de la casa, poseía sus libros.
Nunca había llorado, ni siquiera de niño
y no lloraba ahora, salvo ante su secreta herida.

Yo vi la última luz, que resbalaba de sus ojos.
Aquí entre las luces del altivo cielo
un viejo está conmigo dondequiera que voy

camina en las praderas del ojo de su hijo
sobre el que males infinitos cayeron como nieve.
Él gritó ante su muerte, temiendo al fin el último sonido

de las esferas, el mundo que se iba sin un suspiro
demasiado altivo para llorar, demasiado débil para aguantar las
lágrimas,
y preso entre dos noches: la ceguera y la muerte.

Oh, la herida más profunda de todas, era que debía morir
en día tan sombrío. Oh, pudo al fin esconder
las lágrimas fuera de sus ojos, demasiado altivo para llorar.

Hasta que muera yo, él estará a mi lado).

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DONDE UNA VEZ
LAS AGUAS DE TU ROSTRO

Donde una vez las aguas de tu rostro
giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu áspero fantasma,
los muertos alzan la mirada;
donde un día asomaron el pelo los tritones
a través de tu hielo, el viento áspero navega
por la sal, la raíz, las huevas de los peces.

Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura
en el cordón de la marea, allí camina ahora
el vegetal destejedor,
con tijeras filosas, empuñando el cuchillo
para cortar los canales en su origen
y derribar los frutos empapados.

Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo
irrumpen en las camas galantes de las algas;
el alga del amor se vuelve mustia;
allí en torno a tus piedras
sombras de niños van, que desde su vacío
lloran ante el mar colmado de delfines.

Secos como la tumba, tus coloreados párpados
no serán aherrojados mientras la magia se deslice
sabia sobre el cielo y la tierra;
habrá corales en tus lechos,
habrá serpientes en tus mareas,
hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.

 

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA