LA IMAGINACIÓN ABRE SUS VERTIGINOSAS TRAMPAS
Ahora entre tú y yo hay un mantel rasgado
-el albatros doméstico abatido en mitad de su inocente vuelo-
que adquiere de repente la forma de un glaciar,
una casa que avanza con las luces trizadas y un cuchillo
clavado en el costado
y se funde y no es más que un reguero miserable de lágrimas
sin reversión y sin destino,
sin ningún tribunal al que apelar como no sea al juicio de la muda intemperie
-¿y para qué? ¿y para quién la indignidad de un centro
[sobre tierras baldías?-,
y en el que aún es posible distinguir,
separando las nieblas afanosas de los últimos años,
escenas que iluminaron como lámparas los rincones del alma
con un fulgor insomne que será en adelante la inestinguible luz de la condena
dondequiera que me acompañe la tiniebla,
dondequiera que husmeen nuestros perros huellas de paraísos ya perdidos,
osarios indefensos del amor,
como en esas ciudades fundadas cada vez sobre la sal
[de nuestros sacramentos,
aquellas que venían a ver salir el sol en nuestro pan y la luna en nuestro vino,
y que alzan aquí, ahora, entre los dos,
sus bellísimos rostros mutilados por el rayo implacable
[de la extremaunción,
esos muros que corren deslizando la sombra de un abrazo hacia nunca jamás,
a lo largo de calles que son en este día calles para salir,
sólo para salir irremisiblemente,
lo mismo que aquel negro laberinto en torno de la fuente
[de Viterbo,
el anuncio sombrío,
como la floración errónea en el jardín
o la ráfaga de murciélagos triunfando sobre un ciclón de
[cartas desgarradas
que exhalan todavía un sollozo final que fue canción,
antes de consumirse en ese pentecostés con llamas de
[exterminio
-¡tanta alquimia al revés!-
y caer como cae una llovizna de oro trasmutada en cenizas
[y en adiós
en estas habitaciones donde tan sólo bajan las mareas
arrastrando monedas desgastadas,
objetos que perdieron definitivamente su nombre y su sentido,
despojos imprecisos atados con las guirnaldas rotas de la fiesta
-todo lo que ya es inventario de polvo, reclamo de naufragio,
allá, en las canteras vertiginosas de la resurrección-,
alrededor de unas inciertas ropas confundidas que se inflan de pronto
y dejan escurrir nuestros cuerpos de arena por la desgarradura de este mismo mantel,
irreparable para siempre, desde ahora.
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