LA VIDA DEL POETA (XVIII)
Si todo está destruido cuando se comienza,
no caben dudas,
la única posibilidad es poética.
Hoy recuerdo a mi madre y tengo que decirlo,
Ella fue la que quiso que yo, fuera poeta.
Ella cuando pensaba, pensaba en los trigales.
Quería para mí un destino donde la música,
tuviera su importancia.
Fui mudo,
sordo como una piedra,
durante siglos.
Cuando quise cantar,
padre, nostálgico del mar,
deseaba que, su único varón,
fuese navegante.
A mi mudez,
se fue agregando, lentamente,
la quietud.
Moribundo,
al borde de la idiocia profunda,
fui, el rey de la mentira:
rosas apasionadas para Ella,
la amada.
Y para Él,
empedernido viajero,
los vuelos nocturnos.
Llegué hasta aquí,
lleno de enloquecidos cielos olvidados
y rosas muertas. |
LA VIDA DEL POETA (XIX)
Lo único que extraño, aunque me extrañe, es a mi madre.
Sus manos largas de pianista que nunca usaría para eso.
Los labios en forma de corazón pintado sobre la noche,
como las artistas de su época que nunca pudo ser.
Y ese caminar acompasado y lento,
tan parecido a un tango, sí,
pero ese caminar era la fábrica,
los suburbios, las locas madreselvas.
El verdadero tango no era en el andar que lo llevaba,
ni siquiera en el alma que, a lo mejor, tendría,
ni en el brillante tono de su voz, cuando cantaba.
Ni en el silbido de su risa contagiosa y abierta,
el tango verdadero era su propia vida, así bailada:
un giro, una caída, dos pasos para atrás y esta sonrisa.

Carmen Salamanca leyendo su presentación
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