SUMARIO
Editorial
Charles Bukowski
El corazón que ríe
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Germán Pardo García
Vitalidad del sueño
Du Fu
Escrito en el muro de la ermita de Chang
La aldea Oiang
Yannis Ritsos
Romiosini
Teresa Wilms Montt
Autodefinición
Belzebuth
Audre Lorde
Memorial
Aurora Estrada y Ayala
Un hombre que pasa
Gerardo Diego
Continuidad
Nicolás Guillén
Mujer nueva
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
Arráncame la vista amada
Aforismos
Agenda Grupo Cero

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Yannis Ritsos

Gracia, 1909

ROMIOSINI

II

Cada vez que anochece con el tomillo chamuscado en el seno
de la piedra
es como si una gota de agua horadara el silencio hasta
la médula,
como si una campana colgada del viejo plátano pregonara
los años.

Las chispas duermen con un ojo abierto en el rescoldo
de la soledad
y los techos piensan en el bozo dorado sobre el labio de julio
-bozo amarillo como las vainas del maíz tiznado por
la tristeza del crepúsculo.
La virgen se reclina entre los mirtos con su amplia falda
manchada por las uvas.
En el camino llora un niño y le responde desde el campo
la oveja que ha perdido su cría.

Sombra en la fuente. Helado tonel.
La hija del herrero con los pies mojados.
Sobre la mesa el pan y la aceituna,
entre las viñas la lámpara del Lucero
y allá arriba, girando en su asador, la Vía Láctea exhala olor
a grasa quemada, ajo y pimienta.

Ah ¿qué sedoso hilo de estrellas será necesario
para que las agujas de los pinos borden
en la ardiente tapia del verano "también esto pasará",
cuánto exprimirá todavía la madre su corazón sobre sus siete
muchachos degollados
hasta que la luz encuentre el rumbo en la cuesta de su alma?

Este hueso que sale de la tierra
mide palmo a palmo la tierra y las cuerdas del laúd
y el laúd y el violín desde el crepúsculo hasta el alba
dicen su dolor a los pinos y al romero
y vibran en los barcos las cuerdas como liras
y el marinero bebe mar amargo en la copa de Odiseo.

Ah, ¿quién bloqueará entonces la entrada y qué espada
cortará el coraje
y qué llave cerrará el corazón que con sus puertas abiertas
de par en par
contempla los jardines estrellados de Dios?

Hora grande como la noche del sábado de mayo
en la taberna marinera,
noche grande como la bandeja en la pared del estañador,
grande el canto como el pan en la cena del pescador
de esponjas.
Y he aquí la luna cretense rodando sobre el guijarro,
gap, gap, con sus veinte hileras de clavos en las botas,
y he aquí a los que suben y bajan por la escalinata de Nauplia
cargando sus pipas con el tabaco picado de la noche,
con sus bigotes de tomillo helénico espolvoreado de astros
y con sus dientes de raíz de pino clavada en la roca y la sal
del Egeo.

Entraron al hierro y al fuego, conversaron con las piedras,
ofrecieron aguardientes a la muerte en la calavera
de sus abuelos,
encontraron a Digenís en las mismas eras y se sentaron
a comer
cortando el dolor en dos como cortaban sobre las rodillas
el pan redondo.

Ven, Señora, con tus pestañas de sal, con tu mano tiznada
por la pobreza y por los años,
el amor te espera entre los arbustos,
la gaviota cuelga en su cueva tu triste imagen
y el afligido erizo besa la uña de tu pie.

Hierve el rojo mosto en el negro racimo de uvas,
hierve la flor en el quemado rododentro,
la raíz del muerto busca en la tierra el agua que sacuda
el abeto
y bajo su arruga la madre empuña fuertemente un cuchillo.

Ven, Señora, tú que incubas los huevos dorados del rayo-
qué día azul te quitarás el pañuelo de la cabeza y tomarás
de nuevo las armas
para que golpee tu frente el granizo de mayo
para que el sol estalle como una granada en tu celeste
delantal
y lo repartas grano a grano entre tus doce huérfanos,
para que brille alrededor el mar como brilla el filo de la
espada y la nieve de abril
para que el cangrejo salga entre los guijarros y se eche al
sol con sus pinzas cruzadas.

III

Aquí el cielo no consume nunca el aceite de nuestra mirada-
aquí el sol carga sobre sí la mitad del peso de la piedra
que llevamos en la espalda;
las tejas se rompen sin un ay bajo la rodilla del mediodía,
los hombres van delante de su sombra como los delfines
delante de los caiques de Skiathos
después su sombra se convierte en un águila que tiñe sus alas
en el crepúsculo
y luego trepa a sus cabezas y piensa en los astros
mientras ellos se acuestan al sol junto a la negra uva.

Aquí cada puerta tiene tallado un hombre desde hace tres mil
años,
cada piedra tiene pintado un santo de ojos torvos y cabellos
hirsutos,
cada hombre tiene tatuada en su mano izquierda puntada
a puntada una sirena roja,
cada muchacha tiene un puñado de luz salobre bajo su falda
y los niños tienen cinco o seis tristes crucecitas en el corazón
como las huellas que dejan las gaviotas en la arena
del atardecer.

No es necesario recordar. Lo sabemos.
Todos los senderos llevan a las Altas Eras. El viento pica allá
arriba.
Cuando a lo lejos se resquebraja el fresco minoico del
crepúsculo
y se apaga el incendio en el pajar de la costa
suben las viejas hasta aquí por los escalones tallados en
la roca
se sientan en la Gran Piedra a hilar con sus ojos el mar,
se sientan y cuentan los astros como si contaran los cubiertos
de plata de sus antepasados
y bajan lentamente para alimentar a sus nietos con la pólvora
de Misolonghi.

Sí, es cierto, el Cristo tiene las manos tan tristes entre
las ligaduras,
pero sus cejas tiemblan como una roca que va a precipitarse
sobre su dolorosa mirada.
Desde el abismo sube esta ola que no conoce súplicas,
desde lo alto baja este viento con venas de retsina y
pulmones de salvia.

Ay, que sople una vez y arranque los naranjos del recuerdo,
ay, que sople dos veces y saque chispas de la piedra como
un gatillo,
ay, que sople tres veces y enloquezca los abetos del Parnaso,
que haga saltar de un puñetazo la tiranía por los aires,
que arrastre de la cadena al oso de la noche para que nos baile
un tsámico junto a la tapia
y tocando la pandereta de la luna se llenen los balcones de
las islas
con niños medio dormidos y madres sulióticas.

Un mensajero llega desde el Gran Valle cada mañana,
brilla en su rostro el sudor del sol,
bajo su axila aprieta fuertemente el helenismo
como el obrero sostiene su gorra en la iglesia.
"Llegó la hora", dice. Estén listos.
"Cada hora es nuestra hora".

IV

Enfilaron hacia el alba con la mirada arrogante del que tiene
hambre.
En sus ojos inmóviles se había condensado una estrella,
llevaban en sus hombros al verano herido.

Por aquí pasó el ejército con los estandartes sobre la carne,
con la obstinación entre los dientes como una pera verde,
con la arena de la luna en sus pesados borceguíes
y el carbón de la noche adherido a su nariz y sus orejas.

Árbol tras árbol, piedra tras piedra, atravesaron el mundo,
sobre almohadas de espinas atravesaron el sueño.
Llevaban la vida como un río en sus manos resecas.

A cada paso ganaban una braza de cielo-para darlo.
Se quedaban petrificados en las atalayas como árboles
quemados,
y cuando bailaban en la plaza, en las casas temblaba el cielo
raso
y tintineaba la cristalería en las repisas.

Ah, qué canto sacudió las cumbres-
entre sus rodillas sostenían la escudilla de la luna y cenaban,
y aplastaban el ay de los recovecos de su corazón
como si aplastaran un piojo entre sus gruesas uñas.

¿Quién te llevará ahora el pan caliente en la noche para
alimentar los sueños?
¿Quién a la sombra del olivo hará compañía a la cigarra
para que la cigarra no calle,
ahora que la cal del mediodía pinta la tapia en torno
del horizonte
borrando sus magníficos nombres viriles?

Esta tierra que embalsamaba el alba,
la tierra que era de ellos y de nosotros -su sangre- como olía
la tierra -
y ahora cómo han cerrado sus puertas nuestras viñas,
cómo disminuyó la luz en los techos y en los árboles-
quién diría que la mitad se encuentra bajo tierra
y la otra mitad entre cadenas?

Con tantas hojas el sol te da los buenos días,
con tantos estandartes brilla el cielo,
y unos entre rejas y otros bajo tierra.

Calla, de un momento a otro sonarán las campanas.
Esta tierra es de ellos y de nosotros.
Bajo tierra, con las manos cruzadas,
aferran la cuerda de la campana -esperan la hora, no duermen,
no están muertos,
aguardan para anunciar la resurrección. Esta tierra
es de ellos y de nosotros-nadie nos la podrá quitar.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA