SUMARIO
Editorial
Edgar Bayley
Es infinita esta riqueza abandonada
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Miguel de Unamuno
Incidentes domésticos (III)
Veré por ti
En estas tardes pardas
Ni mártir ni verdugo
Vuelven a mí mis noches
En horas de insomnio
A mi buitre
Para matar el tiempo
Cancionero
Louis Aragon
El autor levanta la voz
Libros

Poesía y Psicoanálisis
(1971-1991)

La cosa de la carne (II)
Aforismos
Promoción especial para estudiar psicoanálisis
Curso 2011-2012
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MIGUEL DE UNAMUNO

España, 1864

VUELVEN A MÍ MIS NOCHES

Escrito en el cuarto en que viví mi mocedad

Vuelven a mí mis noches,
noches vacías,
rumores de la calle,
las pisadas tardías,
rodar de coches,
conversaciones rotas
y desgranadas notas
de un pobre piano,
viejo y lejano.

Hundióse así el tesoro de mis noches,
en esta misma alcoba,
aquí dormí, soñé, fingí esperanzas
y a recordarlas me revuelvo en vano...,
no logro asir aquel que fui, soy otro...

Pienso, sí, que era yo, mas no lo siento,
es sólo pensamiento.
No es nada. La realidad presente me las roba.
Los días que se fueron, ¿dónde han ido?
De aquel que fui, ¿qué ha sido?

Muriendo sumergióse aquel que fuera...
Hijos de tantos días que en el fondo
de la oscura cantera
de mi conciencia yacen.
Y allí dentro, ¿qué hacen?

El alma es cementerio
y en ella yacen los que fuimos, solos.
Los días se devoran...
....................................................................................
....................................................................................

Cierro los ojos:
a ver, mi fiel memoria, ¿acaso no te acuerdas?
Era un muchacho pálido,
triste, con la tristeza del que sueña
días de gloria...
....................................................................................
....................................................................................

¡Oh si hubiera llegado a conocerme!
¡Oh si aquel que yo fui ahora me viera!...
¡Y si le viera yo, si en un abrazo
se hiciese vivo el lazo
que ata el pasado al porvenir oscuro!

Se me ha muerto el que fui; no, no he vivido.
Allá entre nieblas,
del lejano pasado en las tinieblas,
miro como se mira a los extraños
al que fui yo a los veinticinco años.

Cada hijo de mis días que pasaron
devoró al de la víspera;
de la muerte del hoy surge el mañana,
¡oh, mis yos, que finaron!
Y mi último yo, el de la muerte,
¿morirá solo?

¡Oh tremendo misterio de la muerte!
Todos esos que he sido,
¿no acudirán en torno de mi lecho
para aliviarme el pecho
de la terrible soledad postrera?

Cuando al fin muera,
¿no vendréis, oh mis almas juveniles,
ángeles de los días de mi infancia,
y de aquella mi verde primavera
con la auroral fragancia
consolaréis el tránsito tremendo?

¡Cuántos he sido!
Y habiendo sido tantos,
¿acabaré por fin en ser ninguno?
De este pobre Unamuno,
¿quedará sólo el nombre?
....................................................................................
....................................................................................

Se pierden ya las notas
desgranadas y rotas
del pobre piano,
viejo y lejano,
y en el ambiente espiritual perdura
flotante melodía
tocada de amargura.
¡Oh, música del alma,
celeste sinfonía
de lo que fue, lo que es, lo que será, misterio
torturador, eterno!
¡Oh, silencio infinito!
¿No se quebranta tu impasible seno
con nuestro grito?
¿Dónde estás, alma mía?...
....................................................................................
....................................................................................


La selva animada de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 40x40 cm.

 

El vientre de la tierra de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 100x73 cm.

LXXIX

EN HORAS DE INSOMNIO
(cuatro sonetos)

1

Me voy de aquí, no quiero más oírme;
de mi voz toda voz suéname a eco,
y a falta así de confesor, si peco
se me escapa el poder arrepentirme.

No hallo fuera de mí en que me afirme
nada de humano y me resulto hueco;
si esta cárcel por otra al fin no trueco
en mi vacío acabaré de hundirme.

Oh triste soledad, la del engaño
de creerse en humana compañía
moviéndose entre espejos, ermitaño.

He ido muriendo hasta llegar al día
en que espejo de espejos, soyme extraño
a mí mismo y descubro no vivía.

2

Hecho teatro de mí propio vivo,
haciendo mi papel: rey del desierto;
en torno mío yace todo yerto,
y yo, yerto también, su toque esquivo.

En vez de hacer algo que valga, escribo;
al afirmarlo todo no estoy cierto
de cosa alguna y no descubro puerto
en que dé tierra al corazón altivo.

Me desentraño en lucha con el otro,
el que me creen, del que me creo potro,
y en esta lucha estriba mi comedia;

pasan los años sin traerme cura;
bien veo que es mi vida una locura
que sólo con la muerte se remedia.

3

Dejar un grito, nada más que un grito,
aquel del corazón cuando le quema
metiéndosele el sol, pues no hay sistema
que diga tanto. Dice el infinito

del desengaño, dice cómo el hito
cayó que nos marcaba la suprema
jornada de ilusión, dice la extrema
resignación a lo que estaba escrito.

¿Definiciones? Sí, buenas palabras,
que aunque presumen ser abracadabras
no nos abren tesoro verdadero;

no se cura la vida con razones,
espacio, tiempo, lógica, sayones
sin compasión de todo cuanto espero.

4

La Tierra un día cruzará el espacio
celeste convertida en cementerio
de civilizaciones; el misterio
triunfará de la vida, pues reacio

fue siempre a la razón. Me pone lacio
el ánimo el pensarlo. ¿Acaso es serio
del mundo así entregarse al loco imperio
de cuya vanidad nunca me sacio?

Cruzará, vanidad de vanidades,
muerta, la soledad de soledades,
sin principio, sin fin y sin objeto;

mas entretanto, corazón, pelea
por esa vanidad; tal vez la idea
logre aplacarte, corazón inquieto.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA