Atrás quedaron los preparativos de ese tiempo especial, casi mágico, casi entre sueños: las ganas de cambiar de paisaje vital, el fugaz cosquilleo que nos sacude el alma cuando imaginamos.
Después, el ansiado paréntesis de lo cotidiano. Sean donde sean, las vacaciones siempre nos transportan a otros escenarios. De entre todos ellos, hay uno que, con su presencia fenomenal, nos hace sentir insignificantes: el mar.
Menassa dice que el mar no tiene vergüenza, va y viene sin importarle nuestra mirada y no detiene su movimiento, su armonía, ante ninguna causa externa, por muy humana que sea.
Particular alteración de lo cotidiano, único e irrepetible paréntesis que quedará grabado en la memoria, para siempre.
El mundo continúa como lo dejamos, y los contenidos insisten en repetirse: hombres y mujeres tratando de sobrevivir a su propia existencia, comunidades enteras atrapadas en las estructuras socio políticas que el ser humano ha fabricado durante siglos, en su contra.
Por eso, de todos los hechos acontecidos durante nuestra ausencia (las revueltas juveniles en Londres, las guerras en el norte de África, los huracanes en Asia y Estados Unidos o la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid) hemos escogido, para dedicarle este número de septiembre, el 75 aniversario de la muerte de Federico García Lorca, el pasado 18 de agosto.
Ya estuvimos en el mar y no vamos a llorar, vamos a publicar sus versos para que la poesía de Lorca viaje por el mundo, como hicimos nosotros.
Hasta la próxima.
Carmen Salamanca
FEDERICO GARCÍA LORCA
España, 1898 |
FÁBULA Y RUEDA
DE LOS TRES AMIGOS
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Estaban los tres helados.
Enrique por el mundo de las camas,
Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,
Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Estaban los tres quemados.
Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar
Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos,
Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos
abandonados.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Estaban los tres enterrados.
Lorenzo en un seno de Flora,
Emilio en la yerta ginebra que se olvida en el vaso,
Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los
pájaros.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Fueron los tres en mis manos
tres montañas chinas,
tres sombras de caballo,
tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas
por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.
Uno
y uno
y uno.
Estaban los tres momificados.
Con las moscas del invierno,
con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,
con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,
por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte
los borrachos.
Tres
y dos
y uno. |
Señales de Miguel Oscar Menassa. Óleo sobre lienzo, 50x44 cm.
Los vi perderse llorando y cantando
por un huevo de gallina,
por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,
por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,
por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,
por mi pecho turbado por las palomas,
por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.
Yo había matado la quinta luna
y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos.
Tibia leche encerrada de las recién paridas
agitaba las rosas con un largo dolor blanco.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Diana es dura
pero a veces tiene los pechos nublados.
Puede la piedra blanca latir en la sangre del ciervo
y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cricri de las margaritas
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias.
Abrieron los toneles y los armarios.
Destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.
.....................................................................
CIELO VIVO
Yo no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba.
Cerca de las piedras sin jugo y los insectos vacíos
no veré el duelo del sol con las criaturas en carne viva.
Pero me iré al primer paisaje
de choques, líquidos y rumores
que trasmina a niño recién nacido
y donde toda superficie es evitada,
para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.
Allí no llega la escarcha de los ojos apagados
ni el mugido del árbol asesinado por la oruga.
Allí todas las formas guardan entrelazadas
una sola expresión frenética de avance.
No puedes avanzar por los enjambres de corolas
porque el aire disuelve tus dientes de azúcar.
Ni puedes acariciar la fugaz hoja del helecho
sin sentir el asombro definitivo del marfil.
Allí, bajo las raíces y en la médula del aire,
se comprende la verdad de las cosas equivocadas.
El nadador de níquel que acecha la onda más fina
y el rebaño de vacas nocturnas con rojas patitas de mujer.
Yo no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba,
pero me iré al primer paisaje de humedades y latidos
para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.
Vuelo fresco de siempre sobre lechos vacíos.
Sobre grupos de brisas y barcos encallados.
Tropiezo vacilante por la dura enternidad fija
y amor al fin sin alba. Amor. ¡Amor visible!
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