SUMARIO
Miguel Oscar Menassa
España por fin es mi país Madrid mi ciudad
Aforismos
Napoleón Bonaparte
Rafael Alberti
Sermón de las cuatro verdades
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Canción de la juventud
Se han ido
Adiós a las luces perdidas
Sermón de la sangre
Frescores
Mundial 2010
Socios de Honor
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RAFAEL ALBERTI

España, 1902

SERMÓN
DE LAS CUATRO VERDADES

En frío, voy a revelaros lo que es un sótano por dentro.
Aquellos que al bucear a oscuras por una estancia no hayan derribado un objeto, tropezado contra una sombra o un mueble; o al atornillar una bujía, sentido en lo más íntimo de las uñas el arañazo eléctrico e instantáneo de otra alma, que se suelden con dos balas de piedra o plomo los oídos.
Huyan los que ignoran el chirriar de una sierra contra un clavo o el desconsuelo de una colilla pisada entre las soldaduras de las losas.
Permanezcan impasibles sobre los nudos de las maderas todos los que hayan oído, tocado y visto.
Van a saber lo que es un sótano por dentro.

La primera verdad es ésta:
No pudo aquel hombre sumergir sus fantasmas,
porque siempre hay cielos reacios a que las superficies
inexploradas revelen su secreto.
La mala idea de Dios la adivina una estrella en seguida.
Yo os aconsejo que no miréis al mar cuando es enfriado
por el engrudo y papeles de estraza absorben los
esqueletos de las algas.
Para un espíritu perseguido, los peces eran sólo una espina
que se combaba al contacto de un grito de socorro
o cuando las arenas de las costas, fundidas con el aceite
hirviendo, volaban a cauterizar las espaldas del hombre.
No le habléis, desnudo como está, asediado por tres vahos
nocturnos que le ahogan: uno amarillo, otro ceniza,
otro negro.

Atended. Ésta es su voz:
- Mi alma está picada por el cangrejo de pinzas y compases
candentes, mordida por las ratas y vigilada día y noche
por el cuervo.
Ayudadme a cavar una ola, hasta que mis manos se
conviertan en raíces y de mi cuerpo broten hojas y alas.
Alguna vez mis ascendientes predijeron que yo sería
un árbol solo en medio del mar, si la ira inocente
de un rey no lo hubiera inundado de harina y cabelleras
de almagra no azotaran la agonía de los navegantes.
Ya podéis envaneceros de la derrota de aquel que anduvo
por el océano endurecido para ahogar sus fantasmas
y sólo consiguió que los moluscos se le adhirieran
a la sangre y las algas más venenosas le chuparan los ojos
cuando la libertad rempujaba hacia él, corneándole desde
el demonio más alto de los rompehielos.

La segunda verdad es ésta:
Una estrella diluida en un vaso de agua devuelve a los ojos
el color de las ortigas o del ácido prúsico.
Pero para los que perdieron la vista en un cielo
de vacaciones, lo mejor es que extiendan la diestra
y comprueben la temperatura de las lluvias.
Al que me está leyendo o escuchando, pido una sola sílaba
de misericordia si sabe lo que es el roce insistente de
una mano contra las púas mohosas de un cepillo.
También le suplico una dosis mínima de cloruro de sodio
para morder los dedos que aún sienten en sus venas
la nostalgia del estallido último de un sueño: el cráneo
diminuto de las aves.
He aquí al hombre.
Loco de tacto, arrastra cal de las paredes entre las uñas,
y su nombre y apellidos, rayados con fuego, desde
los vértices de los pulmones hasta las proximidades
oscuras de las ingles.
No le toquéis, ardiendo como está, asediado por millones
de manos que ansían pulsarlo todo.
Escuchadle. Ésta es su voz:
- Mi alma es sólo un cuerpo que fallece por fundirse
y rozarse con los objetos vivos y difuntos.
En mi cuerpo hubiera habitado un alma, si su sangre
no le llevara, desde el primer día que la luz se dio cuenta
de su inutilidad en el mundo, a sumergirse
en los contactos sin eco: como el de una pierna dormida
contra la lana sórdida de un cobertor o un traje.
Voy a revelaros un asombro que hará transparentar
a los espulga-bueyes el pétreo caparazón de las tortugas
y los galápagos:
El hombre sin ojos sabe que las espaldas de los muertos
padecen el insomnio porque las tablas de los pinos
son demasiado suaves para soportar la acometida
nocturna de diez alcayatas candentes.
Si no os parece mal, decid a ese niño que desde el escalón
más bajo de los zaguanes pisotea las hormigas,
que su cabeza pende a la altura de una mano sin rumbo
y que nunca olvide que en el excremento de las aves
se hallan contenidas la oscuridad del infinito y la boca
del lobo.


A lomos del viento de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 61x46 cm.

La tercera verdad es ésta:
Para delicia de aquel hombre a punto de morder
las candelas heladas que moldean los cuerpos
sumergidos por el Espíritu Santo en el sulfuro
de los volcanes, la agonía lenta de su enemigo
se le apareció entre el légamo inmóvil de una tinaja
muerta de frío en un patio.
Vais a hacerme un favor, antes de que estallen las
soldaduras de los tubos y vuestras lenguas sean
de tricalcina, y yodoformo o palo de escoba: electrizad
las puertas y amarrad a la cola del gato una lata
de petróleo para que la muchedumbre de los ratones
no cuente a la penumbra de las despensas la conversión
de unas manos en cilicios ante el horror de unos ojos
parpadeantes.
Y como en las superficies sin rosas siempre se desaniman
cascotes y ladrillos que dificultan la pureza de las
alpargatas que sostienen el aburrimiento, el mal humor y
cansancio del hombre, idlos aproximando
cuidadosamente al filo de aquella concavidad limosa
donde las burbujas agonizantes se suceden de segundo
en segundo.
Porque no existe nada más saludable para la arcilla que
madura la muerte como la postrera contemplación de un
círculo en ruina.
Yo os prevengo, quebrantaniños y mujeres beodos
que aceleráis las explosiones de los planetas y los osarios,
yo os prevengo que cuando el alma de mi enemigo
hecha bala de cañón perfore la Tierra y su cuerpo
ignorante renazca en la torpeza del topo o en el hábito
acre y amarillo que desprende la saliva seca del mulo,
comenzará la perfección de los cielos.
Entretanto, gritad bien fuerte a esa multitud de esqueletos
violentadores de cerraduras y tabiques, que aún no sube
a la mano izquierda del hombre la sangre suficiente
para estrangular bajo el limo una garganta casi
desposeída ya del don entrecortado de la agonía.

La cuarta y última verdad es ésta:
Cuando los escabeles son mordidos por las sombras
y unos pies poco seguros intentan comprobar
si en los rincones donde el polvo se desilusiona
sin huellas las telarañas han dado sepultura a la avaricia
del mosquito, sobre el silencio húmedo y cóncavo
de las bodegas se persiguen los diez ecos que desprende
el cadáver de un hombre al chocar contra una superficie
demasiado refractaria a la luz.
Es muy sabido que a las oscuridades sin compañía bajan
en busca de su cuerpo los que atacados por la rabia
olvidaron que la corrupción de los cielos tuvo lugar
la misma noche en que el vinagre invadió los toneles
y descompuso las colchas de las vírgenes.
No abandonéis a aquél que os jura que cuando
un difunto se emborracha en la Tierra su alma le imita
en el Paraíso.
Pero la de aquel hombre que yace entre las duelas comidas
y los aros mohosos de los barriles abandonados, se
desespera en el fermento de las vides más agrias y grita
en la rebosura de los vinos impuros.
Escuchad. Ésta es su voz:
- Mi casa era un saco de arpillera, inservible hasta para
remendar el agujero que abre una calumnia en la órbita
intacta de una estrella inocente.
No asustaros si os afirmo que yo, espíritu y alma
de ese muerto beodo, huía por las noches de mi fardo
para desangrarme las espaldas contra las puntas calizas
de los quicios oscuros.
Bien poco importa a la acidez de los mostos descompuestos
que mi alegría se consuma a lo largo de las maderas
en las fermentaciones más tristes que tan sólo causan
la muerte al hormigón anónimo que trafica con su grano
de orujo.

En frío, ya sabéis lo que es un sótano por dentro.

www.miguelmenassa.com
125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA