SUMARIO
J. J. Bajarlía
Bajarlía: cartografía de un poeta
Louis Aragon
Licantropía contemporánea
POETAS DEL FÚTBOL
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Miguel Oscar Menassa
Nací en un barrio
Leopoldo de Luis
Fútbol modesto
Baldomero Fernández Moreno
Bueno ¿y qué?
Veintidós muchachos
Carmen Salamanca
A la selección española de fútbol
Alejandra Menassa de Lucia
Fútbol
Pablo Neruda
Colección nocturna
Edgar Bayley
El cielo se abre

Amiga que descubres, que revelas

Frescores
Jorge Luis Borges
Socios de Honor
Presentación de la muestra de Momgallery
Descargar nº 109 en PDF

CARMEN SALAMANCA

España, 1962

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A LA SELECCIÓN ESPAÑOLA DE FÚTBOL

Matemático azar de lo imposible
decidió su impar estructura:
once piezas sobre el verde tablero.

Un número tatuado en la espalda,
una cifra guiando su pasos
invisible, como el alma o el amor.
En el hueco central de su mirada
transitan héroes y doncellas,
cantos de sirenas abandonadas
en el desván de la vida.

Absorben el brillo de la gloria,
rompen los límites de la carne
y traspasan, con decisión irrevocable,
la impalpable anatomía del deseo.

Acordes al ímpetu nacional,
defienden, de millones, el honor.
En sus sueños sólo vibra
un nombre de mujer: Victoria.

 

 

www.editorialgrupocero.com

 

ALEJANDRA MENASSA DE LUCIA

Argentina, 1972

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FÚTBOL

Rueda la esfera sobre el verde,
no comenzó sola su camino,
con ella rueda el pie,
rueda la fuerza de la atlética rodilla,
rueda todo el cuerpo inclinado
hacia delante, ruedan
los pensamientos del jugador.

Fue golpeada con la fuerza precisa,
y ahora es una cría de cebra
huyendo del tórrido verano.
El jugador la mira,
seguro de su destino.
El corazón del público
es un campo desolado,
después de una batalla.

Ha detenido su latir, o mejor,
ha transferido su latir
a ese vástago de pingüino
que devora cada brizna de hierba,
y se dirige a los brazos
de esa madre que lo amará
con envolvente abrazo.

El jugador, que piensa
en su negocio de naranjas en Conéctica,
que anoche acarició a su mujer
con la misma mano que ahora reza.

El jugador, para el que ese gol
seria aún cien veces
más placentero que un orgasmo.

El jugador, que paga los impuestos
y a veces llora leyendo a Paul Eluard
ya casi lo celebra,
en su retina, impreso está el esférico
en la red que no pesa.

Pero el contrario, también
se acostó sobre el verde
a la hora precisa.
También lanzó su pierna
a la hora precisa.
El balón se detiene,
en los pies del contrario
el corazón del público
es un estruendo atroz.

El jugador siente la defervescencia
de su ímpetu.

El contrario esboza una sonrisa
perpendicular al verde
y el esférico es una lágrima,
blanca y negra,
sobre el desolado tablero de ajedrez.

 

 


Nuestro único pecado de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 80x80 cm.

PABLO NERUDA

Chile, 1904

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COLECCIÓN NOCTURNA

He vencido al ángel del sueño, el funesto alegórico:
su gestión insistía, su denso paso llega
envuelto en caracoles y cigarras,
marino, perfumado de frutos agudos.

Es el viento que agita los meses, el silbido de un tren,
el paso de la temperatura sobre el lecho,
un opaco sonido de sombra
que cae como trapo en lo interminable,
una repetición de distancias, un vino de color confundido,
un paso polvoriento de vacas bramando.

A veces su canasto negro cae en mi pecho,
sus sacos de dominio hieren mi hombro,
su multitud de sal, su ejército entreabierto
recorren y revuelven las cosas del cielo:
él galopa en la respiración y su paso es de beso:
su salitre seguro planta en los párpados
con vigor esencial y solemne propósito:
entra en lo preparado como un dueño:
su sustancia sin ruido equipa de pronto,
su alimento profético propaga tenazmente.

Reconozco a menudo sus guerreros,
sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones,
y su necesidad de espacio es tan violenta
que baja hasta mi corazón a buscarlo:
él es el propietario de las mesetas inaccesibles,
él baila con personajes trágicos y cotidianos:
de noche rompe mi piel su ácido aéreo
y escucho en mi interior temblar su instrumento.

Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas,
sueños cuyos latidos me quebrantan:
su material de alfombra piso en silencio,
su luz de amapola muerdo con delirio.

Cadáveres dormidos que a menudo
danzan asidos al peso de mi corazón,
¡qué ciudades opacas recorremos!
Mi pardo corcel de sombra se agiganta,
y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras
gastadas,
sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball,
del viento ceñidos pasamos:
y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,
los pájaros, las campanas conventuales, los cometas:
aquél que se nutrió de geografía pura y estremecimiento,
ése tal vez nos vio pasar centelleando.

Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles,
en un desmantelado buque prófugo, lejos,
amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel:
la medianoche ha llegado y un gong de muerte
golpea en torno mío como el mar.
Hay en la boca el sabor, la sal del dormido.
Fiel como una condena, a cada cuerpo
la palidez del distrito letárgico acude:
una sonrisa fría, sumergida,
unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores,
una respiración que sordamente devora fantasmas.

En esa humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa,
cerrada como una bodega, el aire es criminal:
las paredes tienen un triste color de cocodrilo,
una contextura de araña siniestra:
se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto:
las uvas negras inmensas, repletas,
cuelgan de entre las ruinas como odres:
oh Capitán, en nuestra hora de reparto
abre los mudos cerrojos y espérame:
allí debemos cenar vestidos de luto:
El enfermo de malaria guardará las puertas.
Mi corazón, es tarde y sin orillas,
el día, como un pobre mantel puesto a secar,
oscila rodeado de seres y extensión:
de cada ser viviente hay algo en la atmósfera:
mirando mucho el aire aparecerían mendigos,
abogados, bandidos, carteros, costureras,
y un poco de cada oficio, un resto humillado
quiere trabajar su parte en nuestro interior.
Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia,
conquistado, sin duda, por lo vespertino.