SUMARIO
Editorial
Francisca Aguirre
Hace tiempo
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Edgar Bayley
Todo lo visto y lo vivido
León Felipe
¿Y el hombre?
Serguei Esenin
Carta a una mujer
Gloria Fuertes
La huéspeda
Olga Orozco
Un relámpago, apenas
Vicente Aleixandre
El desnudo
Miguel Oscar Menassa
La muerte del carnaval
Aforismos
 
Agenda Grupo Cero

Descargar nº 201 en PDF

Olga Orozco

Argentina, 1920

UN RELÁMPAGO, APENAS

Frente al espejo, yo, la inevitable:
nada que agradecer en los últimos años,
nada, ni siquiera la paz con las señales de los
renunciamientos,
con su color inmóvil.
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso
de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas la escritura desolada del
tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el último beso, por el último
adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
-ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel
sin fin-
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si
dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la
distancia
hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo
del sol decapitado?
Estos ojos que vienen de muy lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más
lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si
soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordán guardado
en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del
mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los rincones,
los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un relámpago,
un suspiro,
el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se agitaron las aguas y te
arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable:
una imagen en sombras y toda la soledad multiplicada.

Vicente Aleixandre

España, 1898

EL DESNUDO

Basta, basta.

Tanto amor en las aves,
en esos papeles fugitivos que en la tierra se buscan,
en ese cristal indefenso que siente el beso de la luz,
en la gigante lámpara que bajo tierra solloza
iluminando el agua subterránea que espera.

Tú, corazón clamante que en medio de las nubes
o en las plumas del ave,
o en el secreto tuétano del hueso de los tigres,
o en la piedra en que apoya su cabeza la sombra.

Tú, corazón que dondequiera existes como existe la muerte,
como la muerte es esa contracción de la cintura
que siente que la abarca una secreta mano,
mientras en el oído fulgura un secreto previsto.

Di, qué palabra impasible como la esmeralda
deslumbra unos ojos con su signo durísimo,
mientras sobre los hombros todas, todas las plumas
resbalan tenuemente como sólo memoria.

Di, qué manto pretende envolver nuestro desnudo,
qué calor nos halaga mientras la luz dice nombres,
mientras escuchamos unas letras que pasan,
palomas hacia un seno que, herido, a sí se ignora.

La muerte es el vestido.
Es la acumulación de los siglos que nunca se olvidan,
es la memoria de los hombres sobre un cuerpo único,
trapo palpable sobre el que un pecho solloza
mientras busca imposible un amor o el desnudo.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA