Friedrich Schiller
Alemania, 1759 |
LOS IDEALES
¿Quieres pues, desleal, de mí apartarte
con tus encantadoras fantasías,
con tus dolores, con tus alegrías,
con todo, huir inexorablemente?
¿Nada en la huida detenerte puede,
¡oh, tú! edad dorada de mi vida?
Inútil es, tus ondas presurosas
ya de la eternidad al mar descienden.
Se apagaron los soles placenteros
que alumbraron mi senda juvenil,
y deshechos están los ideales
que otrora el ebrio corazón henchían,
ella perdióse al fin, la dulce fe
en seres que mi ensueño hizo nacer,
de la hostil realidad volvióse presa
lo que divino y bello una vez fue.
Como un día con ansias vehementes
Pigmalión a la piedra se abrazaba
hasta que ardiente en las mejillas frías
de mármol derramóse el sentimiento,
así con amoroso abrazo uníme
a la naturaleza, con placer
juvenil hasta que empezó a alentar
y a templar en mi pecho de poeta,
y al compartir mis férvidos impulsos
un lenguaje encontró la que era muda,
el beso devolvióme del amor
y de mi corazón oyó el latido;
árbol y rosa para mí vivían,
plateadas fuentes para mí cantaban,
y hasta lo inanimado percibía,
el eco claro de mi palpitar.
Dilató con impulso poderoso
un todo parturiento el pecho angosto,
para salir de sí hacia la vida
con imagen y son, palabra y obra.
Qué grande era este mundo por su forma
cuando aún el capullo lo ocultaba,
pero qué poco ¡ay! se ha descubierto,
y este poco, qué pobre y qué pequeño.
Cómo saltó en las alas de su arrojo,
dichoso en la quimera de su sueño,
aún no sujeto por cuidado alguno,
el joven, al camino de la vida.
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Hasta el astro más pálido del éter
de sus planes el vuelo levantólo,
nada tan alto, tan lejano había,
adonde con sus alas no llegase.
¡Qué fácil hasta allá llevado era!
Para el feliz, ¡qué había de agobiante!
¡Cómo el ligero séquito danzaba
delante del carruaje de la vida!
¡El amor con la dulce recompensa,
con su guirnalda de oro la ventura,
la claridad con su estelar corona,
y la verdad en el fulgor solar!
Mas, ¡ay! ya en el medio del camino
desorientáronse los compañeros,
sus pasos apartaron, desleales,
y así fueron cediendo uno tras otro.
Volando la ventura huyó ligera,
el afán de saber quedó sediento,
de la duda ciñeron nubes hoscas
la figura solar de la verdad.
Las sagradas coronas de la gloria
en la frente vulgar vi profanadas, ¡ay! muy pronto, tras corta primavera,
el tiempo bello del amor huyó.
Y siempre más silencio y siempre más
abandono por la fragosa senda,
apenas si encendía una vislumbre
en la lóbrega vía la esperanza.
De todo aquel cortejo alborozado, ¿quién junto a mí permaneció amoroso? ¿Quién, a mi lado aún, me da consuelo,
y hasta la lóbrega mansión me sigue?
Tú, la que sanas todas las heridas,
de la amistad, callada y tierna mano,
partes cordial las cargas de la vida,
tú, la que pronto di en buscar y hallé,
y tú, que bien con ella te emparejas,
la que del alma aleja la tormenta,
Ocupación, la que jamás se cansa,
la que, lenta al crear, jamás destruye,
que para edificar eternidades
si alza de arena un grano sobre otro,
también de la gran deuda de los tiempos,
minutos, días, años va borrando.
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