Olga Orozco
Argentina, 1920 |
EL OTRO LADO
No logras acertar con el lugar,
aunque te asista el sol y desciendan los cielos.
En seguida que llegas, como si se trocaran en vampiros
las aves,
los mármoles en yeso y en polvorientas telas pintadas
las praderas,
es una equivocación fatal la que te enfrenta con mirada
de lobo
y te obliga a salir en cuatro pies, esquivando el castigo.
No es aquí ni es ahora,
grazna con las cornejas el viento que te aspira,
que te arrastra y revuelca como a un fardo de remolino
en remolino
y te arroja por fin hacia un rincón en el que se adultera
de nuevo el porvenir entre los vidrios de la lejanía.
No es ése tu lugar, allí,
donde nadie te aguarda para nacer desde hace dos mil años
(ah, ese abrazo primero, semejante al abrazo de la
resurrección),
donde no hay ni medida ni tiempo que se ajusten al hueco
de tu mano
lo mismo que dos partes acuñadas para la alianza o
la separación,
sencillamente igual a mitad y mitad,
como los dos costados de una misma medalla o las dos
contrapartes para un crimen.
Nada. Palabras sin pronunciar, maniobras suspendidas,
ojos que aunque te sigan no te ven desde sus apariencias
de ojos de retrato,
escenas atestadas de recuerdos ajenos para instalar otro
destino,
y contra ti la piedra y la expulsión.
Fuera, fuera otra vez, con el miedo a la espalda,
frente al resto del mundo embellecido, otra vez
centelleando,
otra vez aspirándote,
para la nueva prueba y el error. |
¿Dónde será el lugar? ¿Dónde será otro lado?
O tú no eres de aquí o ese sitio no está en ninguna parte,
todavía.
Aunque tal vez haya en alguna parte cerrada, inexpugnable,
mentirosa,
una sombra ladrona probándose tu vida,
el otro lado.
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EL OBSTÁCULO
Es angosta la puerta
y acaso la custodien negros perros hambrientos y
guardias como perros,
por más que no se vea sino el espacio alado,
tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada.
Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete
con cada bienvenida,
con cada centelleo de la anunciación.
No consigo pasar.
Dejaremos para otra vez las grandes migraciones,
el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta
de luz en las tinieblas.
Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada
en su favor.
Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio,
a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis
peores estrellas.
No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared.
Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de
posesiones transparentes,
este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín
debajo de la escarcha.
No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo
encogido,
ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación,
recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo sueño
perdido en el desván.
No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy.
Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta
brecha esquiva.
Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco
que se prolonga porque sí,
cuando no estorba un borde igual que un ornamento
sin brillo y sin sentido,
o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.
No llegaré jamás al otro lado. |