Cesare Pavese
Italia, 1908 |
LA CASA
El hombre solo escucha la voz apacible
con la mirada entornada, como si una respiración
alentase sobre su rostro, una respiración amistosa
que resurge, increíble, del tiempo ya ido.
El hombre solo escucha la antigua voz
que sus padres oyeron, en tiempos, clara
y recogida, una voz que, como el verde
de los estanques y de los cerros, se oscurece al anochecer.
El hombre solo conoce una voz de sombra,
acariciante, que fluye en los sosegados tonos
de un secreto manantial: la bebe, absorto,
con los ojos cerrados, y no parece que la tenga a su lado.
Es la voz que, un día, detuvo al padre
de su padre y a todos los de su estirpe muerta.
Una voz de mujer que suena, secreta,
en el umbral de la casa, cuando caen las sombras.

Sueño y realidad de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 100x81 cm
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Oliverio Girondo
Argentina, 1891 |
ESPANTAPÁJAROS
18
Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Aimed Cesaire
Martinica, 1913 |
ENTRE OTRAS MASACRES
Con todas sus fuerzas chocan
el sol y la luna
las estrellas caen para atestiguar
la moral
con una carga de nervios grises
no tengas temor atiende a las crecidas
aguas que desbordan el límite de
los espejos
han salpicado el lodo en mis ojos
y veo yo veo terriblemente veo en
todas las montañas en todas las islas
que no queda nada más que algunos
malditos colmillos de la
impenitente saliva del mar |