Konstantino Cavafis
Egipto, 1863 |
XXVII
FIN
(1911)
En medio del terror y de la sospecha
con la mente arrugada y los ojos asustados,
buscamos soluciones y planeamos qué hacer
para escapar de la segura
amenaza que tan espantosamente nos acecha.
Y sin embargo nos equivocamos, ése no es nuestro camino;
las noticias eran falsas
(o no escuchamos, no comprendimos bien).
Otro desastre, otro que nunca habíamos pensado
súbita, tempestuosamente cae sobre nosotros,
y sin darnos tiempo -sin prepararnos- nos arrebata.
........................
EN LA CALLE
Su simpático rostro, una pizca cetrino;
sus ojos castaños, como rendidos;
veinticinco años, pero aparenta más bien veinte;
con un toque de extravagancia en su modo de vestir
-algo en el color de la corbata, en la forma del cuello-
sin rumbo fijo camina por la calle,
todavía como hipnotizado por el placer desordenado
por el muy desordenado placer que ha obtenido.
........................
DÍAS DE 1903
No los volví a encontrar -los tan rápidamente perdidos...
los poéticos ojos, el pálido
rostro... en el anochecer de la calle...
No los encontré ya -los obtenidos enteramente por azar,
de los que así de fácilmente hice renuncia;
y que después pretendí con ansia.
los poéticos ojos, el pálido rostro,
los labios aquellos no los encontré ya.

|
Vicente Aleixandre
España, 1898 |
EL POETA SE ACUERDA DE SU VIDA
Perdonadme: he dormido.
Y dormir no es vivir. Paz a los hombres.
Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.
¿Vivir en ellas? Las palabras mueren.
Bellas son al sonar, mas nunca duran.
Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora
o cuando el día cumplido estira el rayo
final, ya en tu rostro acaso.
Con tu pincel de luz cierra tus ojos.
Duerme.
La noche es larga, pero ya ha pasado.
Walt Whitman
Estados Unidos, 1819 |
“UNA ARAÑA
PACIENTE Y SILENCIOSA...”
Una araña paciente y silenciosa,
vi en el pequeño promontorio en que
sola se hallaba,
vi cómo para explorar el vasto
espacio vacío circundante,
lanzaba, uno tras otro, filamentos,
filamentos, filamentos de sí misma.
Y tú, alma mía, allí donde te encuentras,
circundada, apartada,
en inmensurables océanos de espacio,
meditando, aventurándote, arrojándote,
buscando sin cesar las esferas
para conectarlas,
hasta que se tienda el puente que precisas,
hasta que el ancla dúctil quede asida,
hasta que la telaraña que tú emites
prenda en algún sitio, oh alma mía. |