LA AUSENTE
                Nuevamente, detrás de cada tronco 
                  muestra el puñal la ausente, ya olvidada. 
                  La que creían muerta, vive, acecha 
                  con su poder artero entre la sombra 
                  de las horas que, aun lejos, merodean. 
                El palacio mirífico del hielo 
                  va deshaciendo su firmeza en lágrimas 
                  y se desploman sus invulnerables 
                  salas, tan bienamadas del cilicio, 
                  porque vuelve, y el vaho que se desprende 
                  de sus ansiosos poros va infundiendo 
                  una tácita ira. La borrasca 
                  cuyos ojos prometen la centella, 
                  posándose en los ámbitos arrulla 
                  o abre su cola vesperal la calma. 
                  Las aceradas lanzas de los astros, 
                  implacables, se alargan punzadoras 
                  y alas húmedas pasan, alas tibias, 
                  alas negras, velludas, perfumadas. 
                  Manos pasan, que oprimen impalpables, 
                  que arrebatan o llaman al abismo 
                  de verde imán que yace sobre el césped, 
                  bajo el manto extendido de los cedros. 
                Ella vuelve, dejando la morada 
                  donde el raptor oscuro la sujeta, 
                  y el vello de la tierra se estremece 
                  con desvelo febril. Su pie de rosa 
                  incontenible, avanza y las murallas, 
                  como de arcilla, empapan sus efluvios... 
                Rompe la paz, igual que el soplo frío 
                  rompe el vaso de vidrio, es su aliento.                   
                    Don Quijote de Miguel Oscar Menassa. 
                    Óleo sobre lienzo de 50x60 cm.                  
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                NARCISO
                  ¿Dónde habitas, amor, en qué profundo 
                    seno existes del agua o de mi alma? 
                    Lejos, en tu sin fondo abismo verde, 
                    a mi llamada pronto e infalible. 
                  Nuestras frentes unánimes separa 
                    frío, cruel cristal inexorable. 
                  Zarzas de tus cabellos y los míos 
                    tienden, en vano, a unir lindes fronteras. 
                  Sobre el mío y tu cuello mantenido 
                    un templo de distancia en dos columnas 
                    silencio eterno guarda entre sus muros; 
                    nuestro mutuo secreto, nuestro diálogo. 
                  Silencio en que te adoro, en que te encierras, 
                    recinto de silencio inaccesible 
                    y lugar a la vez de nuestras citas. 
                  ¡Silos espero frente a la cruenta 
                    muralla dura que lamento inerme! 
                  Eternidades entre nuestras bocas 
                    a cien brisas y a cien vuelos de pájaro. 
                    ¿Para qué pies que hollaban la pradera 
                    jóvenes, blancos corzos corredores 
                    si no me llevan hacia ti ni un punto? 
                  ¿Para qué brazos tallos de mis manos 
                    si jamás alcanzarán a estrecharte? 
                  ¡Límpida, clara linfa temblorosa 
                    jamás en nuestro abrazo aprisionada! 
                  ¿Para qué vida, en fin, si vida acaba 
                    en el umbral de la mansión oscura 
                    donde moras sin hálito, en el vidrio 
                    que con mi aliento ni a empañar alcanzo? 
                  ¡Oh, sueño sin ensueño, muerte quieta 
                    lecho para mi anhelo, eterno insomne! 
                  ¡Único al fin reposo de mis ojos 
                    tu infinito vacío negro, espejo! 
                    
                   
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